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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La superpoblación mundial

LA CONFERENCIA Mundial sobre Población muestra desde su inauguración del lunes, en México, unas per plejidades no muy distintas de las que se produjeron cuando apareció el problema por primera vez en el mundo, expuesto por el largamente vilipendiado Malthus, hace algo más de siglo y medio, y la tendencia que podríamos llamar conservadora -la de preferir el aumento de bienes y su mejor administración mejor que limitar -el crecimiento demográfico- sigue prevaleciendo. Sin embargo, desde el tiempo de Malthus y sus enemigos hasta el nuestro no sólo la apreciación objetiva del problema se ha hecho mucho más perspicaz y más científica, sino que han cambiado notablemente en el mundo las condiciones de organización de la sociedad: el hombre se ha abaratado en todos los mercados, principalmente en el de las guerras y la mano de obra, sustituido por la energía, la mecánica y la electrónica. La vida humana tiene menos valor intrínseco. La más simple observación de la realidad desmiente las previsiones de entonces -y de mucho tiempo después- de los providencialistas -Dios proveerá a sus criaturas- y la de los científicos -el desarrollo multiplicará las fuentes de alimentación-. Cuando Malthus escribía su Ensayo sobre el principio de población (1798), el mundo tenía 1.000 millones de habitantes; al final de este siglo va a tener 6.000 millones. Dos datos esenciales: no sólo ha aumentado enormemente la proporción del número de hambrientos con respecto al de satisfechos, sino también el número absoluto de víctimas de la miseria.Algunos de los problemas ya actuales de esta superpoblación pueden verse muy fácilmente: el hacinamiento en las grandes ciudades -México, donde se desarrolla la conferencia, es un ejemplo trágico-, el desequilibrio ecológico causado por la producción consumista, la rapiña sobre las materias primas, el paro sin compensación salarial, las hambrunas. Son. datos que sobrepasan la fuera noción estadística y son observables a ojo desnudo.

Sin embargo, los planes, los proyectos y las primeras intervenciones en la Conferencia de México tienden a repudiar todos los sistemas para la limitación de las poblaciones (después de comprobar, por otra parte, el escaso resultado que han dado en los años anteriores todas las formas empleadas para conseguirlo). Aparecen en las propuestas de la URSS contra las actividades sexuales que tiendan a desviarse de la procreación, y en las de Estados Unidos contra las prácticas de aborto y contra el uso obligatorio de anticonceptivos; pero también en una gran parte de los. países realmente devastados por el exceso de la población; y coinciden todos en encontrar que las soluciones hay que buscarlas por ahora en una aplicación común y denodada por aumentar toda clase de recursos, incluyendo en ellos los de educación y sanidad. Sociólogos y políticos del mundo desarrollado creen que en sus países, en los que se ha producido un descenso de natalidad, aparece un daño en la alteración en el relevo natural de las generaciones, se aumenta la capa de edad jubilada o menos productiva (envejecimiento colectivo) y se disminuye la creatividad. Puede que en gran parte de todo esto haya un mito nuevo,. el de la juvenilidad y la modernidad, y algunos antiguos, como la sacralización de la vida; pero están presentes. Mientras en los países no industrializados se sigue creyendo que la mano de obra barata y la infantería abundante siguen siendo factores económicos de, producción y de seguridad.

Coinciden estas tendencias de las grandes direcciones del mundo con un nuevo movimiento de las sociedades, al parecer bastante universal: el de un cierto rechazo a las ventajas iniciales de la revolución sexual, la repugnancia creciente de la mujer -expresada muy directamente por algunos movimientos feministas- por el uso de anticonceptivos (preconizan una vuelta a la ecología), un regreso a la pareja estable y, a la procreación y la adopción y unos considerables hallazgos científicos para vencer casos de esterilidad masculina o femenina. No se puede decir que sea algo sólido ni definitivo, sino quizá una moda, un tránsito; pero los indicios son abundantes.

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Es evidente que el principio de la libertad humana y la preferencia por las decisiones personales que se están esgrimiendo abundantemente en esta conferencia son enormemente apreciables, aunque ofrezcan bastantes dudas acerca de su sinceridad. Las sociedades universales han practicado el control de la natalidad en el sentido inverso -en el del aumento- cuando esto era más rentable para ellas: los préstamos a la nupcialidad, los impuestos sobre la soltería y su reducción a la familia, los premios a las familias numerosas y los subsidios permanentes, las prestaciones gratuitas a los nacimientos, unidos a las prohibiciones religiosas, sociales y penales a la sexualidad no controlada y a las desviaciones sexuales no reproductivas han constituido un poderosísimo estímulo al aumento de las poblaciones, de forma que no es tan fácil hablar del otro control como de un respeto a la libertad humana. Es forzoso pensar que tras estas nuevas directrices que se expresan ahora hay unos impulsos de un orden económico que no aparece, a los ojos de quienes lo mantienen, como muy diferente de la antigua explotación de la natalidad abundante del pobre (del proletario, creador de prole).

Parece que todavía será necesario esperar bastante tiempo antes de que se advierta que la superpoblación puede traer consecuencias muy graves para la totalidad de los vivientes en cualquier momento dado del mundo y para sus descendientes. Es posible que ya esté siendo demasiado tarde. Sobre las realidades de hoy y las experiencias del pasado inmediato es muy difícil compartir el optimismo de que un mejor trabajo en la producción de bienes y las mejoras de estas poblaciones, un reparto justo de la pobreza, va a resolver el problema o a paliarlo.

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