Mark Spitz, el más grande
E. B., Nacido el 10 de febrero de 1950 en Modesto (California), el pequeño Mark aprendió a nadar antes que a caminar. Muy probablemente, Spitz no nació con el moderno método de parto bajo el agua, pero da lo mismo. Es como si lo hubiera hecho. Al año escaso de vida ya chapoteaba en la piscina local, bajo la mirada atenta de su padre, Arnold Spitz, el primer entrenador que tuvo, y quien le inculcó un principio realmente antiolímpico: "Lo importante no es participar sino vencer".
Poco después, sus progenitores se trasladaron a Hawai, donde Mark Spitz asombraba en las playas de Honolulú, las mismas en ¡as que los indígenas inventaron el estilo crawl. Tras la vuelta de la familia al nuevo continente, Mark comenzó a tomar parte en las competiciones organizadas en California por el Young Men Catholic Association (YMCA), hasta que el entrenador Sherman Chavoor se lo llevó al club Arden Hills.
El mejor del mundo
La vida nómada de los Spitz trasladó a la familia desde Sacramento a Walnut Creek, en donde Mark fue recomendado por Chavoor a George Haines, entrenador del famoso club de natación Santa Clara. A los pocos días de comenzar a practicar en la piscina del Santa Clara, Haines dijo de Spitz: "Será el mejor nadador del mundo". Por entonces, Mark sólo contaba 11 años.
Su extrema facilidad para deslizarse en el agua le colocó rápidamente, entre la elite natatoria norteamericana, e iba camino de convertirse en el sucesor del primer gran nadador de Estados Unidos: Tarzán Johnny Weissmuller, como así fuera llamado tras volver de los Panamericanos, donde, a los 17 años, consiguió siete medallas de oro.
Su carácter difícil y agresivo con los compañeros y un enfrentamiento directo con Haines, por la desilusión de México, le hicieron abandonar el club californiano. Prueba de las agrias relaciones entre él y el resto del equipo norteamericano fue el desprecio con que un compañero le espetó, antes de comenzar los Juegos mexicanos: "Pequeño judío, aquí no vas a ganar nada". Y sólo ganó una medalla de bronce, y dos de oro en los relevos. Poca cosa.
Entró en 1970 en la Universidad de Indiana, y se puso bajo la custodia de Counsilman, uno de los mejores entrenadores del mundo, con el que también rompió relaciones, "por razones personales", poco antes de acudir a Munich. Counsilman fue luego entrenador en la Universidad Californiana de Los Ángeles (UCLA), donde tuvo como pupilos a algunos estudiantes españoles.
Con 22 años, una edad que no es ideal para un nadador, el desquite de Spitz en la ciudad alemana fue espectacular. No sólo arrasó en cada prueba, sino que se despidió con cuatro récords mundiales personales y colaboró en la consecución de otros tres en relevos.
Dentro de la piscina más avanzada del mundo, construida expresamente para los Juegos, Mark Spitz participó en 10 pruebas individuales, incluidas las eliminatorias, y en seis de relevos. Entre el 27 de agosto y el 4 de septiembre, Spitz se colocó siete medallas de oro, con sus correspondientes récords mundiales.
En 100 metros libres, tras ser superado en las pruebas clasificatorias por el todavía campeón olímpico, el australiano Mike Wenden, Spitz le batió en la final, y arrastró a su compatriota Jerry Heidenreich a la medalla de plata.
Al día siguiente, en 200 libres, Steven Genter, norteamericano también, se mantuvo al lado de Spitz hasta el largo final, pero éste se destacó sin aparente esfuerzo en los últimos metros, dejando a su rival a 95 centésimas de segundo, y a los demás a más de segundo y medio.
En mariposa, la superioridad de Spitz fue, si cabe, todavía más evidente: marcó menos de 55 segundos en 100 metros, algo inusual por aquel tiempo, y, casi sin darle tiempo a salir de la piscina, horas después, venció en los 200, donde hubo copo norteamericano. Esta prueba resultó la más arrolladora, puesto que Spitz ya estaba haciendo las inmersiones de descanso, mientras los demás continuaban llegando.
En relevos, Mark proporcionó la victoria al equipo norteamericano en tres pruebas, 4x 100 libres, 4x200 libres y 4100 estilos, siempre haciendo el último de los relevos, que se considera reservado para la estrella del cuarteto participante.
Sin embargo, la participación de Spitz en la primera de ellas debió ser un tanto relajada: Heidenreich le arrebató a Mark el récord que éste había establecido cuatro días antes, nadando los 100 libres en 50 segundos y 78 centésimas, 44 centésimas menos que el tiempo de Spitz. Pero batir sólo uno de los 33 récords mundiales establecidos por Mark, en diferentes momentos de los 13 años de su vida deportiva de competición, no parece demasiado importante.
Dólares
El que fuera denominado torpedo humano había aprendido muy bien la lección mexicana. Las siete medallas de oro fueron el fabuloso palmarés que le permitió retirarse de las competiciones oficiales a los 22 años de edad e iniciar una brillante y fructífera carrera en el mundo de los negocios, en la promoción y venta de prendas deportivas.
Cinco millones de dólares recolectó en Munich Mark Spitz, quien ya había dado muestras de su visión comercial cuando, en una de sus muchas subidas al podio, agitó a modo de saludo sus zapatillas deportivas, en las que se podía distinguir el nombre de un famoso fabricante alemán.
Aquel gesto, antitético de los elegantes ideales olímpicos, fue comentado no como algo intolerablemente grosero, sino más bien como un detalle gracioso, y así resultó para todos menos para un espectador de los que estaban aquel día en las primeras filas del pabellón acuático de Munich, quien, con un acento marcadamente prusiano, le gritó en el idioma de Shakespeare: "Eres tan bueno y tan tonto como Bobby Fisher". La comparación no podía ser más atinada, ya que por aquellos días el excéntrico y genial Fisher se enfrentaba, en la más mitificada y seguida partida de ajedrez hasta el momento, al soviético Spassky. Por toda respuesta, Mark Spitz se encogió de hombros y continuó caminando hacia los vestuarios con una gran sonrisa entre los labios.
La fama llegó rápidamente. Al regreso a su casa de Los Ángeles le esperaban 3.000 cartas, procedentes de admiradores de todo el mundo. Entre ellas, ninguna de presidente Nixon, al que todavía no le había llegado su Watergate, y a quien Spitz admiraba, hasta el punto de declarar que no le disgustaría recibir una misiva de felicitación de tan egregio personaje.
A la vuelta de Munich, Spitz se mereció más que nunca el título de sucesor de Weissmuller cuando filmó El hombre y el tiburón. La película, programada para ser emitida por televisión, fue realizada en el Caribe, a lo largo de las costas del territorio de Belice (Honduras británica). Exaltaba las condiciones natatorias de Mark Spitz, pero acabó más como algo entre amigos que como una cinta comercial, por su pésima calidad. Al ver el resultado, Spitz, que había recibido numerosas ofertas cinematográficas, abandonó toda intentona ante las cámaras y los platós.
Mark Spitz vive hoy con su mujer, Suzy, y su hijo, en la ciudad que a partir del próximo 26 de agosto probablemente vea los triunfos de sus sucesores norteamericanos: Los Ángeles. Practica la vela, sigue representando a aquella marca comercial que fabricó las zapatillas por él agitadas desde el podio, y trabaja para una inmobiliaria. Se ha olvidado de las competiciones deportivas y sólo nada en la bañera de su casa.
Los 'Juegos de la alegría'
La muerte de 11 deportistas israelíes, además de la de cinco terroristas árabes y un policía alemán, ensombrecieron el desarrollo de unos Juegos que podían haber pasado a la historia como los más brillantes.
24 horas después de que Spitz se colgara su séptima medalla de oro, un comando de Septiembre Negro irrumpió en el segundo piso de la villa olímpica, donde estaba alojada parte de la delegación israelí. Tras dar muerte a dos atletas, se hicieron fuertes en la planta y tomaron como rehenes a nueve deportistas israelíes. El comando pretendía que el Gobierno de Israel pusiera en libertad a 200 palestinos.
Tras una tensa espera, a las nueve de la noche, cuando el comando compuesto por ocho personas se disponía a marchar con los rehenes hacia el aeropuerto de Furstenfeldbruck, uno de los terroristas descubrió a un policía alemán camuflado, que intentaba impedir los propósitos de los palestinos. El comando abrió fuego, y en la refriega murieron cinco atletas, cuatro terroristas y el policía alemán.
Otros cuatro deportistas israelíes perdieron la vida cuando uno de los árabes hizo estallar una granada, colocada en el helicóptero que debía trasladarles al aeropuerto. Al día siguiente las banderas de los 123 países participantes ondearon a media asta, en uno de los más tristes pasajes de los Juegos Olímpicos. En el estadio, la orquesta de Munich interpretó la Marcha fúnebre de la Sinfonía heroica, de Beethoven. Los acontecimientos obligaron a cambiar de partitura. Ya sobraba el Himno de la alegría, porque así habían sido bautizados los Juegos antes de su comienzo.
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