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Tribuna
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Medios de comunicación

Un gran club en el espacio, la feria de Medina del Campo en las ondas, un superconfesionario público abierto las 24 horas del día. Éstos son los medios de comunicación en Estados Unidos. Entre la guarida del hogar y la plaza abierta, lo privado y lo público, flota una plataforma de presentación civil, donde los individuos se transforman convertidos en media.

La radio y la televisión, la publicidad y las encuestas, las cartas y declaraciones populares a los periódicos, las formas de asistencia y relación psicocomercial por teléfono y correo componen una malla donde descansa la más promiscua comunicación entre los ciudadanos. Uno a uno y cara a cara acaso se digan poco o nada, pero en los medios de comunicación son muy locuaces y confidenciales, hablan sin inhibición de sus fantasías y de sus miserias, gesticulan con la antigua naturalidad de un vecindario. Esto es sin duda un espectáculo.

A esos peatones aparentemente homogéneos y presos del silencio se les enfoca una luz, se les arrima un micrófono o un encuestador y se animan como resucitados. Nada les estimula más que aprovechar la oportunidad para precipitarse en el strip-tease político, moral o sentimental que tanto tiempo estaban esperando.

Casi una cuarta parte de los hogares norteamericanos están compuestos por una persona y una tercera parte más los habitan solamente dos personas. La vuelta a la llave del apartamento se corresponde con la inmediata vuelta al interruptor de la radio o de la televisión. No se pueden juzgar todas las emociones, pero cuando la voz y la pantalla se alumbran y llega el show de la clase media convertida en media es seguro que se recibe algo más que un entretenimiento. La suegra, el tipo de la lavandería, la amante están ahí. Ahí se ve por fin al vecino, tan imbécil como uno mismo, contando de una vez lo que nos pasa. ¿Para qué comunicar, pues, directamente si además así se dispone a voluntad de un click para hacerlo desaparecer cuando nos plazca?

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