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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los precios de la gasolina

LA DECISIÓN de Noruega de bajar unilateralmente el precio de su crudo en 1,50 dólares por barril, que ha sido seguida de forma inmediata por el Reino Unido, ha dado un nuevo vuelco al deprimido mercado mundial del petróleo, en el que parece anticiparse una caída en cadena de las tarifas del crudo en origen. Estas expectativas no pueden ser mejor noticia para los consumidores occidentales, y en especial para los españoles, ya que se producen precisamente en un momento en que el Gobierno está estudiando un incremento de los precios de los carburantes y productos derivados del petróleo, con el fin de paliar los efectos de la subida del dólar.Como consecuencia de estos acontecimientos, que han de confirmarse en la reunión que la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ha convocado para el próximo 29 de octubre en Ginebra, el Ministerio de Economía y Hacienda ha replanteado su prevista subida de los carburantes y ha retomado sus estudios previos en la esperanza de limitar los efectos de la misma sobre el consumidor. Aunque todavía es prematuro anticipar decisiones, parece que la política será transmitir al consumidor el efecto encarecedor de la factura petrolera que viene obligado por el alza del dólar, moneda de pago de los crudos importados, y no aprovechar la situación para aumentar la fiscalidad de los carburantes.

La caída de los precios del crudo no es más que la consecuencia directa de la política ciega de los países productores de maximizar sus ingresos petrolíferos en unos momentos en que la coyuntura de la economía mundial les era favorable. Esta estrategia dio resultados positivos a corto plazo, por coincidir las dos ocasiones en que se ensayó con la revolución islámica en Irán y con la guerra del Yoin Kippur en 1974, pero ahora se ha vuelto contra sus patrocinadores. Espoleados por unos precios desorbitados de los crudos, los países industriales han sustituido en gran parte su consumo por otras energías más baratas o más eficientes. Al mismo tiempo, los altos precios han hecho rentables las nuevas exploraciones y han permitido la aparición en el mercado mundial de otros productores, como los situados en el mar del Norte o en México.

Como resultado, la OPEP apenas controla hoy algo más del 40% del mercado mundial de petróleo, y, pese a sus esfuerzos y sacrificios para actuar en cártel, se ve cada vez más incapaz a la hora de mantener la disciplina entre sus miembros y, sobre todo, de preservar una estructura de precios que les sea favorable. Frente a un consumo de petróleo en el mundo occidental de unos 45 millones de barriles diarios, la OPEP sólo controla la venta de 17,5 millones.

El consorcio petrolero tratará en Ginebra, presumiblemente, de evitar que los países englobados en el cártel rompan su disciplina, y al mismo tiempo buscará nuevas fórmulas para evitar el colapso de los precios. Pero también puede suceder que la organización, que presenta importantes fisuras por las necesidades financieras perentorias de algunos de sus miembros, dé marcha atrás en sus planteamientos e inicie una nueva estrategia basada en un precio del crudo más próximo a la realidad que impone la actual situación de estancamiento económico del mundo occidental, especialmente el europeo.

En cualquier caso, las consecuencias de una política de la OPEP más racional tendría efectos múltiples sobre la economía mundial, algunos buenos y otros no tanto. Una estrategia de precios bajos para el petróleo modificaría de raíz algunos de los planteamientos en que se basan hoy día determinadas reconversiones industriales en las naciones desarrolladas y detendría momentáneamente la fuerte aceleración del proceso que conlleva la nueva división internacional del trabajo. Para España, aunque el efecto sea mínimo por ahora, supondría un nuevo balón de oxígeno en la política de ajuste y de salida a medio plazo de la crisis.

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