Confusión en el congreso laborista
LA CONFERENCIA anual del partido laborista británico se ha desarrollado en tres planos entrelazados: uno es la lucha por el poder entre el propio líder, Neil Kinnock, al frente de la línea centrista y la facción radical de Tony Benn; el segundo es la presión que ejercen los sindicatos sobre la dirección laborista, unida a la gravedad de la situación social, de la que la huelga minera es sólo un aspecto, pero que se centra en el aumento del paro y en temas como la desnacionalización de industrias y la función de la policía al reprimir piquetes y barricadas de huelguistas; y el tercero, la ofensiva laborista contra el Gobierno conservador convirtiendo la tribuna de la conferencia en mitin electoral, sin ahorrar recursos como la condena del hundimiento del crucero argentino Belgrano erigida en ejemplo de brutalidad inútil y cruel en la pasada guerra de las Malvinas, unida a la de la actual política de fortificación del archipiélago y negativa a reanudar negociaciones sobre la soberanía del mismo.Ha estado presente en toda la conferencia un exquisito cuidado no siempre afortunado de hablar para la galería. Al condenar, por ejemplo, la violencia de los mineros huelguistas porque "hace el juego del Gobierno" y no porque esa violencia carezca de razón, Kinnock actuaba de manera escasamente sutil en la medida en que trataba de contentar a todos los públicos, tanto a quienes así se despachaban contra los mineros que querían trabajar pese a la huelga, como a quienes horroriza el despliegue de malos modos. Aunque el horizonte electoral esté aún lejano el precedente de las elecciones europeas alimenta las esperanzas laboristas; y existe el estado de opinión muy generalizado de que la primera ministra Margaret Thatcher se ha desgastado por su obsesión en hacer gala de su propia dureza: la inflexibilidad que había convertido en su mejor argumento electoral podría ser ahora una coraza demasiado estrecha que la impidiera moverse con la agilidad que exigen las nuevas situaciones; y la huelga minera vuelve a utilizarse, en consecuencia, como ejemplo de hasta dónde se pueden deteriorar las situaciones por esa misma falta de flexibilidad. Hay en el partido laborista un ambiente de victoria ante las futuras elecciones.
Pero esta oportunidad en la que muchos parecen creer a pies juntillas se basa en la opinión de que la alternativa del poder reside precisamente en Neil Kinnock y su política basada en la más tradicional cepa galesa -vehemencia, pero autocontrol- que puede ilusionar a lo que se supone que forma hoy la mayoría del país: una especie de burguesía media amenazada de aplastamiento. El partido conservador ha ido cobrando, en esta tesitura, un cierto aire de radicalismo y el laborista aparece casi como moderado, rostro que han ido adoptando sucesivamente los otros socialismos europeos, con los resultados electorales que se conocen. Los enemigos de Kinnock han obtenido algunas victorias en mociones presentadas al congreso, pero no han dañado su figura de líder inevitable sino inmejorable. Todas las intervenciones del propio Kinnock han sido las de un primer ministro expectante más que la del líder de un partido en situación difícil; es decir, se ha inclinado más hacia los electores que hacia los militantes y los sindicalistas.
Sin embargo, en la discusión sobre poIítica exterior, el congreso laborista ha dado un paso más en la definición de una política netamente contraria a los armamentos nucleares. Si las tesis extremistas, que propugnaban la salida de la OTAN, han sido derrotadas, en cambio las mociones aprobadas implican el compromiso de que un futuro gobierno laborista liquidaría el armamento nuclear británico, y desalojaría el despliegue atómico norteamericano en el país.
Queda para cualquier examen el tema de si el partido laborista responde o no a los desafíos de la contemporaneidad; muy matizada por la realidad de que el partido conservador no está respondiendo a esa demanda, y que las nuevas o antiguas fuerzas políticas alternativas no ofrecen tampoco soluciones. Los conservadores comienzan hoy su conferencia anual que va a ser en parte una réplica a los esfuerzos pre-electorales de los laboristas, pero será muy interesante comprobar si dentro del partido hay disentimiento suficiente para denunciar el riesgo de un Gobierno que sólo sabe decir no, como el de la señora Thatcher.
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