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41ª Mostra de Cine de Venecia

La sección informativa ofrece títulos de mayor interés que los exhibidos en competición

El festival empieza a animarse. Para hoy están previstas las proyecciones de películas de Marco Ferreri, Jacques Rivette y Otar loseliani, todas en competición. Por la informativa desfilará esa Historia interminable, de Wolfang Petersen, que dice detestar Michael Ende, autor de la novela homónima. Por las terrazas del Excelsior, sede del certamen, resuena la voz de Ben Gazzara, se bambolea la oronda figura de Sergio Leone, se pasean centelleantes los ojos violeta de Charlotte Rampling o se oye a Lelouch asegurando estar presto a reencarnarse, sin precisar si como cineasta.

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Un mar de vulgaridad

Mientras la sección oficial a concurso sigue manteniéndose en un tono de marcada atonía, la sección informativa nos ha proporcionado el primer gran filme del festival: Streets of fire, de Walter Hill. Con la falsa ingenuidad y el sentido del espectáculo que caracteriza el mejor cine americano contemporáneo, Hill nos sumerge en un mundo imaginario, en un érase una vez que transcurre en un planeta rock, en ciudades en las que los únicos pobladores son adeptos al rockabilly, al heavy o a versiones mas sofisticadas del ritmo que Presley impuso internacionalmente. Ellos y la policía son los habitantes de un mundo en el que reina la violencia, la música y el color, en Una síntesis entre el universo rockero y elementos mitológicos de géneros tan tipificados como el western, la serie negra o el peplum.El argumento es muy sencillo: una banda de motoristas, adictos al cuero negro, y al rock duro, secuestran a una cantante de éxito para abusar de sus gorgoritos y favores. Ése es el momento elegido para que el héroe haga acto de presencia y salve a su antigua novia de las garras de los violentos melómanos.

Esta trama sacada de un comic se revela suficiente para que el director despliegue una gran inventiva visual, para que el humor y las citas cultas se den la mano sin el menor chirrido, y el espectáculo resultante sea un inteligente divertimento. Alguno de los personajes, como el interpretado por Amy Madigan, que encarna a la colaboradora del protagonista, chica para todo, de ingenio acerado y punos poderosos, que se mantiene inalterable ante los atractivos físicos de su duro colega, deja en mantillas a los inventados por los guionistas-computadora de un Spielberg. Si en muchas de las mejores películas norteamericanas actuales no falta virtuosismo y elegancia en la puesta en escena, más extraño es hallar que esos méritos queden complementados por unos buenos diálogos, de ésos que dejan al rival sin réplica posible. Streets of fire lo logra hasta convertirse en una pequeña obra maestra en su especialidad.

La amenaza italiana

El empeño veneciano en promocionar una cinematografía que necesita de continuas sesiones de diálisis para poder sobrevivir ha dado sus primeros y magros frutos. Uno scandalo per bene, de Pasquale Festa Campanile, es algo así como una macedonia de conserva, con su pizquita de todo convenientemente almibarada. El guión, de Suso Cecchi d'Amico, es mucho mejor que la realización. Basado en un hecho real, su historia es la de un hombre desaparecido durante 12 años, al que se daba por muerto, en el transcurso de la primera guerra mundial, y no es así, y cuando reaparece lo hace en un estado que los médicos pronto identifican como de amnesia profunda. Su esposa, que al principio no le reconoce, descubre después las ventajas de este nuevo marido, que no sabe si es el auténtico, pero sí que tiene virtudes de sátiro de las que carecía anteriormente.El segundo fruto de la cosecha italiana, también desustanciado y falto de sabor, es Noi tre, de Pupi Avati. Si el éxito teatral Amadeus convierte la muerte de Mozart en el eje de una comedia de misterio, Pupi Avati, en vez de interesarse por avanzar hipótesis respecto a la identidad del asesino, prefiere centrar su mirada en la adolescencia del compositor. El punto de partida estriba en averiguar por qué Mozart se equivocó en el examen que a los 14 años tuvo que rendir sobre la técnica del contrapunto. Aunque consiguiera el aprobado, el manuscrito mozartiano fue objeto de importantes correcciones por parte de su protector, que no quería ver truncada la carrera del genio. Según Avati, los errores de Mozart fueron voluntarios, inspirados por el amor y su descubrimiento de lo que podía ser la vida cuando ésta no consistía en pasarse horas y horas frente a los teclados.

Avati hace un cine académico, bello, que se quiere poético y sensible, pero en realidad es relamido, vacío y falso. Al margen de que su concepción de la historia es de las que llevan a especular sobre la influencia de la nariz de Cleopatra en la caída del imperio romano, lo más sorprendente es que este director merezca tanta atención, cuando no pasa de ser un artesano con buen gusto, fascinado por historias y gestos que, como su cine, habría que adjetivar como al baño María.

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