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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otoño romano

FLAMINIO PICCOLI, presidente de la Democracia Cristiana, ha dimitido, anunciando que renuncia a su inmunidad parlamentaria para poder ser juzgado por los tribunales. Las acusaciones contra él son gravísimas: parten, de sus vínculos estrechos con Francesco Pazienzia (actualmente en EE UU y cuya extradición espera la justicia italiana), ligado a la Camorra y mezclado en casos de corrupción con motivo de ciertas obras de reconstrucción de Nápoles después del terremoto de 1980; metido asimismo en el asunto de los servicios secretos paralelos creados por el general Musumeci, detenido hace unos meses. No sería acertado considerar que estamos ante un escándalo más.Esta sucesión de corrupciones, de complicidades entre zonas de la vida política y de la delincuencia, refleja un fenómeno profundo: la crisis del sistema de poder que la Democracia Cristiana ha regentado durante casi 40 años en Italia. Las condiciones de la posguerra determinaron que el partido central de la sociedad italiana se encontrase con un Estado y estructuras económicas estatales heredadas del fascismo, con clientelas patriarcales precapitalistas en el Sur que entorpecían la naciente democracia. El período de auge de la economía, de los negocios fáciles, favoreció formas de corrupción más modernas. La Democracia Cristiana, en sus diversas etapas, asumió costumbres y estructuras podridas, utilizó para incrementar su influencia palancas poco limpias; todo ello con el objetivo casi único de conservar el poder. Personas que han sido -o son- en Roma grandes figuras respetadas, han edificado su fuerza social sobre raíces locales o provinciales que conectan con el mundo del crimen. Indiscutiblemente, este sistema político está en crisis desde hace bastante tiempo. Pero el ritmo de su descomposición se está acelerando. Hace 10 años, por ejemplo, hubiese sido inimaginable algo semejante a la dimisión del presidente Piccoli. Simplemente, desde su omnipotencia, la Democracia Cristiana no lo hubiese consentido. Ahora prefiere no hacer nada como partido, dejar que la justicia decida.

Desde el descubrimiento de la misteriosa logia Propaganda Dos (P-2), infiltrada en los puntos más delicados del Estado, se ha puesto en marcha un proceso de cambios. Por otro lado, los recientes golpes contra la Mafia han sido durísimos y empiezan a tocar nudos decisivos de su estructura. Han sido encarceladas, en particular, figuras máximas de la Democracia Cristiana siciliana, como Vito Ciancimino o los primos Salvo. En estos casos, la actitud adoptada por De Mita, el secretario general de la Democracia Cristiana, refleja una voluntad de limpieza y renovación interna que se corresponde bastante con lo que él anunció cuando asumió el cargo. Pero tiene ante sí un reto dificilísimo: convencer a los ciudadanos, antes de la primera convocatoria electoral, de que su partido ya no está encerrado en esa red de complicidades con la corrupción y la delincuencia que tantos hechos están poniendo en evidencia. Conviene insistir en el papel extraordinario desempeñado por un grupo de magistrados jóvenes, con un alto sentido de su profesión, que están rompiendo tabúes, arriesgando su carrera, incluso su vida, para que triunfe la verdad y la justicia. Otro factor esencial es la existencia en Italia de un juego político abierto, multipartidista. El papel del Partido Comunista italiano, que ha colocado la cuestión moral en el centro de sus ataques al Gobierno, ha sido importante. Pero también el de otros partidos más pequeños. Es obvio que un sistema bipartidista en Italia hubiese dificultado considerablemente el proceso al que estamos asistiendo de descubrimiento de las corrupciones.

Es demasiado pronto para saber cuáles pueden ser las consecuencias, en la vida social y política de Italia, de estos fenómenos que ocupan día tras día la primera página de los periódicos. Pero se percibe el despertar de una nueva sensibilidad en círculos muy amplios. Superando el clásico escepticismo mediterráneo, el italiano de a pie se pone a exigir moralidad en la vida pública como algo esencial. Es sintomático lo ocurrido en Palermo el pasado 26 de octubre: una masa de 20.000 personas se manifestó para apoyar a los magistrados en la lucha contra la Mafia. La figura venerable del presidente Pertini estimula esta evolución.

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