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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

China

DENG XIAOPING no duda en utilizar el término revolución para subrayar la importancia y profundidad de los cambios en la estructura y en el sistema económico decididos en la sesión del Comité Central del Partido Comunista Chino que se concluyó el sábado pasado. Desde hace tiempo, Deng y otros dirigentes vienen hablando de que la prioridad número uno es modernizar la economía; de que China tiene que convertirse antes de que termine el siglo en una potencia moderna. Esos proyectos serían ilusorios si no se produce un viraje radical en la manera de funcionar el aparato productivo: en las estructuras económicas, sobrecargadas de centralismo, burocratismo, de dogmas y concepciones viejas, y de hombres igualmente viejos. Tal viraje es el que se pretende dar con las decisiones del último Comité Central.Sería exagerado decir que las ideas que están en la base de dichas decisiones son completamente nuevas. Se han venido barajando en discursos, artículos, declaraciones, desde la muerte de Mao. Se ha hablado mucho de los efectos nefastos del igualitarismo, de la necesidad de una mayor flexibilidad y de una apertura hacia el exterior. Pero la resistencia a la realización efectiva de cambios en ese sentido ha sido enorme, y lo sigue siendo, como se reconoce incluso en la resolución del Comité Central. Están en juego fuertes intereses, posiciones de poder, concepciones muy arraigadas, mitos asociados a los momentos legendarios de la historia revolucionaria de China.

La reforma, o la revolución si empleamos el lenguaje de Deng, que ahora se quiere llevar a la industria y a las ciudades, se inició a partir de 1978 en el campo. Fue la introducción de lo que se llamó sistema de responsabilidad, que ponía fin a las comunas y devolvía un papel preponderante en la agricultura a las unidades familiares, estimuladas por el mercado y la desigualdad de las retribuciones, relacionadas ahora con los rendimientos. Como consecuencia de ello, desde 1978, la agricultura ha elevado su producción y asimismo el nivel de vida de la población rural. Este éxito ha sido el argumento decisivo para que el Comité Central haya votado las propuestas de una transformación profunda en la economía industrial.

Los dos enemigos con los que se enfrenta la actual reforma son, de un lado, el centralismo burocrático de una planificación estatal, y de otro, el igualitarismo. Cuando la dirección china logró poner fin a la revolución cultural, que había descentralizado muchas cosas, pero provocando a la vez un verdadero caos, resurgió la anterior estructura estatalizada y centralizada al máximo, de corte soviético. Desde entonces se han modificado muchas cosas, sobre todo la apertura hacia el exterior y el esfuerzo por incorporar tecnologías modernas de países como Japón o EE UU. Pero lo que plantea la reforma de ahora es un reto mucho más ambicioso: se trata de deshacer la vieja estructura y crear otra; hacer de las empresas entidades con autonomía; dejar un espacio a las leyes del mercado; aceptar la competencia; limitar la planificación, la esfera del Estado, solamente a algunas zonas. A la vez, promover cuadros más jóvenes, con una formación de hoy, con mentalidades nuevas, y elevar el papel y el peso social de los tecnócratas.

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¿Significan esos cambios un abandono del socialismo? Es curioso que el propio texto del Comité Central conteste a esa preocupación, señal de que el tema se debate. El esfuerzo ideológico principal de los comunistas chinos se centra en distinguir entre socialismo e igualitarismo. En la etapa semicolonial, el hambre causaba numerosas muertes, con relativa frecuencia, en regiones agrarias de China. La probreza para todos..., sin morirse de hambre (que eso eran, en el fondo, las .comunas populares), no era un ideal descabellado. Pero ese sistema destruía las bases de un posible desarrollo; acrecía el atraso, ya terrible, de China. Por eso el actual objetivo de la modernización exige combatir los residuos de las concepciones igualitarias. En el terreno económico, las decisiones del último Comité Central prevén un nuevo sistema de salarios y precios, relacionando el salario con el rendimiento y retornando a precios reales. Hoy el 25% de los gastos del Estado está dedicado a financiar precios fijos, bajos, de ciertos alimentos, de la vivienda y los transportes. Éste es el problema más delicado, y se insiste en el carácter gradual de las medidas previstas.

No se pueden comparar los cambios económicos que se anuncian en China con reformas conocidas en otros países socialistas, como Hungría. Tienen mayor profundidad, tienden a transformaciones sustanciales, cualitativas. Se combinan, además, con una apertura creciente al intercambio, incluso a las inversiones extranjeras. Pero el papel del Estado y del Partido Comunista seguirá siendo decisivo. La pregunta que surge es si un sistema político basado en un partido único logrará sacudir los dogmas de su pasado y dar a la economía el grado de flexibilidad, dinamismo y capacidad innovadora imprescindibles para una obra tan gigantesca como la modernización de China. No cabe en esto invocar otras experiencias. Pero la historia está abierta a realidades sin precedentes.

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