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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El secreto, o el secreto del poder

El secreto es la fuerza, una de las fuerzas del poder. Poseer un secreto es usar de un poder. Pero hay secretos grandes y pequeños secretos. Hay quien, mísero de él, cree que los pequeños secretos le ayudan a ser fuerte porque está en su íntimo convencimiento que la fuerza del secreto lo convierte en poder. Hay funcionarios, autoridades, que lo son en tanto en cuanto callan, sabiendo que lo que callan interesa al poder. El secreto, la discreción, los mantienen. Se cuenta de Fouché, ministro de la Policía, que lo fue durante distintos regímenes, república, monarquía, imperio, porque "sabía demasiado", porque conocía los pequeños secretos de los grandes gobernantes.Si el secreto, el conocimiento de las cosas, se expande, el poder estará más compartido, será más difuso. Si está en pocas manos, él poder se acrecienta. Trasladado a la política: la democracia es el reino de los secretos difusos; la dictadura, la autocracia, el de los secretos concentrados.

¿Cuántas personas hay en el mundo que tienen y guardan secretos? Secretos sociales. Secretos familiares. Secretos religiosos. Secretos políticos. Secretos jurídicos. Secretos profesionales. Secretos de Estado... ¿Se acuerda ya alguien de los arcana imperii o artimañas y fraudes del Estado para mantener a la gente. tranquila? El poderoso es el que tiene la llave de la caja de Pandora. El poderoso se niega a compartir sus secretos, es decir, el poder.

Hay secretos que afectan a pocos. Otros, a muchos. Un tremendo ejemplo: el secreto tecnificado, el secreto militar, el secreto de la bomba. El secreto técnico es importante, importantísimo. Nos afecta, nos importa a todos. Está en juego nuestra vida. ¿Cuántos en el mundo poseen ese secreto-poder capaz de disponer de nuestra vida? ¿Cuántos? ¿Dos, tres, siete, 10 personas en el mundo? Ante eso, ¿dónde está, pues, nuestra libertad?

La lucha por la libertad es la lucha por la destrucción del secreto. Los españoles recordamos siempre aquello de "luz y taquígrafos". Abajo el secreto. El Parlamento es vocinglero, dicen los enemigos de la democracia, que son los amigos del secreto. ¿Por qué las sociedades secretas ocultan tantas majaderías?

Recuerdo que, cuando niños, n os divertíamos inventando códigos y alfabetos secretos, con los que nos comunicábamos con nuestros íntimos o preferidos amigos. ¿Qué nos comunicábamos? Naderías, infantilidades, "Hoy he dado un beso a Puri", por ejemplo. Tremendo, secreto, creiamos nosotros. La carcajada de los mayores nos desconcertaba.

El poder aprecia mucho la fuerza del silencio. El silencio, el secreto, tiene para muchos un halo, un prestigio mágico. Parece que el secreto da protección.

Hay el secreto de las cosas y el secreto de las personas. Es verdad que incluso la naturaleza se resiste a nuestra curiosidad. No sueña prenda. En ese sentido, los científicos son los más grandes paladines de la libertad, porque transforman el saber, el no secreto, en poder. El conocimiento da libertad. También saben eso los dictadores. Y los sacerdocios. Y las castas. Y las profesiones. Y las burocracias.

Pero hay cosas que todos podemos saber y entender y otras que sólo pueden comprender unos pocos. ¿Cómo, pues, garantizar que esos pocos utilicen bien su saber? Volvemos a la bomba. Tornamos al mundo estrecho, restringido, de los pocos botones que unos pocos hombres pueden apretar para mandarnos a todos al infierno.

El poder sabe que nada halaga tanto al hombre menesteroso como darle una parcelita de secreto. Ocurre igual en las finanzas, en la Prensa, en los estados mayores, en los partidos.

También los periodistas luchan contra el secreto. El periodista intenta descorrer el velo del secreto. Por ejemplo, Watergate. Para el periodista el secreto es una bomba. ¿Cómo manejarla?

Es más fácil tener o poseer el secreto de las personas que el de las cosas.El primero se llama, cuando se minimiza, chismografía; cuando se enaltece, secreto militar, secreto político, secreto policial. El segundo se llama ciencia. El secreto de las cosas se llama conocimiento. Es un secreto liberado que, a su vez, libera. Los herederos de Galileo, es decir, todos nosotros, sabemos algo de eso. Recordamos el grito de Juan Ramón Jiménez: "Inteligencia, dame el nombre exacto de las' cosas".

El secreto de las personas restringe, coacciona, limita a los demás en cuanto confiere poder al que sabe lo que el otro no sabe. El que otorga un secreto dispone de su destinatario, pero también éste tiene en cierta medida un control sobre el donante. Ambos son cómplices. Flor eso a veces decir un secreto a un amigo es probar su amistad. Y callar, a la vez, con el amigo, es desconfianza.

En ciertas tribus, no sé dónde, según cuentan los libros, saber el nombre del otro es poseerlo, dominarlo. Por eso el nombre jamás se dice. Se usa un vicenombre, un mote, un apodo. Para ellos el nombre es la persona, es decir, lo más íntimo e intransferible.

El secreto que confiere poder también insufla iniquidad. El secreto puede ser venenoso. La prueba es que algunos creen liberarse de ese veneno transmitiendo su secreto. En balde. No hace más que extender el mal. El secreto mantenido es un quiste del alma. Un bulto maligno, un cáncer proclive a la metástasis, a la extensión generalizada, a la muerte de la conciencia.

El poder sabe que comunicar un secreto es hacer un cómplice o un' encubridor. Pero necesita servidores. Dominación y servidumbre, ése es el eterno juego del secreto.

Carlos de la Vega Benayas es magístrado del Tribunal Supremo.

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