Homenaje al magisterio de Petrassi
El director italiano Massimo Pradella (Ancona, 1925), dirigió, creo que por vez primera, la Orquesta Nacional de España para recordar a su compatriota Goffredo Petrassi en su 80º aniversario. Como director muy ligado a la radio, suele Pradella confeccionar programas ajenos al repertorio más trillado, por lo que sus actuaciones ofrecen gran interés. Estamos ante un maestro de larga formación, mucha práctica, criterio amplio y gran instinto musical.
Los conciertos de Petrassi (Zagarolo, Roma, 1904) funcionan en el conjunto de su obra como las sinfonías en la de tantos clásicos, románticos y algunos modernos. Si seguimos la serie de conciertos, podemos estudiar la evolución del pensamiento creador del maestro y el creciente perfeccionismo de su escritura. Un trabajo entusiasta sobre lo sonoro, en cuanto tal y en cuanto significa, se une a un artesanado magistral en las formas y la conducción del discurso en el Quinto concierto, estrenado en Boston en 1955.
Música que rehúye cualquier concesión, cuando la escuchamos hoy y pensamos lo que sucedía por esas fechas en la música europea, se refuerza su carácter ejemplar de templada serenidad. Maestro de varias generaciones, Petrassi, un espíritu analítico unido a una imaginación pictórica, da una de sus mejores lecciones desde su misma actitud: la de escucharlo todo, estudiarlo todo y estar a punta de actualidad pero sin dejarse arrastrar ni deformar su estilo en aras de la moda.
Más allá del barroco
Quizá el Quinto concierto sea crucial en la importante producción petrassiana, pues en él hace crisis el tan cacareado barroquismo romano, quizá, por otra parte, más invención de cierta crítica que absoluta realidad. Los mayores entusiasmos de Petrassi fueron siempre más lejos del barroco, para encontrarse con la tradición de Claudio Monteverdi, Banchieri o Gesualdo.Un excelente flautista canadiense, Robert Aiken, fue solista en el atractivo y bien escrito Concierto de Jacques Ibert, compuesto en 1934 dentro del más caracterizado gusto francés, en el que la lírica de un andante central, vecina de Ravel, contrasta con la vivacidad lúdica de los tiempos extremos. El programa terminó con la: Primera sinfonía en do menor, op. 11, de Mendelssohn.
Como otras obras juveniles, anuncia una personalidad que en lo sustancial no variaría. Ni siquiera la perfección deja de' manifestarse con anticipada madurez, en un músico que a los 17 años había escrito la espléndida obertura para El sueño de una noche de verano.
Todas las versiones guardaron niveles técnico-expresivos de consideración, por lo que fueron muy aplaudidas.
Babelia
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