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Felipe González disfruta en las playas venezolanas el "placer del aburrimiento"

Rosa Montero

Felipe González se lo dijo por teléfono al ex presidente Carlos Andrés Pérez cuando confirmó su viaje a Venezuela: "Mira, la primera noche, cuando llegue, ceno contigo y con los compañeros del partido y con quien haya que cenar. Pero después quiero tranquilidad". Porque el presidente del Gobierno español recuerda aún unas infaustas minivacaciones, años atrás, en las que, de los tres días libres que poseía, dos fue asaltado por el anfitrión, un hombre encantador que, movido por un escrupuloso celo hospitalario, se instalaba en la casa a las 11 de la mañana y no se iba hasta las cinco de la tarde. O sea, un desastre. Porque la esencia de las vacaciones consiste en dejar salir a ese salvaje interior que no sabe de horas, de compromisos sociales o de anfitriones exageradamente puntillosos. Consiste en aburrirse.

ENVIADA ESPECIAL, "Ah, que placer poder aburrirse... echarse la siesta y decir: pues no me levanto, porque no hay ninguna razón para levantarse... Me voy a quedar en la cama hasta que caiga la fresquita, por ejemplo", exclama Felipe González, todo nostalgia. Esto, cultivar el arte del aburrimiento, es algo que el presidente quiere hacer en estas vacaciones. Aunque es dificil. Porque salir de la trampa de responsabilidades de la Moncloa fue un esfuerzo, "me costó mucho arrancarme de allí". Porque a los pies de Felipe González reposa un maletín de pavorosas dimensiones, atiborrado de papeles y preocupaciones oficiales.Y porque, ya en el mismo avión que le llevó a Caracas, en un DC-10 de líneas regulares, viajaron dos periodistas dispuestos a no dejarle olvidar que es hombre público.

Casualmente, y como para alimentar su sorna, el presidente leía en el avión un libro "delicioso", Contra los periodistas y otros contra, una obra del siglo XIX que le ha regalado, en adecuada paradoja, un periodista amigo.

También lleva Felipe González para sus vacaciones la biografía de Malcolin Lowry, y el Polícrates, de Salisbury. Apenas si pudo coger al vuelo unos cuantos libros: no tuvo tiempo de preparar el viaje. Pero, eso sí, cogió un montón de hojas en blanco, porque quiere "escribir algo".

No, no se trata ni de unas memorias ni de un diario. "Las memorias son todas mentirosas. Lees las autobiografías de las gentes y te admiras: son siempre los, demás los que se equivocan, nunca ellos. Pero, oiga, ¿no se ha acostado usted nunca sintiéndose un malvado? Yo sé que me he equivocado algunas veces, pero como no me gusta reconocerlo públicamente, prefiero no escribir nunca mis memorias". Y además de esos folios vírgenes, ahí está esa ominosa maleta cargada de pesadumbres oficiales que el presidente mira de reojillo.

En la gran clase del DC-10 reinaba un ambiente veraniego. Pablo y David conversaban con su primo, un hijo de la hermana de Felipe González que les acompaña en las vacaciones. La pequeña María, vestida con un traje blanco que parece de azúcar, trotaba de un lado a otro. Los escoltas veían Vértigo, de Hitchcock, y Carmen Romero sorbía plácidamente un gin tonic. Pero Felipe González no. Estaba en mangas de camisa y se sobaba la corbata de cuando en cuando con automático gesto ejecutivo.

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González añora las dulzuras de la pereza, aunque en su primera jornada de vacaciones no ha podido desconectar todavía el trajín presidencial. De modo que su conversación vuelve una y otra vez a lo político, y habla de los presupuestos generales, y de la lucha antiterrorista, y del déficit, y de los gastos financieros.

A Felipe González le gustaría permanecer todo el tiempo en Orchila, este islote de estrepitosa historia y pacífico presente, pescando barracudas y aburriéndose, Pero teme que los chicos se cansen de estar allí tanto tiempo. Así es que dentro de unos días tiene la intención de trasladarse a un inaccesible agujero en la selva venezolana, y después se irá a Colombia. Allí, repetición de la jugada: cena amistosa, pero formal, el primer día, con Belisario Betancur, para luego perderse en la cuenca amazónica colombiana, y viajar en motora por ríos selváticos, y visitar tribus indígenas, y trasladarse al fin a la zona de Cartagena de Indias. Intentando descansar y perder momentáneamente la memoria. Aunque, él lo sabe bien, "olvidar es imposible".

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