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El alimento del arte

Alfonso Armada

Hay una fuerza motriz que impele a los jóvenes apasionados por alguna versión del arte y que desde el realismo se anula con la palabra exquisitez, y es tal vez esa pasión perdida por los embates de lo que es posible y que además no puede ser de otro modo lo que acaba convirtiendo al músico profesional, por ejemplo, en un burócrata de su propio arte. La alimentación del artista no siempre se encuentra con un talento capaz de resistirse a las tentaciones de la supervivencia. Jesús Espinosa, sevillano de 23 años, dice de su contrabajo que es su mujer. "No tengo otra posibilidad. Con mi mujer me gusta hacer de todo, tanto jazz como clásico". En la ciudad que se deja reflejar por el Guadalquivir, Jesús toca en un sexteto de jazz llamado Acme ("que es una multinacional de basuras de Estados Unidos", matiza sin perder la sonrisa), aunque a veces, -depende del dinero- se convierte en un quinteto o en un cuarteto, y en la Orquesta Bética, que fundó Falla. "Funciona de milagro; la subvención llega a duras penas. Entre el jazz, un bolo (contrato, en el argot musical) en Málaga y la clásica voy viviendo".

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Entre el Derecho y la música tiene que, balancearse Roberto Nuño ,zaragozano de 24 años ,que toca la viola, "un instrumento que a la hora del repertorio no tiene papel, y aquí somos todos muy divos y nadie lo quiere", dice. Roberto es licenciado en Derecho y trabaja en una agencia inmobiliaria. "Me gustaría estudiar mucho y después tocar en una orquesta profesional. En Zaragoza no se puede estudiar", confiesa con ese punto de melancolía que le hace decir: "Es una pena que no haya más cursos como éste, verdaderos cursos de un año de duración o más, y que no esté la JONDE más apoyada".

Ellos son becarios. Como recuerda Edmond Colomer, su director, que empezó en el conservatorio a los 12 años, el presupuesto de 40 millones de pesetas con que cuenta la orquesta se destina a estancias, desplazamientos, contratos de profesores y bolsas de viaje. Ellos no cobran por lo que hacen, sólo se están formando. Quizá para que algún día el alimento no sea incompatible con el arte.

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