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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Población y desarrollo

La gran explosión demográfica que se dio en el tercer cuarto de este siglo llevará a que la población, del planeta se duplique en 1987 con relación a 1950. Actualmente se ha producido una desaceleración importante, pero, a pesar de ello, la situación varía considerablemente entre el progreso de población en los países desarrollados y los en vías de desarrollo. Aunque, en todo caso, la situación también varía, notablemente entre éstos: China, por ejemplo, ha logrado frenar su tasa de crecimiento, mientras otras zonas, de África y América Latina, no lo han conseguido todavía. Las previsiones de vida en los países ricos es de 73 años, mientras que solamente llega a 56,6 en los en vías de desarrollo. Por otra p4rte, la tasa de crecimiento en el producto nacional bruto entre los más pobres sigue siendo relativamente tan baja que la antigua discusión sobre las implicaciones políticas de un control demográfico ha ido perdiendo vigencia.El mundo cuenta actualmente con una población de 4.800 millones de personas. La trayectoria ascendente y acelerada de la población mundial durante el siglo XX arranca de una cifra de 1.700 millones en 1900 y desembocará en un efectivo superior a 6.100 millones en el año 2000.

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La expansión demográfica sostenida había comenzado ya en la segunda mitad del siglo pasado, mientras que hacia el futuro el potencial de crecimiento que entraña la pirámide de edad es de la población mundial impulsará su expansión, por lo menos hasta la segunda mitad del siglo XXI, antes de alcanzar una posible estabilización.

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Hasta 1950 prevaleció una tasa de crecimiento anual inferior al 1 %. En ese año, el número de habitantes del planeta alcanzaba los 2.500 millones. La gran eclosión se produce después de la segunda guerra mundial, en el tercer cuarto del siglo, período durante el cual la tasa de crecimiento anual llegó a superar el 2%. Este ritmo de crecimiento hace que la población se duplique en 35 años. Y esto es precisamente lo que está a punto de ocurrir: los 5.000 millones de seres humanos se alcanzarán apenas con dos años de retraso sobre 1985.

Se estima que desde 1974, fecha de celebración de la Conferencia Mundial de Población de Bucarest, se ha producido una desaceleración de la tasa de crecimiento anual de la población mundial, que ha descendido desde un valor superior al 2% anual hasta el 1,7% actualmente vigente.

Durante los últimos 10 años esta tasa se ha situado por debajo del 2%. Pese a ello, la desaceleración de la tasa de crecimiento es actualmente un proceso muy lento y se espera que será incluso más lento en el futuro inmediato. Si continúan las tendencias actuales, la tasa de crecimiento de la población mundial podría reducirse hasta alrededor del 1,5% para finales de siglo.

Tras esta desaceleración del ritmo de crecimiento de la población mundial subyacen dos factores o evoluciones determinantes, que corresponden a dos tipos de poblaciones claramente diferenciadas, en cuanto a su estructura por edades y a sus niveles de mortalidad y fecundidad: las de los países en desarrollo y las de los países desarrollados.

Estos dos conjuntos de poblaciones difieren por su magnitud (3.600 y 1.200 millones, respectivamente), por el perfil de su pirámide de edades: los menores de 15 años representan el 37% de la población en. los países en desarrollo, mientras que los mayores de 65 años no superan el 4%; son, en una palabra, poblaciones jóvenes; mientras que en los países desarrollados tales proporciones alcanzan el 22% y el 11 %, respectivamente.

Pero los dos regímenes demográficos de estas poblaciones se distancian, sobre todo por su dinamismo y su capacidad de reproducción, ya que los dos componentes del crecimiento natural, la mortalidad y la natalidad, difieren sensiblemente de unas a otras. La esperanza de vida al nacer en los países en desarrollo se estima actualmente en 56,6 años, frente a los 73 años de los países desarrollados. A su vez, la tasa bruta de natalidad supera el 31 por 1.000 entre los primeros, el doble de la observada entre los segundos, y en la misma relación se sitúan los indicadores de fecundidad.

Estos factores se traducen en un ritmo de crecimiento anual todavía hoy superior al 2% por parte de los países en desarrollo, más de tres veces superior al de los países desarrollados (0,64%). Como resultado de estas pautas demográficas tan contrastadas, el peso de la población de los países desarrollados, actualmente un cuarto del total mundial, disminuirá hasta un quinto a finales de siglo, con una distribución por edades inexorablemente envejecida.

El problema demográfico que esconde sus entresijos más graves, cuando se considera a nivel de agregado mundial, condensa toda su virulencia en esa dicotomía radical entre los países desarrollados y los países en desarrollo; sin embargo, en éstos existe una fortísima heterogeneidad.

Visto así, el descenso de las tasas de crecimiento demográfico recoge tanto las disminuciones ocurridas en los países industrializados como las observadas entre los países en desarrollo.

Los países en desarrollo

Entre los últimos destaca, por su peso en el total mundial -con una población actual que cabría estimar en torno a los 1.025 millones- la reducción a la mitad de la tasa de crecimiento anual registrada en China (de 2,4% a 1,2%. durante los últimos 10 años); la fecundidad de este país se ha reducido incluso más de1a mitad, mientras que la esperanza de vida al nacer había aumentado nueve años hasta 1982, aproximándose a los 70 años. No es de extrañar que este país sea considerado por las Naciones Unidas (véase EL PMS de 12 de febrero de 1984) como el paradigma de la toma de conciencia de los problemas de población y de la contribución a su solución.

Si se excluye a China del grupo de países en desarrollo, la desaceleración en la tasa de crecimiento de este grupo reviste mucho menor alcance (del 2,5% al 2,4%.), incluso hay indicios de que la tasa ha aumentado en varios países en desarrollo. En todo caso, la desaceleración en cuestión no fue uniforme de unas regiones a otras.

En realidad, al compulsar los diferentes documentos de los distintos organismos de las Naciones Unidas, elaborados con vistas a la Conferencia de México, se perciben ciertas diferencias a la hora de evaluar la disminución de la fecundidad en los países en desarrollo durante la última decada. La cuestión no es sólo técnica; aparte la disponibilidad de datos actualizados, tras ella se dilucida hasta qué punto ha tenido éxito el Plan de Acción Mundial sobre Población, establecido en Bucarest, y en qué términos debería formularse en México.

Sin desdeñar la incidencia de la mortalidad de las migraciones, para un país aisladamente, la fecundidad, junto con la estructura por edades, constituye el determinante de esa tasa de crecimiento anual, que aquí seguimos como hilo conductor.

En América Latina la disminución de esa tasa fue comparativamente modesta: de 2,5% a 2,3 en la década. Sin embargo, los descensos fueron relativamente significativos en el Caribe y América Central, donde las tasas bajaron de 2% a 1,57. y de 3,2%. a 2,7%), respectivamente. La desaceleración en América Central se debe fundamentalmente a la disminución registrada en México (de 3,2%. a 2,6%.).

En los últimos 10 años las tendencias demográficas de África han sido notablemente distintas de las otras regiones en desarrollo. La tasa de crecimiento de 2,7% de África fue la más elevada de todos los continentes en 1970-1975, y se ha incrementado a 3% en 1980-1985. Este incremento reciente se debió a la reducción de la tasa de mortalidad, en tanto que no hubo prácticamente ningún cambio en las tasas de fecundidad.

Asia, cuya población total en 1983 se calcula en 2.800 millones (casi el 60% del total mundial), no es una región homogénea en sus tendencias demográficas. La disminución de la tasa de crecimiento fue mucho más sifgnificativa en Asia Oriental (de 2,3% a 1,1%), por efecto de la reducción citada de China, que en Asia Meridional. Los países más grandes de esta región redujeron moderadamente su tasa de crecimiento: del 2,3% al 2% en la India, del 2% al 1,8% en Indonesia y un exiguo cambio en Bangladesh. Para el conjunto de esta última región, el descenso de la fecundidad se cifra en torno al 19%.

Por su parte, en el ámbito de los países desarrollados la tasa de crecimiento anual ha disminuido del 0,9% en 1970-1975 al 0,6% en 1980-1985, como resultado también de la caída de la fecundidad. Tampoco aquí las tasas de crecimiento son homogéneas de una región a otra; la más baja del' mundo actualmente es la de Europa, con un 0,33%, prácticamente un tercio de la observada en la Unión Soviética y en América del Norte.

La disminución de la fecundidad se inició casi en todos los países industrializados en 1965 y se aceleró a principios de los años setenta. Tras 10 años de disminución persistente, alrededor de 1975 se inicia una desaceleración de la caída. Como consecuencia, la renovación de las generaciones (que en las condiciones de mortalidad de estos países exige un promedio de 2,1, hijos por mujer) ya no resulta asegurada en numerosos países de este ámbito. Incluso la población disminuye en varios países de Europa. Esta caída profunda de la fecundidad es el otro gran factor de novedad en el panorama demográfico actual del mundo, la cara tal vez más sombría (según las posiciones del observador) de ládicotornoía antes citada.

Perspectivas

La ralentización de la tasa de crecimiento anual de la población del mundo en la última década no significa una disminución simultánea de los incrementos anuales de población en valor absoluto. Así, en 1974 la población mundial aumentaba 79 millones al año; actualmente el incremento es casi idéntico, esto es, de 78 millones. Por tanto, en cifras absolutas, la población del mundo sigue creciendo prácticamente a sus más altas cotas históricas. Más aún, se prevé que en los próximos lustros los incrementol anuales de la población mundial serán superiores a la cifra actual, llegando a un nivel máximo de 89 millones en 1995-2000 a causa del efectivo creciente de mujeres jóvenes que llegarán a la edad de procrear durante el mismo período.

En los países desarrollados se anticipa una estabilización de la fecundidad a los bajos niveles actuales, mientras que en África se puede esperar un aumento moderado de la tasa de crecimiento al reducirse los altos niveles de mortalidad y persistir los de natalidad.

Bajo estas hipótesis, según una estimación media, en los 16 años que median entre 1984 y el año 2000, la población mundial aumentarían en 1.300 millones, hasta superar los 6.100 millones a finales de siglo. Ahora bien, lo realmente significativo, desde la perspectiva aquí defendida, es su distribución geográfica. De este aumento, el 56% ocurrirá en Asia; el 25%, en África; el 11 %, en América Latina, y sólo el 8% restante en los países desarrollados.

Más allá del año 2000 las previsiones se hacen más aleatorias y las cifras podrían sonar tan alarmistas como lejanas. Sin embargo, con una esperanza de vida superior a los 76 años, las actuales generaciones menores de 15 años convivirán en el año 2025 con una población mundial de 8.200 millones de personas, y de más 9.500 millones en el año 2050.

El final de Malthus

Durante la década de los sesenta, el producto creció anualmente al 6% en los países convencionalmente llamados en desarrollo; esa tasa fue del 5% en los países desarrollados. En los años setenta el crecimiento anual fue del 5,2% en los países en desarrollo y del 3,1% en los desarrollados. Globalmente, es cierto, la maldición malthusiana está lejos de cumplirse; sin embargo, si se relaciona la renta por habitante de los países desarrollados con la de los países en desarrollo se llega a resultados ligera pero significativamente crecientes: 11,5 veces en 1960 y 11,8 veces en 1980. Sise excluyen, de entre los países en desarrollo, los exportadores de petróleo la relación es mucho más llamativa: 27,3 veces en 1960 y 40,6 veces mayor en 1980.

Una primera conclusión aritmética parece imponerse: si la tasa de crecimiento demográfico hubiera sido pareja en unos y otros países, la diferencia entre las rentas por habitante habría disminuido significativa mente. De este dato arrancan en buena medida los argumentos en pro del control de la natalidad, propiciado por los más variados organismos internacionales y sostenidos por distintos fondos. La conclusión global se enriquece, además, con situaciones, dentro del mundo subdesarrollado, que fustran las dificultades añadidas con datos como la densidad altísima (Bangladesh, Egipto, Kenia, Indonesia, Ruanda, India, etcétera) o el bajísimo crecimiento económico: en África subsahariana, durante el último decenio, 19741983, el crecimiento demográfico anual fue del 3%, frente a un producto creciendo por debajo del 1,%. Tanto en África como en Asia Meridional, que en el año 2000 serán el 47% del mundo hoy subdesarrollado, las perspectivas demográficas y las económicas, incluso las más optimistas, dibujan un futuro sombrío.

Estos datos, y el éxito de las políticas demográficas en países como Cuba, China o Tailandia, refuerzan a quienes son partidarios de claros programas demográficos gubernamentales.

En la década última, que separa las conferencias de población de Bucarest y México, la discusión izquierda-derecha en materia demográfica se ha debilitado, hasta casi desaparecer, entre otras cosas porque Gobiernos con discursos otrora izquierdistas, como el de China, pusieron en marcha dentro de su inmenso territorio unas drásticas políticas antinatalistas, mientras se las negaban a los demás.

La discusión se basó durante años en el siguiente dilema: obtener tasas altas de desarrollo presuponía una política sanitaria que hiciera disminuir la mortalidad, unidas a políticas que propiciaran el control de la natalidad; de lo contrario, la explosión demográfica ahogaría cualquier posibilidad de desarrollo sostenido.

La posición contraria tenía una fuerte componente de razonable juicio de intenciones. Lo que se pretende con tal política, propiciada desde los países más desarrollados, es mantener el sistema de dependencia imperialista y evitar que la explosión demográfica se convierta en una verdadera explosión revolucionaria. Tal discusión semejaba en sus raíces la conocida dialéctica del huevo y la gallina. En países con grandes espacios y recursos libres, como Brasil, quienes, desde la óptica del desarrollo y la independencia económica, barajaban argumentos en pro de un crecimiento demográfico fuerte, no dejaban de tener argumentos en su favor.

La crisis económica y la no menos llamativa crisis ideológica han hecho, 10 años después, que tales posturas se hayan llenado de matices, suavizando aristas y diluyendo colores en las posiciones. Quienes en estos días se reúnen en México tendrán ocasión de comprobar con sus ojos, a poco que se muevan en la región más transparente, los resultados de un crecimiento demográfico desbocado.

El comportamiento demográfico es, sobre todo, la adopción de una estrategia de supervivencia, pero no de la supervivencia de la especie -ése es el resultado- sino de la supervivencia del núcleo decisorio: la mujer o la pareja. No hay nada de irracional en que más de la mitad de los nacimientos de mujeres negras en Chicago tengan lugar fuera del matrimonio, no es tampoco una componente cultural de la raza negra ni una tradición africana, es, simplemente, que, dadas las características del sistema americano de ayuda social, este mecanismo de familia trifocal numerosa es la mejor estrategia para sobrevivir en el gueto negro de las grandes ciudades americanas.

La ideología juega un papel, sin duda, pero tiende rápidamente a diluirse si los mecanismos económicos fuerzan a una readaptación de la estretagia de supervivencia del núcleo que decide sobre tener o no tener hijos. Esto lo sabe el Banco Mundial y lo empiezan a ver claro los Gobiernos de muy distintos signo, de ahí la insistencia en la necesidad de que los poderes públicos implanten políticas de población y cualquier Gobierno sabe que un alto crecimiento demográfico plantea, no sólo problemas de alimentación, sino que simplemente mantener constantes los niveles de escolarización obliga a desembolsos insostenibles.

La política demográfica española

En los países desarrollados, como ya se ha dicho, las tasas de fecundidad han alcanzado niveles increíblemente bajos. Por otro lado, la relación entre fecundidad, y estructura por edades es algo imparable.

Generalmente no existen hoy día en los países desarrollados políticas demográficas que puedan llamarse tales, es decir, que busquen explícitamente una finalidad sobre la población, pero es indudable que las diversas políticas sectoriales: sanidad, servicios sociales, seguridad social, sistema impositivo, urbanismo, etcétera, dibujan un cuadro que tiene en las personas y en los núcleos familiares una respuesta de supervivencia. En España las tasas de fecundidad han disminuido en media entre, 1977 y 1984, el 40%, y las tendencias indican que seguirán cayendo; por efecto de esta caída en la fecundidad el índice de envejecimiento de la población española crece casi el 3% todos los años; de hecho, en lo que se refiere a la fecundidad España ya ha alcanzado a Europa, y todo ello, sin ninguna decisión explícita de Gobierno alguno. Esta verdadera revolución demográfica no se ha comentado en exceso; sin embargo" obligará a adoptar medidas importantes.

La esperanza de vida española supera hoy, con toda probabilidad, a la de la mayor parte de los países europeos, mientras que la tasa de nupcialidad ha caído, por primera vez en lo que va de siglo, por debajo del 0,5%.

¿Debe deducirse de lo expuesto que es, en España, necesaria una política demográfica explícita? Seguramente no, pero una mayor atención a los derechos demográficos no estaría de más, puesto que el futuro depende en buena parte de ellos.

Más información en página 22

Isabel Agüero es estadística facultativa; Joaquín Leguina, presidente de la Comunidad de Madrid, es doctor en Demografía y Ciencias Económicas, y Alberto Olano es economista y demógrafo.

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