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Tribuna:El asno de Buridán
Tribuna
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Donde dobla el horizonte

Desde mi casa de la Bonanova se ve la isla de Cabrera, de tan dramático recuerdo, ya distante; en los días claros del invierno, cuando la calina no se levanta de la mar, suele dibujarse nítidamente recortada sobre el horizonte. También hacia el Sur, y fuera del alcance de la vista, queda la costa de África; los meridianos de Mallorca, Menorca e Ibiza pasan por Argelia, que queda no demasiado lejos. África no se ve, pero está ahí y es tierra casi al alcance de la mano.Cuando yo era pequeño, África significaba una referencia permanente para los españoles y allí -a Marruecos, lfni, Río de Oro, Río Muni, Fernando Poo, Annobón, Elobey y Corisco- se iba a hacer carrera militar, administrativa o comercial. Europa se volcaba en los últimos coletazos de la aventura colonial y lo africano estaba de moda entre nosotros; perdidas ya Cuba y sus tabacos de Vuelta Abajo y sus muebles de caoba, y las Filipinas y sus mantones de Manila y sus collares de perlas negras, lo africano seguía estando de moda entre nosotros. Cuando yo era pequeño aún se enseñaba a las visitas el salón moruno, con sus muebles de taracea, sus cojines de cuero repujado y sus bandejas de latón brillante y geométricos dibujos. A mí siempre me parecieron horribles, pero. no podía decirlo porque teníamos un tío abuelo general. Luego, anclando el tiempo, la guerra civil se encargó de renovar, enclave trágica, los lazos y las vinculaciones. África era, por fuerza, parte de nosotros, y los españoles asumimos la folclórica presencia de las chilabas en la escolta del jefe del Estado y aun en las Cortes Españolas.

No ha pasado demasiado tiempo y, sin embargo, hoy ya nadie se acuerda de África. Su cercanía no va más allá de ser una circunstancia geográfica sin mayor importancia -quizá porque los turistas casi nunca son africanos- y el Sur no es sino el incómodo manantial del cálido y seco viento del desierto. De cuando en cuando alguien se anima a acercarse a tierra de moros y vuelve admirado de su propia hazaña, que cuenta envolviéndola en muy aventurero misterio. África dejó hace ya tiempo de tener interés de ningún tipo, salvo para los arqueólogos, los historiadores y los traficantes de armas o de hachís. África, como Persia para lo 3 ilustrados franceses, no existe.

Pero, de pronto, el África mediterránea, ésa que tenemos ahí enfrente, cobra un nuevo valor. Hizo falta el rasgo de genialidad rayana en el surrealismo de uno de los diversos visionarios fundamentalistas que nos rodean para devolver a África y lo africano su valor referencial. Salvo que esta vez la historia ha dado una vuelta más en los recovecos de su tuerca y los españoles -y quizá no sólo los españoles- miramos a África con ojos no poco recelosos, y como fuente de amenazas. La hermandad un tanto bufa y disparatada de Marruecos y Libia ha servido, al menos, para animarnos a desempolvar rápidamente nuestras nociones de táctica y estrategia y para enterrar, ¡a ver si ahora va de veras!, a Abdel-Krim, el desembarco de Alhucemas y los marciales compases de la marcha de Los voluntarios. El arte militar es cada día que pasa menos pintoresco y conviene que los españoles nos vayamos acostumbrando a saberlo. Marruecos y Libia al alimón, por difícil y aventurado que resulte el grotesco noviazgo en el que se han metido -y que no hace falta ser un lince para augurarle un fin muy parejo al rosario de la aurora-, significan un serio revés para los planes estratégicos del Gobierno y de la milicia.

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Resulta sorprendente -y también alarmante- el ver cómo un pacto sobre cuya fragilidad pueden apostarse, sin riesgo alguno, todas las fortunas que se tuvieren a mano ha cambiado de repente no pocas de las claves de nuestra política interior y exterior. Desde el momento en que perdimos, hace ya siglos, la iniciativa diplomática en el mundo, el diseño de las claves de nuestra actividad pública -en la escasa medida en que ha existido como plan coherente, y no como mero reflejo condicionado frente a las exigencias externas- apenas ha podido hacer más cosa que intentar adivinar sucesos. La prospectiva política es ciencia un tanto afín a la quiromancia, y como tal debe prever una alta dosis de sorpresas. Pero esta vez hemos aprendido, supongo que para siempre, que el mundo está definitivamente loco, quiero decir más loco que una cabra, y que los desmelenados guerrilleros asidos al purismo de la revolución permanente pueden enamorarse sin mayor sobresalto de una monarquía absoluta y de prescrito corte medieval.

Semejante desaforado disparate -insisto- cambia de raíz no pocas de las claves de nuestra política, puesto que resulta absolutamente indigno de recibo

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cualquier planteamiento que se base en el análisis racional de ideologías, áreas de influencia y ambiciones geopolíticas. Los pactos contra natura han sido siempre capaces de sazonar lo más áspero de las rutinas históricas, pero nunca hasta este punto y en semejantes términos.

En un plazo razonablemente breve, el Gobierno va a plantear el refrendo popular a la permanencia de España en la OTAN, asunto que ha empujado ya a la movilización dialéctica, la sorpresa y el relativo sonrojo tanto de la intelectualidad como de la clase de tropa de nuestro país. El español medio sabe muy poco de la OTAN y quizá sea ésa una de las claves precisas para poder realizar la consulta sin que los matices acaben por ahogar el sentido de la pregunta. Pero lo que sí sabe casi todo el mundo es que la OTAN, como organización, permanece ajena a cuanto suceda o pueda suceder en territorio africano. Ni Ceuta ni Melilla quitarán el sueño a los belgas, los ingleses o los yanquis, pero sí pueden quitárnoslo a los españoles. Tampoco la situación era como para preocuparse mientras nuestro problema doméstico estuviese limitado a lo que nos enseñaban los manuales estratégicos al uso hasta hace un par de meses. Pero ¿y ahora?

Ahora, vuelvo a insistir, todo ha cambiado. Y pienso que sería quizá oportuno -y también razonable- el que se nos explicase, a grandes rasgos y sin entrar en matizaciones capaces de aplazar la respuesta indefinidamente, de qué forma puede afectar a nuestra posible permanencia en los diversos organismos de la OTAN este maridaje entre libios y marroquíes. Debemos evitar que el horror y amenaza de los bien lejanos hunos, vencedores y también cómplices de los alanos, nos enturbie el ánimo y nos ciegue el mirar ante lo cotidiano e inmediato. Al levantar la vista y contemplar la mar de la bahía de Palma, no se ve África, es cierto, pero está ahí, un poco más allá de la isla de Cabrera y justo donde dobla el horizonte.

Copyright Camilo José Cela, 1984.

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