La perfección llegó con Nadia
Jean Drapeau, alcalde de Montreal, tuvo que iniciar una carrera contra el calendario cuando consiguió la organización de los Juegos de 1976 para la ciudad canadiense. Drapeau ya había intentado montar los de 1972, pero su candidatura fue rechazada. La ciudad carecía de infraestructura deportiva y todo estaba por construirse. A esto se añadía la tradicional tirantez entre las comunidades anglófona y francófona canadienses -que dificultaban las subvenciones-, y las numerosas huelgas llevadas a cabo por los trabajadores que construían las instalaciones. A pesar de todo, Drapeau no se arredró, y gracias a la emisión de sellos, colecciones de medallas, juegos y concursos consiguió reunir los 300 millones de dólares que suponía el coste inicial previsto. Pomposamente, el alcalde aseguró que sería tan difícil que los Juegos tuvieran déficit como que un hombre quedara embarazado. El déficit ascendió a 40.000 millones de pesetas.Fueron unos Juegos divertidos; por ejemplo, el soviético Onistchenko quería ganar el pentatlón moderno (equitación, esgrima, natación, tiro y cross). En Munich había conseguido la medalla de plata y se aseguraba que en 1976 no habría nadie capaz de vencerle, a pesar de ser uno de los deportistas con más edad de los Juegos: 38 años. En la prueba de esgrima su florete tenía un curioso mecanismo adosado a su punta: unos filamentos que le permitían señalar un tocado, aun cuando éste no se hubiera producido.
Los jueces advirtieron algo extraño en sus tocados y confiscaron el arma de Onistehenko. Fue descalificado a perpetuidad, al igual que uno de los jueces, que sabía el truco utilizado por el soviético y daba por válidos todos los contactos de su florete sobre los cuerpos dé sus adversarios.
Un jardín de Infancia
Cuando Bela Karoly, entrenador y buscador de talentos gimnásticos, pidió a las niñas y niños de un jardín de infancia de la localidad rumaría de Onesti, situada al pie de los Cárpatos, que hicieran unos ejercicios sencillos, el 25 de febrero de 1968, se quedó sorprendido por la gracilidad y facilidad para los saltos y piruetas de una cría de siete años llamada Nadia.
Años más tarde, en los Campeonatos del Mundo de 1975 y, sobre todo en Montreal, la Comaneci ya no era ninguna cría: era un cuerpo de niña pegado a un mecanismo diabólico.
La receta, aparte la natural facilidad de Nadia, es sencilla: Se coge una niña, a poder ser de menos de nueve años. Se la encierra día, tarde y noche en un gimnasio. Se le prohíbe comer todo aquello que le gusta, especialmente los dulces y el pan. Se la somete a detenidísimos y completísimos exámenes médicos y fisiológicos y se le inyectan diversos compuestos químicos que retrasan su natural primer advenimiento de la menstruación, crecimiento y desarrollo, y se tiene el prototipo ideal de una gimnasta.
Si consideramos, además, que el lugar donde se pone en práctica el proceso es Rumanía, la Transilvania evolucionada, nos encontramos con un, ente digno del nombre de una película de terror. A partir del 19 de julio, día en que Nadia Comaneci obtuvo, por vez primera, la máxima puntuación posible en sus ejercicios en las paralelas asimétricas, las emisiones televisivas de Canadá se abrían siempre con las evoluciones de la rumana. De este modo se confirmaba la difusión de la gimnasia, puesta ya de relieve en las dos ediciones anteriores de los Juegos. Prueba de ello es la expectación que la gimnasia femenina suscitaba en Montreal: en el mercado negro se habían vendido entradas a un precio 10 veces superior al oficial.
La reina de los Juegos
La Comaneci no era desconocida, puesto que había ganado cuatro medallas de oro en los Campeonatos de Europa de 1975, celebrados en Skien, y había sido declarada "mejor deportista del mundo". Pero se suponía que en Montreal la gran atracción debía ser el equipo soviético, entrenado por Larissa Latynina, cuyas discípulas habían conseguido 17 medallas entre los Juegos de Melbourne, Roma y Tokio.
Sin embargo, Nadia fue superior a todas las soviéticas, incluidas las famosas Nelly Kim. y Olga Korbut. Ella, y no las soviéticas, fue la reina de los Juegos. En la barra olímpica, la rumana consiguió una puntuación de 9,90, frente a un 9,80 de la Korbut. Más tarde, en el Fórum de Montreal se hizo un gran silencio cuando Nadia Comanecí se subió a las asimétricas. De la barra alta a la baja, daba la sensación de que iba a caer en cualquier momento, porque se asía en el último instante. Una salida fulminante, culminada por dos pasitos cortos en vez de uno, puso al público en pie.
A los pocos segundos, el marcador electrónico marcaba la puntuación: 1 .00. Pero los jueces le habían concedido un 10.00, la máxima cifra posible, jamás antes conseguida; pero la máquina sólo estaba preparada para puntuar 9.99. Nadie pensé que alguien alcanzara más. Por la noche, un equipo de expertos electrónicos comenzó a trabajar sobre el marcador, por sí a la mocita aquella de 1,47 de altura y 15 años de edad le daba por repetir la hazaña. Fue una medida acertada.
En los ejercicios voluntarios por equipos Nadia volvió a registrar dos dieces, primero en la barra y luego en las asimétricas. Las soviéticas ganaron la medalla de oro por equipos, aunque volvió a ser la Comaneci, que dio la plata al equipp rumano, la que cautivó al público, por su elegancia y perfección.
El 22 de julio, 16.000 espectadores esperaban otro recital de la rumana. Nadia repitió máximas puntuaciones en barra y asimétricas, lo que le proporcionó la victoria individual en ejercicios combinados. En ejercicios sobre el suelo, Nadia consiguió el bronce, y, en salto del potro, la cuarta plaza.
Días después, la gran estrella de la gimnasia femenina recibía custodia especial. Seis policías y cuatro militares vigilaban todos sus pasos y controlaban a cuantas personas se acercaban a ella. Nadia había recibido en la villa olímpica unas vagas amenazas, que impulsaron a los responsables de la seguridad de los deportistas a evitar la acción de algún loco incontrolado.
La Comaneci debió pensar entonces: "Cómo cambian las cosas". Cuando tenía 12 años, la Federación Francesa de Gimnasia invitó al equipo femenino rumano a participar en unas exhibiciones internacionales que iban a desarrollarse en distintas salas de París. En principio, Nadia Comaneci y otra gran gimnasta rumana, Teodora Ungureanu, de la misma edad que la primera, debían participar en un céntrico polideportivo parisiense, pero, como ninguna de las dos era conocida, los organizadores decidieron a última hora mandarlas a una sala de las afueras de la ciudad.
Por si fuera poco, los franceses no le proporcionaron a Bela Karoly transporte para ir hasta allí, por lo que el entrenador y las dos niñas tuvieron que coger un taxi y, tras superar un monumental atasco, se encontraron, al llegar a la sala en cuestión, con que los vigilantes de la puerta no tenían noticia de que hubiera habido un cambio de programación, y no dejaban entrar al trío. Después de varios minutos de discusión, las niñas esquivaron a los celosos guardianes, mientras Karoly era retenido, y se presentaron ante los jueces.
Ambas, pero sobre todo la Comaneci, asombraron al público, congregado en buen número, y que seguramente no sabía que Nadia había ganado dos medallas de oro meses antes en Bulgaria, en la Copa de las Esperanzas Olímpicas.
A su vuelta a Rumanía, Nadia Comaneci fue colmada de honores. Le concedieron la Medalla de Oro de la Hoz y el Martillo y fue nombrada Héroe del Trabajo Socialista. Aquello debió alterar un tanto su fisiología y dejaron de funcionar los brebajes que le inyectaban: comenzaron a vislumbrarse en ella formas femeninas.
En 1978 parecía tener un exceso de tales formas femeninas. Tenía papada, celulitis en los muslos y, por si fuera poco, hasta altas esferas federativas de la gimnasia rumana tuvieron que intervenir para poner fin a los escarceos de la Comaneci con un conocido cantante de folk del país, bastantes años mayor que ella. No se sabe si para olvidar, a partir de entonces se convirtió en una verdadera adicta a los dulces, lo que empeoró su figura.
En los Campeonatos del Mundo de Estrasburgo, las críticas llovieron sobre ella. Ya no era la reina de los Juegos de Montreal, sino una gimnasta que realizaba sus ejercicios más o menos con gracia y que se caía de las asimétricas. Bela Karoly, que había sido un tanto condescendiente con ella, decidió actuar duramente.
El resultado fue que en unos campeonatos celebrados en Fort Worth (Estados Unidos), en 1979, la Comaneci había recuperado su figura de Montreal y volvía a asombrar al público. Hubiera ganado todo lo que se podía ganar de no ser por una desafortunada caída de la barra, que le dislocó un hombro. Ella se lo tomó con calma y, mientras sus compañeras continuaban haciendo piruetas en el gimnasio de Fort Worth, se fue a Nueva York a probar la tan famosa hamburguesa occidental con un brazo en cabestrillo. Para rematarlo, Nadia, que tiene fama de sosa, se compró un tocadiscos.
Boda con Ceaucescu
Nadia, nacida bajo el signo zodiacal de Escorpión, ya era definitivamente mujer cuando ganó los Europeos de Copenhague, en diciembre de 1979. Poco después, sus entrenamientos eran cada vez menos intensos. "Ahora tengo más tiempo para divertirme", dijo entonces, "aunque quizá no el suficiente. Yo comprendo la vida sentimental. Me placen los buenos chicos y nosotros tenemos buenos chicos, incluso entre los gimnastas". Sin embargo, a pesar de esta relajación, todavía consiguió llevarse la medalla de oro en la barra olímpica en los Juegos de Moscú, pero ya sin obtener ninguna máxima puntuación.
Parece claro que sus apetencias no podían ser controladas ya por la química. De este modo, decidió elegir al compañero de su vida. Y a fe que lo hizo bien: nada menos que el hijo del presidente de Rumanía, Nicolás Ceaucescu, con el que se casó en diciembre de 1981. Boda a la que no asistió Bela Karoly, el entrenador gracias al cual consiguió todos sus triunfos, ya que se había asilado ocho meses antes en Estados Unidos, junto con su mujer, Marta, y otro entrenador rumano.
Nadia Comaneci se retiró oficialmente de la competición en el mes de mayo de 1984, poco antes de los Juegos de Los Ángeles.
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