La carrera de los refugios atómicos
Primero fue El día después, luego El octavo día... Este año el cine y la televisión, amén de los ya habituales artículos visionarios en los otros medios de comunicación, nos han bombardeado -valga la expresión- con mensajes profético-apocalípticos hasta el punto de que temo que eso oculte una sutil estrategia publicitaria a favor de un nuevo tipo de paraguas repeleradiaciones, o de un nuevo traje antineutrones. Bromas aparte, lo que sí que ya es un hecho es el auge de la construcción y venta de refugios antiatómicos homologados -según dicen los anuncios- por una normativa internacional. Eso demuestra, una vez más, la gran capacidad que tienen algunos para anticiparse a los deseos de la gente. Sin embargo, con los refugios atómicos lo que se vuelve a crear es una necesidad que sólo podrá satisfacer una minoría de privilegiados. E, independientemente de que sirva para marcar las distancias sociales, el refugio va a asumir el papel que tenía el chaletito en las afueras, allá por los años sesenta: ser el objetivo psicológico de quienes no lo posean. Por otra parte, el de los refugios va a ser un negocio seguro y sin reclamaciones. En caso de un conflicto nuclear y de que el refugio no funcione, ¿quién va a protestar? Pongámonos pues todos a vender refugios como quien vende enciclopedias. Y al contado, que no sea que el hongo atómico pille a los constructores de refugios con unas letras sin cobrar.-
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