Mezcla
A propósito de la creciente osadía en los trasplantes, una publicación ha recordado un caso de hace 20 años, más duro que el de empotrarle un artefacto a un viudo o un corazón de gorila a un niño. Una madre consintió, cuando su hija se encontraba desahuciada a causa de un tumor, que le injertaran a ella un pedazo de esa excrecencia. Los médicos habían discurrido que los anticuerpos generados por la madre e inyectados en la muchacha podrían ayudarla a detener la devastación. La hija, en estado inconsciente, no podía decidir nada. Ni siquiera poseía la facultad de rechazar porque, sumida en la clausura de su dolencia, estaba también incapacitada para querer. La madre era a la vez la voluntad y el amor. O también la recuperación de un sueño años atrás, cuando la leche materna desempeñaba una función semejante a la que ahora se le ofrecía con sus anticuerpos.La persuasión de este discurso, llamémosle mítico, parecía tan fuerte que la operación se llevó a cabo. A las 24 horas la hija falleció, y la madre, con el cáncer de la hija clamorosamente vivo, murió 15 meses más tarde.
Esta historia, de la que apenas se dijo nada, se exhibe ahora como una denuncia contra las temeridades de la medicina. Cierto. Y sin embargo, más allá de ello, parecería corresponderle a la literatura, en esa complicidad con la ciencia, una razón profunda. Los lechos conyugales, la estrecha vida con un perro o con un empleo son prueba de cómo el amor se transforma en enfermedad, la enfermedad en amor y la salud es lo único inintercambiable.
Un niño con el corazón de un chimpancé, un vivo con el riñón de un muerto, una madre hospedando en sus entrañas al íncubo que asaltó a su hija. Todo es mixtura. La teratología de otro tiempo (el basilisco, la sirena, una mariposa con el sentido común de una princesa) se alista hoy mediante el trasplante en el repertorio de la vida civil. Mezclar sexos, edades, ideologías ya no es monstruoso. Más bien la protesta contra la cirugía es a propósito de su torpeza para alcanzar lo que es ya un deseo radical de nuestras vidas.
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