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No hay dos violencias

Hará en octubre 10 año s que, durante una misa de doce en la catedral malagueña, fui injuriado verbalmente por un grupo determinado, posteriormente interrogado por la policía y finalmente multado con la suma de 100.000 pesetas (de las de hace 10 años). ¿Cuál había sido mi crimen?Sencillamente el haber denunciado por igual la violencia de la que fueron objeto los policías nacionales en la calle Correos de Madrid y un grupo de ciudadanos de la ciudad sevillana de Carmona, que en pleno agosto se habían manifestado en la carretera pidiendo agua. En este segundo caso, las fuerzas públicas atacaron hasta matar a un muchacho manifestante. En el caso de la calle Correos, que aconteció unos cuatro meses después, la investigación para detectar a los supuestos autores se puso inmediatamente en marcha, mientras del desaguisado de Carmona nadie decía una palabra,

Mi protesta, apoyada únicamente en motivos evangélicos y humanistas, era la discriminación que presuponía el tratamiento diverso que se daba a una u otra violencia, sacando como conclusión que, en nombre de mi conciencia cristiana, no podía menos que condenar por igual a ambas violencias.

Pues bien, he aquí que 10 años después, cuando afortunadamente el país ha salido de la noche de la dictadura y tenemos una democracia que parecía haber pasado ya el rodaje, surge en el País Vasco un caso similar al que me aconteció en aquella circunstancia. José María Setién, obispo de San Sebastián, se atreve valientemente a condenar toda clase de violencia, incluso la cometida con una aparente arbitrariedad por las fuerzas públicas contra ciudadanos indefensos.

Hay que advertir que en el mismo documento se condena enérgicamente la otra violencia, de la que fueron víctimas guardias civiles y otras fuerzas públicas. A esto hay que añadir que, según me confirma directamente la oficina de medios de comunicación de la diócesis donostiarra, el número de documentos oficiales de la Iglesia vasca contra los asesinatos de la ETA supera con mucho el de los reproches que en ciertas ocasiones han debido hacerse a agentes del orden público por haberse excedido en sus funciones.

¿Por qué entonces esa alarma del Ejecutivo y del partido hegemónico ante la serena, pero enérgica, protesta de un obispo que, además, durante el franquismo tomó una actitud de oposición que le costó estar en vía muerta hasta la muerte del general Franco? ¿Por qué no se agradece esta colaboración de la Iglesia, que suele estar a veces más cerca del pueblo que otras instituciones políticas y sociales, y no se ponen en seguida a averiguar los posibles desmanes de los agentes del orden público por el bien de todos e incluso de la propia imagen del Gobierno y del partido que lo sustenta? ¿Es que el poder ciega de tal manera a los que lo poseen hasta cambiarlos tan radicalmente?

A los ciudadanos españoles no nos escandaliza que en un momento dado y en un espacio dado de la geografía española los agentes del orden no cumplan con su deber. Eso pasa con todas las instituciones, sin que por -eso pierdan el prestigio. Lo interesante es que la propia institución dé pruebas de buena salud detectando el fallo interno y procurando corregirlo pronta y enérgicamente. En este caso nadie protestaría. Pero lo increíble es que a una simple y cálida denuncia profética de un pastor religioso a favor de su pueblo se la magnifique atribuyéndole profundas intenciones, de las que indudablemente carece.

Nosotros, los andaluces, desde el otro extremo de la piel de toro y desde la simple peatonía ciudadana, solamente vemos en José María Setién, en este caso, un buen pastor que se preocupa seriamente por la vida de todas sus ovejas, sin tener en cuenta si el balido de éstas ha sido emitido en euskera o en castellano.

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