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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Crisis de confianza o confianza en la crisis

Si bien sabemos perfectamente que la economía no es una ciencia exacta, nos cuesta aceptar, como profesionales de ella, determinadas explicaciones que, en principio, escapan a una cierta lógica de comportamiento en la que sí creemos. Es por ello que considero de interés poner sobre la mesa un posible tema de reflexión o, en su caso, de debate.Se trata de la denominada crisis de confianza con que se suele justificar el comportamiento negativo de la inversión privada española (que no la que llega a España). En cualquier informe de coyuntura, o en múltiples declaraciones públicas, es posible leer frases como: "La inversión se potenciaría si se creara un clima económico y social favorable", o, más directamente: "No hay inversión porque no hay confianza". Parece, por tanto, que esta crisis de confianza se ha erigido en uno de los ejes centrales de nuestra crisis económica particular. Y es precisamente este factor -crisis de confianza- el que, en buena lógica, debería ser el punto de partida de una profundización posterior que parece que no acaba de llegar. A lo sumo se le adiciona el insoportable déficit público (que, por otra parte, debería causar pavor a los estadounidenses o a los italianos), y poca cosa más.

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Como punto de referencia puede ser de utilidad examinar la situación actual con respecto a la de los últimos años, que podríamos denominar precrisis. Y este examen nos dice lo siguiente: Inflación: la tasa de crecimiento de los precios subía 10 puntos entre 1970 y 1973 y baja seis puntos entre 1980 y 1984. Salarios por hora trabajada: la tasa crece más de 11 puntos en el primer período, situándose a niveles del 25%, y desciende seis puntos en los cuatro últimos años. Utilización de la capacidad productiva: en un solo año -1973-1974- se pierden siete puntos, mientras que en los últimos años la situación es relativamente más baja, pero estable. Saldo exterior por cuenta corriente: el saldo positivo desciende desde 1971 y se transforma en déficit en 1974, al contrario de la situación actual, en la que se entra en superávit en 1984.

Como es lógico, no pretendo pintar una situación perfectamente orientada hacia una clara superación de la crisis -subsisten fenómenos muy negativos, como el del desempleo-, pero sí patentizar, a título de contraste, que la crisis de confianza parecía más razonable por aquellos tiempos que no en los actuales, a pesar de los fuertes embates que se han producido en el período 1975-1982. Más aún si consideramos, como debe ser, la situación política interna que se vislumbraba en 1973 y la situación económica mundial, con el inicio de un fenómeno -el alza de los precios de la energía- de magnitud y alcance difíciles de ponderar. ¡Qué iniciativa privada más curiosa debemos tener, que sigue invirtiendo (en 1974 todavía) ante unas perspectivas político-económicas y sociales decididamente negativas y, en cambio, no lo hace ahora, a las puertas de un ingreso en la CEE, con una democracia que se está consolidando y con una situación económica española y mundial claramente más controlada!

Empresas debilitadas

Resulta cierto que la inversión no cuenta todavía con sus condicionantes óptimos. Los ya citados embates del período 1975-1982 han debilitado considerablemente la capacidad financiera de las empresas; los costes financieros siguen todavía a niveles elevados; la fiscalidad se ha acentuado. Pero es igualmente cierto que otros países de la misma Europa han pasado por nuestras circunstancias y, una vez la situación más controlada, han reanudado su ritmo inversor. En cualquier caso, los posibles obstáculos que se pueden enumerar son de tipo muy concreto y no casan demasiado con este fenómeno más abstracto de la falta de confianza.¿Falta de confianza en qué? ¿En volver a unos tiempos pasados en los que se vendía todo todo que se producía (incluso papeles que no llegaban a cristalizar en forma de mercancía)? ¿En volver a unos tiempos en los que los costes salariales no significaban un componente importante en los precios? ¿En volver a unos mercados cerrados en los que la competencia internacional no jugaba ningún papel? Realmente, si en esto estriba el factor confianza, la profecía parece clara: no se volverá a invertir porque todas estas reglas que regían nuestra economía han quedado fuera de juego. Podemos, en consecuencia, seguir confiando en la crisis, porque de ella no saldremos.

El valor del riesgo

Ahora bien, ¿por qué no confiar en que nuestros empresarios sabrán comprender el valor del riesgo, de los costes, de la productividad, del diseño y, en una palabra, de una estrategia empresarial verdaderamente incardinada en los modelos actuales? En unos empresarios que, ciertamente con mayores dificultades que antes, saben que la confianza se la ganan ellos mismos, día a día, porque conocen bien la empresa y su entorno y porque la saben valorizar con profesionalidad a la vez que con la imprescindible intuición que les ha de caracterizar.En realidad, estos empresarios comienzan ya a existir, y su progresiva actividad, básicamente en nuevos sectores, está dando paso a una cierta dualidad industrial que quizá se manifiesta incluso en la vida de las instituciones socioeconómicas del país. Porque, por ahora, estos empresarios que ya han apostado por el futuro no parecen sentirse motivados por estar en plataformas públicas más allá de su empresa y de sus asesores más directos. Y éste es un fenómeno sobre el que convendría profundizar, por sus evidentes implicaciones sobre el propio clima que se crea en el país y, por tanto, sobre la lógica del comportamiento de sus agentes económicos. En una palabra, es posible que de la resolución de esta dualidad se obtenga más luz sobre si seguiremos confiando en la crisis o si, por el contrario, consolidaremos nuestra confianza en el futuro. Éste parece ser el quid de la cuestión.

Francesc Santacana y Martorell es decano del Colegio de Economistas de Cataluña.

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