_
_
_
_

Enriqueta Lewi

Secretaria de Ramón y Cajal durante los últimos ocho años de vida del premio Nobel español

Dice que lo más importante que le ha ocurrido en la vida es haber conocido a Santiago Ramón y Cajal. Fueron los ocho años más intensos que recuerda Enriqueta Lewi, de 74. años, secretaria del premio Nobel español durante los últimos años de su vida. Una etapa en la que se recuerda a sí misma "sobreexcitada de ánimo" y que define como su primera universidad. Estos años junto a Ramón y Cajal, en su mismo despacho, le han permitido conocer aspectos inéditos del hombre y del científico y escribir un libro, Así era Cajal. Ahora, ya jubilada, prepara otro sobre el aspecto social de su obra.

Tenía tan sólo 16 años, cuando comenzó a trabajar con Santiago Ramón y Cajal, pero ya era perfectamente consciente de la importancia que esa etapa tendría para el resto de su vida. "Yo me incorporé con un entusiasmo enorme porque para mí significaba mucho que aquel hombre, que era el sabio más sabio de todos los sabios del mundo, estuviera esperando que terminara mis estudios, y que subiera a mi casa a decirle a mi madre: 'Por favor, esa pequeña que no se coloque en ninguna oficina, que quiero que trabaje comnigo'".La "pequeña", o "Ketty", que era como la llamaba Ramón y Cajal, hablaba perfectarilente alemán, la lengua de su padre, además de francés e inglés. Algo que apreciaba sobremanera. el premio Nobel español -que sólo se defendía en italiano y francés- en un momento en que el idioma de las neurociencias era precisamenta aquél.

"El primer día me dijo: 'Mire, pequeña, yo soy sordo, pero no tanto, y no me gusta que me griten. Si se acerca y me habla bajito, yo le oigo perfectamente'. Cuando alguien le hablaba a gritos desde lejos no le gustaba, y aunque no se enteraba de lo que decían, le decía: 'Que no soy tan sordo'", recuerda Enriqueta.

Tras la muerte de Ramón y Cajal, Enriqueta Lewi continuó trabajando con científicos de su escuela hasta que la guerra civil la obligó a exiliarse a la URSS, donde pudo materializar en estudios universitarios esas ansias de saber que le inculcara Ramón y Cajal. Allí estudió pedagogía de lenguas extranjeras y se doctoró en Ciencias Históricas. Tras un paréntesis de cinco años en China. regresó a España, hace 13 años, reincorporándose al Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Niega que Ramón y Cajal fuera adusto, y, por el contrario, afirma que era afable, además de sencillo y muy agradecido con sus colaboradores. Me muestra una foto dedicada por el maestro: "A Ketty, compañera de trabajo y amiga", y un libro de Bacon plagado de notas escritas a lápiz por Ramón y Cajal en las contraportadas y en los márgenes, porque "dialogaba con los autores escribiendo en los libros comentarios y opiniones, e incluso mostrando su acuerdo o discrepancia".

"Un verano me dijo que no me fuese de vacaciones porque quería que le ordenase su biblioteca particular. Le hice una catalogación muy sencilla, por materias y autores, y le pareció muy bien, pero luego no encontraba los libros porque no los volvía a colocar en su sitio, así que un día me dijo: 'Mire, pequeña, ese método de usted será muy moderno, pero no funciona'. Y al final si no encontraba un librole daba vergüenza decírmelo y compraba otro, de manera que teníamos muchos ejemplares repetidos que luego me regalaba".

Enriqueta cree que Ramón y Cajal no hubiera muerto ese 17 de octubre de 1934 de no haber padecido las secuelas que le quedaron de la guerra de Cuba, y que le hacían sufrir dolores intestinales y de pecho. "Cuando el tiempo se estropeaba cogía inevitablemente una gripe. Y no tomaba los medicamentos que le recetaban los médicos, aunque ellos no lo sabían. Se hacía sus propias medicinas, en una especie de almirez, empleando productos químicos".

Recuerda a Silveria, la mujer del científico, ya anciana y muy guapa todavía, "que él describía como si fuera la heroína de una novela, y que fue quien le liberó de su padre. Gracias. a ella pudo ser artista, como quería, y descubrir los secretos de la naturaleza que buscaba en el cerebro".

"Fueron ocho años muy intensos", dice Enriqueta evocando las múltiples tardes de sábado y domingo que pasó durante su adolescencia trabajando junto a Ramón y Cajal, en el laboratorio o en su casa, mientras sus amigas iban a divertirse con sus novios o amigos.

"Yo estaba encantada de ir a trabajar los fines de semana con él. A veces se echaba en un diván y durante horas y horas me contaba cosas de sus viajes, de libros que había leído y que me aconsejaba. Yo, sentada en un taburete frente a él, le escuchaba completamente embelesada. Durante aquella época aprendí muchísimo".

Reconoce que le debe incluso su toma de conciencia ideológica: "Él era muy liberal, y yo creo que, aunque no tenía conciencia de ello, era socialista". Y concluye que "Cajal despertó en mí la necesidad de saber. Lo único que lamento ahora es no haber tenido entonces la cultura que tengo ahora para ayudarle más y poder darle una explicación sobre ciertas cosas que él rechazaba, como el arte de Picasso o de Kandinski y las autonomías".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_