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¿Profetas en paro?

Después del Concilio Vaticano II, y en los últimos años del franquismo, se usó mucho entre nosotros la palabra profeta y sus derivados profetismo y profetizar. Los profetas eran los cristianos incordiantes que, desde su situación históricamente privilegiada, desenmascaraban las trampas del poder y se exponían a duras pruebas. Hubo hasta una cárcel para curas, en Zamora.Pero hoy parece que los profetas de antaño están en paro. Alguien ha escrito: "Vive todavía en el recuerdo de los españoles el fuerte impulso profético desarrollado en el ámbito eclesial y social durante los lustros anteriores a la transición política, cuando, entre otras cosas, se hacía necesario proclamar el ejercicio pleno de los derechos humanos. Una misión profética ejercida por los obispos, cuyas voces individuales o colectivas, de palabra o por escrito, se hicieron oír en todos los niveles, y que hoy muchos parecen olvidar a la hora de contar la historia. Misión compartida por sacerdotes, grupos apostólicos, comunidades religiosas y tantos otros, hombres y mujeres, como en nombre de la fe mantuvieron viva la llama de la esperanza.

Para ello se asumieron difíciles pruebas, se aceptaron duras contrariedades, se bebieron amargos cálices y se soportaron pesadas cargas. Los movimientos apostólicos de entonces contribuyeron generosamente a esta tarea profética, constituyendo al mismo tiempo un verdadero semillero y ámbito formador para muchos hombres públicos actuales".

Esto no lo ha escrito un miembro de comunidades cristianas de base o algún que otro teólogo de la liberación. Esto lo ha escrito -y no dicho en los postres de una cena elegante-, en el boletín oficial de su diócesis, el obispo de Córdoba, José Antonio Infantes Florido.

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¿Qué fue -continúa monseñor Infantes- de la legión de profetas de las décadas de los aflos sesenta y setenta? ¿De aquellas denuncias, llenas de fervores evangélicos; de aquellas homilías, algunas tan costosas; de los encierros en dependencias episcopales -hasta de la nunciatura-; de aquellas movilizaciones cristianas, puestas en marcha como si de tomar la Bastilla se tratara, qué se hizo?

Sin embargo, tenemos que reconocer que el profetismo sigue entre nosotros, aunque, a decir verdad, ha cambiado un poco de rumbo. Hoy existe libertad de expresión, hoy pueden defenderse los derechos humanos, hoy se puede ir al juzgado de guardiay poner una querella contra el presidente del Gobierno. Todo esto es verdad. Pero sigue siendo verdad lo que ya dijo Erich Fromm en su libro El miedo a la libertad A los españoles, sobre todo a muchos jóvenes, les ha cogido de improviso el uso de la libertad, y van buscando la protección en la receta o la evasión en la droga, tanto si ésta es material como psíquica.

A los cristianos ha empezado a darles vergüenza el declararse como tales; buscan un sucedáneo que oculte su verdadera identidad. Los cristianos, que antes militaban en la izquierda, o esconden su fe en el relicario de su individualidad o la abandonan, dejándola en manos de la derecha. Pensemos lo que supone que una tradición de la categoría cultural, histórica y espiritual que para España tiene el cristianismo vuelva de nuevo a ser patrimonio de una derecha tozuda e hipócrita, como lo fue

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en hartas coyunturas de nuestra historia.

He aquí una brecha para los nuevos profetas: que no tengan miedo de estar presentes, con nombres y apellidos, en ese espacio llamado izquierda, sin que con ello pretendamos reduccionismos partidistas. En la nomenclatura general, por derecha entendemos el espacio donde se sitúan los que tienden a la conservación y al aumento de sus privilegios, mientras que el espacio izquierda implica el ámbito donde se lucha por la nivelación total de los derechos 'humanos.

Julien Benda denunció en su ya clásico libro lo que él llamaba "la traición de los clérigos", teniendo en cuenta que clerc, en francés, se extiende ya a todo tipo de intelectual. Pues bien, ahora es la ocasión de que, en la consolidación de la democracia, los clérigos, en el sentido estricto de la palabra, no traicionen su compromiso.

Y sobre todo, con esta pastoral del obispo de Córdoba, los que andamos merodeando por los suburbios del cristianismo español, donde moran aquellos pobres bienaventurados" del Sermón del Monte, nos sentimos confortados y animados a seguir una lucha que tiene más dificultades con la institución eclesial que con los poderes de este mundo.

Quizá esta inversión en el objetivo de la lucha (Iglesia por mundo) sea la causa de este vacío profético que denuncia monseñor Infantes. La solución nos la dan nuestros hermanos latinoamericanos: hay que asumir el conflicto eclesial con la enorme esperanza de que siempre el happy end de la historia cristiana lo tienen los pobres, los mansos, los que lloran, los que hacen obra de justicia.

¿Surgirá esta nueva generación profética? Yo creo que ya se empiezan a sentir sus brotes en amplios sectores de nuestra geografía nacional.

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