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Réquiem por dos notables

Nuestro viejo Jorge Manrique sigue teniendo razón cuando en sus coplas aseguraba que la muerte a todos los hace igual. Y digo esto porque la muerte de dos notables, separados entre sí por casi todo, ha presentado ante el público un rostro común. Estos dos notables son nuestro don Claudio Sánchez Albornoz y el camarada presidente de la URSS fallecido, Yuri Valdimirovich Andropov.Sobre el réquiem lanzado elegíacamente junto al cadáver del líder soviético en plena plaza Roja acabo de tener noticia al recibir (DI número 3 del Boletín del Patriarcado de Moscú de este año 1984.

Allí se nos describe el paniquismo (una especie de vísperas litúrgicas de rito bizantino) que presidió su santidad Pimen, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, en memoria del ilustre extinto.

No hay lugar para transcribir el elogio completo, pero sí me permito transcribir algunas frases: "Nuestro pueblo conocía y respetaba grandemente a Yuri VIadimirovich como un hombre de altas cualidades personales, sensible y atento a las necesidades y esperanzas del pueblo, que se entregó en cuerpo y alma al bien de la nación para promover su prosperidad y su crecimiento espiritual... Las numerosas iniciativas de paz y las propuestas que ofreció han encontrado invariablemente la aprobación de todos los estadistas de conciencia realista y de todos los hombres de buena voluntad, que (de ello estamos seguros) recordarán siempre las palabras de Yuri V. Andropov impregnadas de un espíritu de fino humanismo: 'Jamás pondremos el bienestar de nuestro pueblo, la seguridad del Estado soviético, por encima de nada; únicamente tendremos en cuenta él bienestar y la seguridad de otros pueblos, de otras naciones'".

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El elogio fúnebre de S. S. Pimen terminaba así: "Queridos hermanos, ofrezcamos nuestras fervientes plegarias por el recién desaparecido Yuri, y su memoria sea eterna".

Pocos meses después se nos muere en Ávila nuestro querido notable don Claudio, cuya vida no se parece nada a la de su correspondiente notable soviético. Lo único que tienen de común es el de haber desempeñado la más alta magistratura del país, aunque don Claudio lo tuvo que hacer de una manera prácticamente simbólica ante la contundencia de un poder de facto sólidamente ocupado por el general Franco.

Don Claudio fue siempre católico, no solamente practicante, sino fervoroso. Eso sí, era un católico atípico para sus tiempos: era republicano, como también lo fue el católico José Bergamín. Cuando muere don Claudio se celebra en la catedral de Ávila no un simple paniquismo, sino todo un funeral completo de córpore insepulto. El obispo se atreve a reservarle un rincón de la vetusta catedral abulense, no sin superar duras resistencias de algunos miembros del cabildo catedral, que no podían comprender aquella amalgama histórica. Y en su homilía hace un elogio justo de aquel varón venerable, modelo de sabiduría y de virtud, que bien podía ocupar su lugar eterno en aquel rincón medieval bajo el lema paulino escogido por él mismo: "Donde está el espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Cor 3,17).

En la condolencia hay un revuelo de Felipes: el Príncipe de Asturias, el presidente del Gobierno y el propio obispo de Ávila. ¿Tendrán algo que decir los astrólogos sobre esta convergencia? Yo creo que no. El azar tiene sus caprichos. Y el hecho de que tres Felipes distintos vayan a darle el último adiós al antiguo presidente de la República Española tiene su significado: la Monarquía rindiendo homenaje de alguna manera a la República, el socialismo asistiendo respetuosamente a la ceremonia religiosa y la Iglesia albergando cariñosamente en lo más íntimo de su seno lo que otrora fue símbolo de los otros.

Se habla mucho de diálogo, y creo que es tremendamente útil. Pero la unidad o la convergencia se realiza más a través de la praxis. Eso sí, sin que nadie tenga que renunciar a su identidad: ni el Príncipe a su monarquía, ni la Iglesia a la proclamación diáfana de su fe, ni el socialismo a sus presupuestos secularistas.

El paniquismo de la plaza Roja de Moscú no deja de ser una componenda que nadie se la cree: ni los mismos que la protagonizan. Por el contrario, el funeral de don Claudio es, según la expresión machadiana, uno de tantos caminos "que se hacen al andar".

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