Diario del gran gran torneo del piano
El autor de este artículo, presidente del jurado del Concurso Internacional de Plano Paloma O'Shea, esboza un diario de este certamen que finalizó la pasada semana con la victoria del irlandés Hugh Tinney, en una edición que ha confirmado la importancia del concurso
¡Dios mío, cómo se toca hoy el piano! Para tocar como el peor de los concursantes hacen falta muchas horas de retaguardia machacona, y esas horas sólo pueden llenarse con una vocación de fondo, y la vocación de fondo, ahí está el drama humano, puede convertirse en vocación frustrada, herida en el tiempo, cuando no en el sentimiento, asesino de ese tiempo.Son, es verdad, muy jóvenes todavía, y quizá en algunos se pueda dar el paso al profesorado, pero ¡ay del profesor que no pudo ser artista!
Catorce en el jurado y de los más diversos mundos. En algún caso, lo que pudo ser esperpento se hace venerable. Salvo el profesor chino, silencioso y reverente, los demás hablan, y mucho. No es extraño: en cada descanso se come y se bebe lo que se quiere; no hay descanso sin sorpresa ni cansancio sin ensalada como consuelo.
Hay dos presencias de Mozart, dos asomadas al paraíso: en las sonatas que tocan los concursantes, que nos llevan con su melancolía al paraíso perdido de la niñez, y hay el paraíso encontrado, palpable, de los ojos rientes y de las manos traviesas: son, claro, los mellizos de Sabela. Envidia de no ser abuelo de ellos. Se fueron a clima más seco y quedamos como huérfanos al revés.
Como para la primera eliminatoria era obligatorio un tiempo o dos de sonata, muchos eligieron Haydn. Hay en la historia de la música ese emparejamiento cronológico que deja uno a la sombra: Bach a Haendel, Mozart a Haydn. Injusta realidad, herida en vida quizá, salvación después. Si casi todos los temas de Mozart vienen de su vocalidad, no son cita de aria, pero sí mensaje de ella, lo de Haydn es instrumental puro, magisterio sobre Beethoven.
Victorias de Occidente: el mundo chino aportando su visión del gran repertorio romántico, victoria de Occidente. Yo cruzo las manos para rezar mentalmente cuando esa joven pianista rusa hace maravilla de sonido con el Un religioso, de Messiaen. Y también es victoria de lo mismo el no amolarnos Chostakovich, sino en fijarse mucho en Scriabin.
Reto de Halffter
Tomando el juego de palabras del famoso título de Marichalar dije al comenzar el concurso que teníamos un riesgo capaz de convertirse en ventura. El riesgo estaba en una obra obligatoria, la Cadencia, de Cristóbal Halffter. Ventura ha sido porque la obra es espléndida, extraordinaria. Leyendo el comentario del autor, que habla de las computadoras y demás zarandajas, algunos creerían encontrarse ante algo radicalmente extraño a la tradición pianística. Error grande y grave: se trata de una obra que combina tradición y modernidad, que necesita una intuitiva, inicial comprensión. Será de hoy ese refinado cálculo de sonoridades, de armónico sobre una sola nota, pero enlaza con ciertos estudios de Scriabin, y sobre todo de Bartok, en su dialéctica de retención y calculada violencia. Por encima de tonalidad y atonalidad, lo que cuenta es ese diálogo de intensidades no mecánicas, sino directamente expresivas. Ventura sobre riesgos: casi todos, a pesar del permiso, la tocaron de memoria, y un concursante, el americano Kuhler, la recreó como recrearía la más arisca de las fugas beethovenianas. Con esta incorporación de lo contemporáneo, el concurso de Santander da una visión a los otros bien representados en el jurado, si no al tiempo.
O sea, que O'Shea es ya en el panorama de los concursos internacionales el símbolo exacto de la obra bien hecha, bella y rara cosa en el país que hizo célebre la fea fórmula de "a mal ensayo, gran concierto".
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