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¿Quién habla en nombre de Europa?

(...) La vida diplomática en la nueva Europa está jalonada de acciones de diversas agrupaciones multinacionales, pero ninguna de ellas ha impulsado todavía un foco de mayor importancia que el representado durante muchos años por la Alianza Atlántica.Sin embargo, a medida que ha ido disminuyendo la confianza en la Alianza, también se ha desgastado la consideración de su propia legitimidad a ambos lados del Atlántico. El resultado es la mutua desconfianza, que se basa en una incomprensión cada vez mayor, más allá del dominio político y militar. (...)

La batalla por plasmar el espíritu de Europa no está ganada aún. No es legítimo que la mitad de las viejas naciones europeas estén encerradas dentro de un sistema que no han elegido. Incluso en los países del Este no sería posible todavía asegurar cuál será la evolución de la sociedad en el futuro.

La comunidad ideal debe dejar de lado enfrentamientos y limitar las rivalidades nacionales a resolver problemas tales como las cuotas de los productos lácteos y asuntos similares. Sin embargo, la visión del futuro próximo tiende a centrarse más en la forma que en el fondo, con un conjunto de visionarios europeos que conciben una comunidad geográfica pero que sólo tienen rudimentarias ideas sobre la dirección que ésta debiera tomar.

La experiencia de la Comunidad Económica Europea hasta la fecha no indica que la pregunta fundamental -¿han elegido ya los europeos una libertad económica total o solamente relativa?- haya sido planteada o respondida. (...)

El protagonismo europeo debe asumir este papel. Es necesario que a este lado del Atlántico se tenga conciencia de que alguien debe representar a los europeos ante los norteamericanos, de igual modo que sucede al revés.

Hay que mostrar a Estados Unidos que las sociedades europeas tienen la suficiente confianza en sí mismas y el optimismo necesario para ganar las batallas del mundo contemporáneo en las que los norteamericanos no han tenido que luchar nunca.

30 de noviembre

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