_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A los 25 años de la muerte de Luis Araquistain

Luis Araquistain, nacido en Bárcena de Pie de Concha (Santander) el 18 de junio de 1886, en el seno de una familia pequeño-burguesa, y muerto el 6 de agosto de 1959 en Ginebra, marino de profesión, orientó, sin embargo, su actividad pública hacia el periodismo, colaborando en la Prensa de signo liberal, como El Noticiero Bilbaíno, El Mundo, La Mañana, El Liberal o El Fígaro. Por encima de todo, Araquistain fue siempre un excelente periodista; de ahí que Javier Tusell haya podido referirse a su "modesta función como ideólogo".Hacia 1911 ingresa en el PSOE, coincidiendo con la colaboración que los socialistas habían decidido establecer con los partidos burgueses y con el interés que la cuestión social despertaba entre los intelectuales. Con Araquistain ingresarán otros destacados intelectuales, como los catedráticos Julián Besteiro y Andrés Ovejero; anteriormente lo habían hecho, entre otros, el neurólogo Jaime Vera, el catedrático de Enseñanza Media José Verdes Montenegro y el doctor en filosofía y letras Manuel Núñez de Arenas.

El socialismo inicial de Araquistain, anterior a su radicalización y a su etapa de Leviatán, es abiertamente reformista, con fuertes dosis de humanismo e idealismo y, desde luego, incompatible con la lucha de clases y con cualquier tipo de proyecto revolucionario. "Los que acusan al socialismo de albergar en su programa los gérmenes de la revolución es que no le conocen ni rudimentariamente. El socialismo", dirá sin ningún rubor, "es uno de los movimientos más conservadores, porque su idea central consiste en la conservación de los hombres, de todo lo que contribuye al progreso". Y, en 1912, escribirá en El Liberal, siguiendo a Ortega: "La función de los intelectuales es influir en la vida pública de modo que se haga sin revolución lo que habría que hacerse después de ellos". No puede extrañar a nadie, por tanto, que abogue constantemente por un acercamiento entre socialistas y burgueses: "Cuando las palabras concretas se sustituyan por las abstractas y a la arenga apasionada reemplace la discusión fría, acaso los burgueses se, aproximen a los lugares públicos y pidan la palabra después de un discurso socialista sobre el capital y el trabajo", llegará a vaticinar.

De esta manera, coherente con este reformismo y con su admiración por los regímenes políticos occidentales, es decir, convencido de que en los países democráticos era donde mejor podía realizarse el socialismo, se declarará aliadófilo al surgir la primera guerra mundial, postura que defenderá ardorosamente en numerosos artículos, recogidos luego en sus libros Polémica de la guerra, En torno a la guerra, Dos ideales políticos y Entre la guerra y la revolución.

Hacia 1917, ante un endurecimiento en el comportamiento de la burguesía capitalista, Araquistain se da cuenta de la insuficiencia de la vía reformista como medio de llegar al socialismo, proponiendo la revolución como alternativa. ¿Basta la reforma?", se pregunta. "La historia", concluye, "nos responde que no. Los grandes cambios sociales se han operado revolucionariamente". Ahora bien, la revolución que concibe Araquistain es una rev6lución pacífica centrada en la huelga general, que desorganizaría, según él, el aparato estatal, que de esta manera caería automáticamente. Esta evolución es la que le permite ver con buenos ojos la revolución rusa e incluso proponer la entrada de su partido en la III Internacional. La mayoría del partido decidiría ingresar en la II Internacional, produciéndose a continuación la escisión de los terceristas, que fundaron el Partido Comunista Obrero Español (PCOE). Araquistain, muy afectado por la escisión, se daría de baja en el partido. No volvería a estar afiliado, si bien seguiría trabajando en pro del mismo.

Alejado del socialismo militante, pudo dedicar más tiempo a su vocación literaria y ensayística. Así, en 1920 verá la luz su España en el crisol, donde, además de insistir de nuevo en que los partidos republicanos, dada su debilidad, tenían que apoyarse en el socialismo, plantea también el problema de España, que identifica con una decadencia moral del español. En los años siguientes a la publicación del citado libro escribirá varias novelas y obras de teatro: Las columnas de Hércules, La vuelta del muerto, El coloso de arcilla, etcétera. Ni que decir hay que sigue por estos años sin pensar en marxista, limitándose a hacer a lo sumo una interpretación mecanicista del marxismo y defendiendo un socialismo que fuera "menos materialista en la concepción teórica que le había impreso Marx, menos cientificista, y tecnicista, y a la vez más humanista, más psicológico, más individualista, más ético, más ideal".

Esta concepción del socialismo será la que, ante la omnipotencia del poder, posibilite, en 1923, la colaboración de los socialistas con la dictadura de Primo de Rivera, concretada principalmente en la designación de Largo Caballero como consejero de Estado. Araquistain desarrollará al respecto una importante labor teórica, justificando tal proceder, al que se oponían dentro del partido Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos y un sector de las bases. Gracias a este colaboracionismo, el partido socialista evitó ser desmantelado.

Por eso, a la altura de 1931 el partido socialista es el único partido de masas. Ahora también optarán los socialistas por la colaboración, lo que dará lugar al surgimiento en el partido de dos corrientes: los colaboracionistas (Prieto, Largo Caballero y De los Ríos) y los no colaboracionistas (Besteiro). A Araquistain hay que situarle en la primera de ellas. Lo mismo que durante la dictadura, se dedicará durante el primer bienio republicano a justificar doctrinalmente el apoyo prestado por sus correligionarios al Gobierno republicano, en el que desempeñó los puestos de subsecretario del Ministerio de Trabajo y embajador en Berlín. Partidario de que "después de la revolución política, la revolución social, pero evolutivamente, constitucionalmente dentro de la ley, de acuerdo con la mayoría de la nación y en la forma que la mayoría de la nación lo quiera, sin dictaduras de ningún género", criticará con pasión y contundencia a anarquistas y comunistas, presentándolos como fuerzas desintegradoras, al contrario que los socialistas, que estaban luchando y sacrificándose en beneficio de la armonía social.

Radicalización y vuelta

Sin embargo, pasados los primeros instantes de alborozo, los socialistas se veían aprisionados entre la demanda de reformas de las clases populares y la fuerte resistencia que a las mismas oponía la clase dominante, lo que se traduciría, de una parte, en una brutal reacción de las derechas, y de otra, en constantes sabotajes por parte de anarquistas y comunistas. La intensificación de la lucha de clases era palpable. Los socialistas comenzaban a darse cuenta que estaban apoyando un régimen burgués a costa de perder crédito entre las masas. Ello será, junto con la fulgurante ascensión del fascismo, lo que motivará la radicalización de Largo Caballero. Tal postura, que encontraría la oposición de Prieto y Besteiro, contaría como apoyos con las bases y con las Juventudes Socialistas, además de con una extraordinaria plataforma ideológica: la revista Leviatán, fundada en mayo de 1934 por Araquistain, desde donde éste reafirma la condición marxista del partido socialista. Para Araquistain, "el dilema no es ya monarquía o república, república o monarquía; no hay más que un dilema, ayer como hoy, hoy como mañana: dictadura capitalista o dictadura socialista".

Tras el dicho, el hecho. En octubre de 1934, los socialistas, en actitud defensiva ante la reacción de las derechas, se ven embarcados en una revolución para la que aún no estaban preparados y por la que fueron durísimamente reprimidos. No obstante, tras el fracaso de octubre, continuó la radicalización del sector caballerista (del que Araquistain seguirá siendo el principal soporte ideológico), alcanzando momentos de una gran violencia dialéctica. Recuérdese si no, en este sentido, la sarcástica y acerada crítica, cercana al insulto, que Araquistain hará a Besteiro con motivo de su ingreso en la Academia de éiencias Morales y Políticas, a principios de 1935.

Esta radicalización de Araquistain en un sentido revolucionario se vería quebrada hacia la derecha, ya durante la guerra civil, con motivo de la salida del Gobierno de Largo Caballero y su sustitución por Negrín. El autor de El pensamiento español contemporáneo se dejará dominar en sus últimos años por una mala conciencia respecto a sus años de exaltación revolucionaria, llegando a afirmar: "Algunos amigós y yo marxistizamos un poco en la revista Leviatán, pero sin entrar muy a fondo en el tema, y más bien con propósito de divulgación". También hará gala de un fuerte anticomunismo.

Queda claro, pues, su reformismo, así como su entronque con la corriente intelectual regeneracionista y su querencia a las interpretaciones psicologistas de la historia, al margen de todo planteamiento estrictamente marxista. Su etapa de Leviatán, motivada por una agudización de los conflictos sociales, debe verse como un paréntesis en su trayectoria ideológica.

Felipe Traseira es licenciado en Historia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_