La gangrena /1
El término gangrena aplicado a la tortura como práctica acompañante de operaciones militares y actividades policíacas data por lo menos de 1959, cuando una casa editorial francesa (Les Editions de Minuit) publicó varios testimonios de tortura referentes a sevicias sufridas en Argelia y en Francia (*) por militares (o no) que a la sazón estaban presos en la cárcel de Fresnes, prisión situada a las afueras de París, cuya triste fama se ha acrecentado en las últimas semanas al haberse seguido en su interior una prolongada huelga de hambre y sed cuyo desenlace, muy discutido y desde luego altamente discutible, ha sido un pequeño rosario, que amenaza con prolongarse, de extradiciones y expulsiones de refugiados vascos presuntos militantes.Dos años antes de la publicación de La gangrena (obra que fue secuestrada, con la consiguiente protesta en los medios democráticos franceses) había sido detenido en Argel un periodista francés, Henri Alleg, que no sólo fue capaz de soportar las infames torturas a que fue sometido sino que supo contarlas de modo preciso y elocuente en una obrita que también fue prohibida y que llegó a ser famosa casi en seguida: La question. Me encuentro entre quienes se vieron muy afectados por su lectura, hasta el punto de que en 1959 escribí un drama sobre la tortura y la clandestinidad que tenía mucho que ver con lo que pasaba en los despachos policiacos de Madrid -y así, la versión soviética se tituló Madrid no duerme de noche -pero que públicamente se basaba tan sólo en el testimonio de Alleg, de cuyo libro algunos fragmentos fueron reproducidos en el programa de nuestro teatro. Por lo demás, el tema de la tortura estaba ya en mi primer drama y está, naturalmente, en los últimos y más desconocidos. Vaya esto tan sólo como una prueba de mi particular sensibilidad, acaso un poco enfermiza, por este tema, tan presente a lo largo de mi obra y de mi vida política: documento sobre las torturas en Austria durante los años sesenta, carta de 1.500 escritores y artistas sobre el mismo tema y, como ahora se suele decir, un largo etcétera. ¿Pero será preciso verdaderamente buscarse justificaciones autobiográficas para el hecho de que hoy vuelva a escribir sobre ello?
Un tema actual
No, desgraciadamente la tortura sigue siendo un tema actual. Efectivamente; y de ello hay una constancia cotidiana, por lo menos aquí, en Euskal Herría. Con mis propios ojos y con mis propios oídos he visto y oído a muchas personas que han pasado por tan terrible trance; y así es, sobre todo, porque alguien que vive aquí en mi casa, que también es la suya, y a quien creo conocer de algo, está dedicando una buena parte de su vida a la investigación y a la denuncia de este grave problema; de manera que verdaderas montañas de espeluznantes relatos han pasado y pasan sin cesar por estas mesas de nuestro trabajo. Otro problema, y también muy grave, es el de que se puedan producir o no pruebas judicialmente válidas sobre este tipo de hechos, que suceden en mugrientos retretes inasequibles a la mirada humana. Lo que hace tan difícil, por no decir imposible, la práctica de una vía judicial para la denuncia y la erradicación de esta gangrena.
Pero es que, además de esa constancia cotidiana, estos últimos días hemos tenido, una vez más, el informe de Amnistía Internacional, y, por si fuera poco, a las publicaciones (pocas) que dedican una atención permanente a esta insostenible situación se han unido ahora revistas de gran circulación popular que plantean el tema con cierto lujo de datos que desbordan, por la calidad de su propia elocuencia, alguna voluntariedad, que parece observarse, de presentar el fenómeno como compuesto de, digámoslo así, excepciones.
España, país de tortura, viene a decir Amnistía Internacional; pero no hay que esperar a lo que diga Amnistía Internacional para que el hecho nos golpee cada día con toda su enorme fuerza. Es una institución, la tortura, que por lo menos sonrojo, pero una gran cólera ha de suscitar en quienes somos o estamos españoles, que tanto da a estos efectos: nada, nada de una leyenda negra como tantas veces se ha dicho por la derecha española y ahora se suscribe en las esferas gubernamentales que aparecen como reproductoras, insensibles a la verdad, de los clichés con los que el franquismo trataba de amordazar tantas voces, entre las que, por cierto, no se hallaban -o sólo secundariamente se hallaban- las de la mayoría de quienes hoy se dicen socialistas y a los que nunca o casi nunca encontrábamos en los oscuros y amenazados espacios de la clandestinidad en los que reuníamos información y tratábamos, si no de atar las manos a los torturadores, que ello era imposible, sí, al menos, de elevar los testimonios al más público conocimiento. Así lo hacíamos. Así habrá que seguir haciéndolo, nadie sabe hasta cuándo.
Detrás de algunas puertas
Oscuros retretes, o algo así, hemos dicho. Lugares retirados de la mirada humana. Detrás de algunas puertas de aspecto muy inocente ocurren ciertas cosas abominables. Son espacios administrados con el dinero público en los cuales cualquier violación de la dignidad humana puede suceder. Entrar en esos ámbitos provoca un gran escalofrío: son espacios que dictan su propia legalidad. Espacios infernales, se podría decir. "Se detiene a un hombre... Este hombre deja en ese mismo momento de tener una existencia personal". ¿Quién dijo esto? ¿Cuándo lo dijo? ¿A qué se refería? ¿Se tratará quizá de un actual y naturalmente insensato apologista del terrorismo?
Me temo que alguien, al llegar este momento, piense en la violencia revolucionaria y en el terrorismo. Hay caballeros indignos que así se pronuncian cuando se habla de la práctica de la tortura. No soy tan joven como para no haber leído, en mi adolescencia, en la prensa de la Francia desgarrada, justificaciones más o menos veladas a las torturas que practicaban las milicias de Darnand contra los resistentes, en función del carácter terrorista de aquella resistencia a la ocupación nazi y a sus colaboradores franceses. También, en función de la violencia de la lucha por la independencia de Argelia, había quienes desviaban distraídamente la vista de lo que estaba sucediendo en los cuarteles a las órdenes del general Massu. Podría citarse ya un gran número de ejemplos. Pero también hay que recordar, en honor del trabajo intelectual, a tantos escritores como a lo largo de la historia -y también durante la historia reciente- han tenido el valor de no refugiarse en consideraciones malamente abstractas (o falsamente humanistas) de la realidad; y se me viene ahora a la memoria un caso que fue muy notable, por su excepcionalidad, en referencia al caso de la Rote Armée Fraktion, aquel artículo de Jean Genet en el que hizo su distinción entre violencia y brutalidad y en donde afirmó que "sólo la violencia puede acabar con la brutalidad de los hombres". También en aquel memorable artículo afirmó algo tan poco a la moda de la inteligencia europea como que "desde Lenin hasta nuestros días la política soviética nunca se ha apartado del apoyo a los pueblos del Tercer Mundo". Naturalmente, el corrimiento a la derecha del espectro intelectual de Occidente en su conjunto hace pensar que artículos como aquel de Genet resultarían hoy no sólo insólitos, sino, como se suele decir por parte de nuestros escritores y políticos bienpensantes, manifestaciones poco serias o irresponsables. Una terrible tempestad de buen sentido que acaba tomando la forma de una especie de sopa lúdica, patrocinada por los Estados más o menos socialdemócratas y por las grandes empresas del negocio cultural, ha acabado por hacer casi imposible que se alcen voces independientes e insumisas. El que así se manifiesta tiene "pena de la vida" en términos civiles. Sin embargo, no creo que seamos pocos los que, al menos en nuestro fuero interno, rechacemos con repugnancia cualquier justificación de la tortura en virtud de la guerra, las luchas armadas o, en su caso (hoy inexistente, strictu sensu), el terrorismo, actividad decimonónica que se caracterizaba formalmente por la indeterminación del objeto del atentado: "el acto es inútil ( ... ), es gratuito ( ... ), pero crea el desorden y el miedo". (Esta cita es de 1944 en un periódico francés, y la he recordado en otra ocasión; el artículo se refería a un proceso contra un grupo de terroristas que luego fue famoso por su patriotismo; pero es que, además, ellos formalmente no eran terroristas, dada la determinación y la precisión de sus objetivos. Poco tiempo después me puse a escribir el drama Prólogo patético, y hace pocos años se hizo en Francia un filme sobre aquellos hombres y su proceso: El afiche rojo.) Pero ¿por dónde íbamos y adónde? Trataremos de orientarnos en un próximo artículo.
*Hay que decir que no sólo el Ejército francés es responsable del fenómeno de la tortura durante la guerra de Argelia y que ésta fue una práctica corriente en las dependencias de la Dirección de la Seguridad del Territorio (DST), sita en la Rue des Saussaies, de París, cuyo presidente era M. Wybot. El hecho se producía, como siempre sucede, sobre la base de una amplia red de complicidades (médicos, jueces, etcétera). Allí se torturaba con métodos que son hoy familiares para nosotros: le basin (la bañera), el tratamiento á la broche (barra más electrodos), flexiones gimnásticas con guías telefónicas sostenidas en las manos por las víctimas con los brazos en cruz, etcétera. Incluso el lenguaje, del que se dieron suficientes testimonios en La gangrena, se reproduce hoy de manera casi literal en nuestras proximidades. Por entonces se dijo que se trataba de secuelas de la viruela nazi", pero es el caso que esta podredumbre (la palabra tiene ese significado originariamente) continúa. Para vergüenza de sus agentes, de sus cómplices y de todos nosotros a fin de cuentas.
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