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Tras la reunión de Dublín

Nada subraya mejor la crisis permanente en que se debate la Comunidad que la atmósfera dramática que rodea, cada cuatro meses, las sesiones del Consejo Europeo. El de Dublín no constituye una excepción a esta regia. ( ... )¿No se habían disipado ya, a partir de Fontainebleau y los prodigios realizados por la presidencia francesa, todas las tempestades? Europa podía respirar, se aseguraba entonces: la vía estaba libre. ( ... ) En fin, la cumbre de Dublín se anunciaba llena de promesas. ( ... )

La crisis, una vez más, llamaba a la puerta de los diez.

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Esta vez se trataba de la candidatura de España y Portugal. Viejo problema, planteado desde hace siete años, pero apenas ha progresado, sino en la impaciencia bien comprensible que suscita más allá de los Pirineos. Ahora bien, en vísperas de Dublín, la negociación entre los diez, así como con los países candidatos, no había apenas avanzado sobre los problemas sensibles: o el desacuerdo era evidente (vino, pesca, frutas y legumbres) o bien (en el caso del aceite de oliva y de las materias grasas) el acuerdo era aparente, porque consiste en aplazar los problemas verdaderos. ( ... )

Lo que no marcha no son solamente las relaciones de la Comunidad con los países candidatos, sino que se halla en juego, literalmente, su futuro y tal vez su supervivencia. Por ligereza o debilidad, Francia cedió, a petición de Bonn, en la cumbre de Stuttgart y Fontainebleau, en unir la puesta en práctica de los nuevos recursos financieros, de los que depende el funcionamiento de la Comunidad, a la conclusión del acuerdo sobre la ampliación. ( ... )

, 5 de diciembre

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