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LA LIDIA / CORRIDAS GENERALES DE BILBAO

Una gota de esencia

ENVIADO ESPECIALDe repente, Antoñete derramó una gota de esencia. Fue un instante jubiloso. Por fin, cuando ya la feria empieza a estar vencida, aparecía en Vista Alegre un torero y toreaba.

Una gota nada más, no vaya a creerse, pues el maestro no está para derroches.. Más bien para sopitas y buen caldo está. Al maestro se le había apreciado en su primer toro aproximadamente cauto. Le ensayó naturales sin temple, le ensayó derechazos sin fiar ni un pelo del mechón famoso, y hecho recuento de la casta del toro, de la humedad ambiental y de la canilla que le cascabeleaba protestona, optó por abreviar.

Cuando el maestro Antoñete se disponía a recibir al cuarto, apareció en la andanada una pancarta que le llamaba abuelete. Pocas veces, o ninguna, habrá visto el maestro una pancarta tan larga: ocupaba casi un tercio de la circunferencia. ¿Abuelete servidor? Y se dispuso a demostrar que el magisterio y el arte no reclaman partidas de nacimiento. Unas dobladas de su sello, arqueando esa pierna de la que tiene hecha monumento la afición de Madrid; unos naturales para abrir boca, y a continuación -cese el chirimiri, paren los relojes, retiren pancartas tres redondos cargando la suerte, rematados con un trincherazo hondo. sacado de la tauromaquia más pura.

Plaza de Bilbao

24 de agosto. Quinta corrida de feria.Toros de Salvador Domecq, bien presentados,flojos y manejables. Antoñete. Estocada perpendicular desprendida Y rueda de peones (bronca). Estocada atravesada (ovación y también pitos cuando saluda). Niño de la Capea. Estocada (ovación y salida al tercio). Pinchazoy, bajonazo (ovación y salida al tercio). Yiyo. Estocada caída saliendo volteado (petición Y vuelta). Pinchazo perdiendo la muleta y estocada corta baia (ovación).

Esa fue la lección y esa fue la gota de esencia. Los mil pases insípidos, las faenas adocenadas, los muletazos encimistas -es decir, esa fanfarria disonante que cada día proclama la degeneración de la fiesta, alentada por los taurinos malos y sus pupilos- eran puestos en ridículo por un torero que se había propuesto torear.

A partir del trincherazo cumbre, la gota de esencia quedó en el paladar de los buenos aficionados, mientras el maestro no conseguía exprimir otra de su pozo de calidad y ciencia. Cuestión de la canilla, que le cascabeleaba protestona de nuevo. El ánimo estaba pronto, el toro era bueno, pero el temblor de la canilla le impedía cruzarse, parar, templar, mandar. Se le rompió el estoquillador, perdió la muleta dos veces y la faena iba de capa caída.

Es decir, que aparte la gota, el maestro Antoñete estuvo mal. Era un torero en mala tarde. Sus compañeros de tema, por el contrario, no la tenían tan mala, ni buena tampoco. Practicaban otro oficio, no eran toreros. Si acaso, pegapases. Al mejor toro, el tercero, Yiyo le hizo una faena deslabazada. Había empezado con ayudados por alto, siguió con derechazos largos abriendo mucho el compás, y al echarse la muleta a la izquierda se le acabó la inspiración. No se le acabó, en cambio, la capacidad de pegar pases, en producción seriada, y así lo hizo, como estaba en su derecho, y habida cuenta de que el toro era una hermanita de la caridad.

Al sexto lo descuartizó el picador, según la moda. El individuo del castoreño esperaba a que el toro -un ejemplar de gran trapío, por cierto- se enmarañara en el peto, y cuando lo tenía allí entretenido, a su merced, tanteaba solomillos, entrecotes, riñonada y demás bocados. Elegía riñonada, naturalmente, y le hacía un socavón. Yiyo esbozó por la cara del cadáver los medios pases que correpsondían.

Con los toros de media arrancada, ya se sabe: se les cita de cerca y quedan metamorfoseados en marmolillos. Era la técnica del Niño de la Capea ayer, y le salía el toreo de Dámaso González, aunque en versión unipase y mala. El Niño de la Capea se colocaba firmes, iar!,junto a la pala del pitón, extendía el brazo, con la mano sujetaba roja franela. Hacía de guardabarrera el Niño de la Capea.

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