La secta de no fumadores
Un restaurante lleno de comensales, termina la comida, pasa el tiempo y nadie fuma. Un estadio atestado, vociferan y ninguno fuma. Un prado donde se recuesta una muchedumbre el domingo por la tarde, se contempla y nadie fuma. Una suerte de guadaña silenciosa ha pasado por el rostro de estos norteamericanos y les ha segado el pitillo. Una ausencia de humo y de los gestos de fumar extasian el ambiente. Los pocos fumadores están estigmatizados. Se les reconoce en los rincones de los cafés, sentados en un acotado grupo de mesas detrás de un rótulo que indica su vicio. Incluso al aire libre es visible cómo encienden su cigarrillo con premura y procuran no mirar alrededor.Fumar en Estados Unidos es, tras varios años de campaña, un desafío de delincuente. Los comercios especializados en tabaco, pipas y complementos están muy cerca de caer bajo el concepto de armerías a cuyos visitantes Dios sabe qué impulsos marginales motivan.
¿El cáncer? Sólo los médicos saben que el tabaco produce cáncer. Los pacientes sólo lo saben porque lo dicen los médicos. ¿El pecado? Sólo los sacerdotes saben los efectos nocivos del pecado. Los feligreses únicamente creen saberlo porque creen en ellos. Es siempre un asunto de fe en aquellos que proclaman su privilegiado contacto con Dios o con la ciencia. En ambos casos se trata de sanidad o de curas. Instancias profesionalizadas y destinadas a corregir el placer equivocado y ofrecer la dulce promesa de más vida. Más vida aquí con la medicina o más vida más allá con los sacramentos. Previenen contra la muerte, pero también enarbolando la muerte, mientras predican la vida.
La gran mayoría de norteamericanos no fumadores hoy son arrepentidos, enérgicos fanáticos, por tanto, que a menudo operan con los incómodos modales de una secta. Pero "si el fumar no es un verdadero placer", dice un anuncio de cigarrillos, "¿por qué molestar tanto?"'. Mas éstas son palabras que pronuncia la ceguera de los condenados.
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