Unión y frustración en Israel
POR FIN, la crisis de Gobierno israelí se ha solucionado con una fórmula de unión nacional, Simón Peres encabeza un Gabinete en el que participan conjuntamente el Partido Laborista y el Likud; su presidencia durará dos años, después de los cuales los papeles se invertirán: Peres pasará a la vicepresidencia y a Asuntos Exteriores y Shamir asumirá la presidencia durante los dos años si guientes. Para lograr este resultado, los laboristas tuvieron que negociar paralelamente la fórmula alternativa de un Gobierno laborista apoyado por pequeños partidos. Esta eventualidad ejerció una presión dentro del Likud y acalló los reductos de intransigencia que, en el seno de la derecha, se negaban al acuerdo con la esperanza de recuperar la jefatura del Gobierno. A primera vista, la solución lograda es políticamente contra natura: la mezcla del agua y del aceite; las elecciones se hicieron en un clima de enfrentamiento encarnizado entre el Likud y los laboristas. Éstos. pedían el voto precisamente para echar al Likud del poder y poner fin a una política que tenía consecuencias catastróficas para el país: en primer lugar, con el fracaso de la expedición militar contra Líbano; al mismo tiempo, con una gestión económica que coloca la inflación en un 400% y deteriora seriamente las condiciones de vida de la mayoría de la población. La respuesta del electorado no fue neta: los laboristas superaron los votos del Likud, pero con un margen escaso. El recurso a una fórmula de unión nacional, aunque el primer presidente sea el dirigente laborista Peres, representa, por lo menos, una semivictoria para la coalición de partidos de derecha que ha gobernado durante un largo período, con Beguin primero, y últimamente, con Shamir.Un caso casi simbólico es el de Sharon, antiguo ministro de Defensa y principal causante de la agresión contra Líbano: fue apartado de dicho cargo, aunque no del Gobierno, cuando se demostró su responsabilidad en las matanzas de Sabra y Chatila. Ahora vuelve a ocupar un puesto ministerial, junto con los laboristas. ¿Cabe manifestación más obvia del paso atrás que éstos han dado?
Es probable que un Gobierno de unión nacional facilite sacar adelante, con un mínimo de convulsiones políticas, algunos problemas angustiosos sobre los que existe un consenso muy amplio; por ejemplo, la retirada de Líbano de las tropas israelíes, y en el terreno económico, un severo plan de austeridad. Hay que advertir que todas las carteras económicas siguen en manos del Likud y que el laborismo va a tener que cargar con la responsabilidad de una política sumamente impopular. En términos más generales, el recurso a una fórmula política de unión nacional tiene justificación cuando un país necesita hacer frente a una amenaza muy grave que supera en cierto modo las diferencias políticas y sociales. Pero no es éste hoy el caso de Israel., Y cabe temer que pronto suman una serie de aspectos negativos: la inercia de un Gobierno paralizado por sus contradicciones, incluso ciertos peligros para el sistema democrático en sí. Numerosos electores laboristas tienen que sentirse frustrados al constatar que su voto por un cambio sirve, de hecho, para un continuismo, poco mitigado por la presidencia de Peres. Las tendencias extremistas de uno y otro signo pueden recibir estímulos. El hecho más grave es que la izquierda israelí -como una esperanza y una alternativa susceptibles de contribuir en el futuro a unas relaciones diferentes, no exclusivamente militares, con el mundo árabe ha quedado cuarteada, eliminada, con el surgimiento del Gobierno encabezado por Simón Peres. O reducida a actitudes sumamente minoritarias y marginadas.
En cuanto a las consecuencias internacionales, asistimos a un retroceso de los procesos que parecían abrir posibilidades de soluciones negociadas de los conflictos de Oriente Próximo, incluso de la cuestión palestina. En el mundo árabe se producen cambios de efectos aún imprevisibles. Se habla más que nunca de la causa palestina, pero con interpretaciones cada vez más divergentes. La OLP misma no logra superar su crisis interna. Muchos sectores europeos han considerado un eventual triunfo laborista en Israel como uno de los factores susceptibles de crear nuevas perspectivas en esa región del mundo con el inicio de conversaciones con Jordania y, más o menos indirectamente, con los palestinos. Pero el carácter del Gobierno que hoy encabeza Simón Peres no permite conservar esa esperanza.
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