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Tribuna
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El organico Rodríguez

En el momento justo en que el señor Rodríguez de la Borbolla puso los cojones encima de la mesa y les añadió la palabra puñeta para que se viera que estaba tan convencido de lo que pensaba que nadie podía poner en duda que lo pensaba, me di cuenta de que a una buena parte de los españoles les amenaza un nuevo y largo exilio interior, al menos hasta que algunos de los actuales estudiantes de COU lleguen al poder y lo ejerzan sin disfrazarse de Litris o de arrieros, con todos mis respetos para el Litri y para los viejos arrieros.Entre el bolero mental del señor presidente del Gobierno, que vive sin vivir en él un constante divorcio entre el cerebro y el corasón loco, y la agriada chabacanería impresentable del hidalgo Rodríguez de la Borbolla, queda el recurso de asirse a algún tablón de salvación lógica, como el espléndido artículo de Ignacio Sotelo que ayer reproducía este periódico, artículo inseparable de la foto de portada, en la que el invicto Felipe González aparecía en plena faena de muleta, en pleno desplante al flash.

Imágenes que necesitan música de fondo posmoderna. Sonidos concretos que en los comics se traducen en glups, glups, glups, en este caso con letras mayúsculas, necesarias porque el personal, tanto el asistente al exhibicionismo orgánico del señor Rodríguez de la Borbolla, como el obligado receptor de las noticias del congreso político más divulgado de la era cristiana, se está tragando y va a tragarse ruedas de molino cuadradas. Y lo más triste no son estos personajes o la situación concreta que se glosa, sino lo que resta extramuros, en los seis puntos cardinales de nuestra otredad política: norte, sur, este, oeste, arriba, abajo. Más allá de esta oficial diarreica verborrea prepotente cantinflera, sólo hay viejas verborreas diarreicas no menos cantinfleras, pero vencidas de antemano, y una casi desarticulada conciencia de que no hemos hecho nada para merecer esto, que es mentira que cada pueblo tiene el cambio que se merece y que, sobre todo, no hicimos la resistencia para verle los cojones al señor Rodríguez de la Borbolla.

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