Los conservadores de Canadá, a punto de arrebatar el poder a los liberales de John Turner
, En medio de una crisis económica generalizada, la más grave que ha afectado al país desde los años de la gran depresión, Canadá celebra mañana, martes, sus primeras elecciones generales desde la dimisión, el pasado 3 de marzo, del hombre que ha dominado la escena política canadiense en los últimos 16 años, Pierre Elliot Tradeau. Tras un largo fin de semana, prolongado por la conmemoración hoy, lunes, de la fiesta del trabajo, cerca de 17 millones de canadienses acuden a las urnas para elegir a los 282 miembros de la Cámara de los Comunes en el Parlamento federal de Ottawa, una impresionante serie de edificios de piedra roqueña con tejados de cobre, enmohecidos por la nieve y la lluvia, que quieren recordar las sedes de las cámaras británicas en Londres.
La era pos-Trudeau comenzará el próximo día 17 cuando el nuevo primer ministro jure su cargo ante la gobernadora general, Jeanne Sauve, representante personal de la reina Isabel de Inglaterra, jefa del Estado constitucional de Canadá. Este país se aferra a la fórmula monárquica del Estado como un signo más de afirmación de su personalidad frente al poderoso vecino del Sur, y su tradición monárquica se recuerda a diario con la interpretación a mediodía del God save the Queen en Parliament Hill, la colina donde se encuentra el Parlamento.Si hay que hacer caso a las encuestas y sondeos de opinión, a los analistas y comentaristas políticos, a todos los medios de comunicación e incluso a varios miembros del Partido Liberal, la victoria del Partido Conservador Progresista, que encabeza Brian Mulroney, está cantada. Los dos últimos sondeos de opinión publicados el sábado reflejaban casi idénticamente un abrumador margen de dos a uno de los conservadores frente al Partido Liberal del primer ministro John Turner, actualmente en el poder.
El efecto desmoralizador de las encuestas entre las masas liberales y los líderes del partido ha sido abrumador y ha quedado ilustrado gráficamente el pasado sábado con la publicación de una fotografía en un periódico de Toronto de una joven admiradora del líder liberal John Turner agitando una pancarta. En la pancarta se podía leer: "Con Dewey también se equivocaron", una referencia a las elecciones presidenciales norteamericanas de 1948, cuando contra todo pronóstico Harry Truman derrotó por una gran mayoría al favorito de todas las encuestas, el gobernador Thomas Dewey. Incluso el viceprimer ministro y ministro de Asuntos Exteriores, Jean Chretien, declaraba la pasada semana al periódico de Quebec Le Soleil: "No me va a entrar el pánico. Sé hacer otras cosas además de ser diputado. Si pierdo, volveré a la práctica de la abogacía". La declaración de Chretien, el gran contrincante de Tumer en la lucha por el liderazgo liberal, fue inmediatamente explotada por Mulroney, quien afirmó en un mitin: "El propio Chretien ha tirado la toalla".
Errores y zancadillas
Así las cosas, la pregunta es obvia: ¿por qué Turner convocó las elecciones generales el pasado mes de julio cuando podía haber prolongado su mandanto constitucional hasta mediados de 1985? La respuesta también es obvia: porque en esos momentos, y como consecuencia de su victoria en la convención liberal que debía elegir al heredero de Trudeau, su popularidad en la calle era grande y las encuestas daban entonces a los liberales un margen de 11 puntos sobre los conservadores. La falta de estrategia del partido, los errores garrafales cometidos por Turner en la campaña y las zancadillas de algunos miembros de su partido han ido reduciendo primera y anulando después esa ventaja inicial hasta invertirse totalmente las tendencias.Tumer se dio cuenta inmediatamente de tomar posesión de su cargo de primer ministro en sustitución de Trudeau de que para hacer frente a la desastrosa herencia económica recibida, que incluye la tasa de desempleo más alta de la historia canadiense, un 12%, y una cifra récord en el déficit del presupuesto federal, 25.000 millones de dólares canadienses (más de tres billones de pesetas), necesitaba someterse a una votación popular, máxime si se tiene en cuenta que Turner no era miembro de la Cámara de los Comunes desde que abandonó su cargo de ministro de Hacienda, en 1975, tras una pelea con Trudeau.
El primer ministro captó igualmente el sentir del canadiense medio, que deseaba ver caras nuevas y modos de actuar también nuevos tras 16 años de política llevada a cabo por su antecesor y los miembros de su camarilla hasta unos límites en que muchos canadienses identificaban la burocracia civil federal con los amigos de Trudeau. Todo el mundo coincide en que el deseo de cambio es general en el país. Lo importante es convencer al electorado de qué líder y qué partido va a realizar mejor el cambio.
El primer error de Turner fue aceptar "la lista de honores" dejada por su antecesor como una flecha envenenada y.pedir a la gobernadora general la aprobación de esa lista, en la que los colaboradores más cercanos de Trudeau eran nombrados senadores, jueces y embajadores. La lista de honores, conocida en los países de tradición británica como patronage, es siempre resuelta por el primer ministro saliente, nunca por el entrante.
La opinión pública y los medios de comunicación pusieron el grito en el cielo. En el primer debate televisado, Mulroney criticó duramente a Turner por plegarse a las exigencias de su antecesor. "No tenía otra opción", fue la débil contestación.del primer ministro.
La imagen de hombre independiente dispuesto a llevar al Partido Liberal por nuevos derroteros quedó destrozada en ese momento. Las cosas empeoraron todavía más cuando Turner se vio obligado a incluir en su Gabinete a los más destacados miembros del Gobierno Trudeau con la excusa, por otra parte real, de que, de no hacerlo así, no hubiera ganado la votación de investidura en la Cámara de los Comunes.
Palmadas en el trasero
A esos errores siguieron otros, desde la acusación lanzada a Mulroney de rodearse de separatistas de Quebec cuando el tema del separatismo de la provincia francófona está relativamente dormido en Canadá desde el referéndum de 1980, hasta las dos veces que las cámaras de televisión enfocaron al primer ministro dando afectivas palmadas en el trasero a dos señoras, una de ellas la presidenta del Partido Liberal, lona Campagnolo, con lo que las organizaciones feministas inundaron los periódicos con cartas indignadas por el comportamiento de Turner.A mediados de agosto, y ante unas encuestas que ya entonces daban a los conservadores un margen de 14 puntos sobre los liberales, Turner abandonó su promesa de hacer una elección "libre de los viejos hábitos", despidió a su director de campaña y nombró coordinador general al hombre que llevó dos veces al poder a Trudeau, el senador Keith Davey.
La experiencia de Davey hace que la campaña electoral tome un nuevo impulso. Turner deja de atacar personalmente a Mulroney y se concentra más en los temas económicos, mejora sensiblemente su actuación en los dos últimos debates televisivos y abandona su aparente actitud frívola. Pero, a pesar de eso, las encuestas siguen marcando el declive liberal y el ascenso conservador. El giro se produce demasiado tarde, y todo parece indicar que el pueblo canadiense identifica más el sentimiento de cambio con Brian Mulroney, que sólo lleva un año dedicado a la política, que con John Turner, a quien ya se considera un prisionero de la vieja guardia liberal.
Para tratar de galvanizar a la opinión en el tradicional feudo liberal de Quebec, los liberales consiguen sacar de su retiro a Trudeau, quien acude a varios distritos electorales de Montreal, donde es recibido en olor de multitud por sus antiguos partidarios y votantes. Pero no es él quien se presenta en estas elecciones sino su sucesor, que ha tenido la "osadía" de ofender a los quebeçois.
El mensaje de Trudeau -votar a los conservadores es votar a las multinacionales, a los bancos y no a los intereses del canadiense medio- llega demasiado tarde. Las encuestas del pasado sábado son demoledoras para las esperanzas del partido en el Gobierno. Sólo el milagro de la conversión a última hora de los votos indecisos en votos liberales podría salvar al partido que ha gobernado Canadá durante la mayor parte de este siglo de una derrota parecida a la que sufrió en 1957, cuando el conservador John Diefenfaker consiguió 208 de los 282 escaños de la Cámara de los Comunes. Como escribía un comentarista: "Los liberales han ido a escuchar a Trudeau como los creyentes van a Lourdes, a la espera de un milagro". Pero, salvo un error antológico de todas las organizaciones de opinión púbócá de este país, no parece que el milagro vaya a producirse mañana.
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