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Banderas mojadas

Los primeros en formar un movimiento internacional de masas fueron los anarquistas y, al revés que en los Evangelios, tal vez sean también los últimos en desaparecer. Ser anarquista es algo que está al alcance de cualquiera. Puede serlo el verdadero ácrata que, de puro nihilismo, ni considera necesario integrarse en organización alguna. Puede serlo el hombre que se dice de izquierdas y, en realidad, no lo es; situarse a la izquierda de la izquierda será entonces su mejor coartada. Puede serlo, incluso, el hombre de derechas y hasta de extrema derecha: nada de sindicatos, ni de impuestos, ni de jubilaciones, nada de nada. Un caso en modo alguno infrecuente y de cierto porvenir.La Segunda Internacional, la de Marx y Engels, logró una indudable expansión en toda Europa hasta que apareció la Tercera, la de Lenin. A partir de entonces, como si quisiera hacer honor a las acusaciones de Lenín o, simplemente, tomar sus distancias, el socialismo democrático se fue convirtiendo paulatinamente en un partido político con más sufragios que masas y una línea de lucha más parlamentaria que callejera. El que vota socialista sólo ocasionalmente considera necesario manifestarse de otra manera. Éste es uno de tantos aspectos que le distinguen del votante comunista, para quien el voto es sólo un acto más de disciplina, ya que, en el fondo, no cree en las llamadas libertades formales. En los años que siguieron a la segunda guerra mundial, no sólo la calle, sino también las masas y gran parte de los intelectuales se hallaban más próximos al partido comunista que a cualquier otra organización política, especialmente en países como España, Italia y Francia.

Fue hacia finales de los años cincuenta cuando empezó el reflujo, una importante modificación de actitudes fruto de la concurrencia de diversos factores. La caja de Pandora que destapó Jruschov en el curso del XX Congreso del Partido Comunista Soviético, revelando al mundo la cara oculta de la construcción del socialismo en la Unión Soviética. Las noticias -al principio, apenas creídas en Occidente de lo que había sucedido y estaba sucediendo en otros países del mundo socialista, que daban pie a una interpretación muy otra que la oficial: Berlín Oriental, Hungría, etcétera. Los incipientes milagros y milagritos económicos, que, empezando por Alemania y acabando por España, recorrieron Europa, cambiando no sólo las formas de vida, sino también la mentalidad del ciudadano medio. El obligado replanteamiento de objetivos y resultados que el intelectual europeo empezaba a hacerse respecto a una revolución que llevaba ya en el poder alrededor de 40 años. En fin, toda una serie de factores sobre los que, en cada circunstancia concreta, podían incidir otros de carácter más personal. Recuerdo al respecto el caso de un militante comunista -hoy miembro de un partido no forzosamente de izquierdas ni forzosamente republicano- que acababa de salir de la cárcel en libertad provisional. Estábamos en casa de unos amigos comunes y la opción que estaba siendo considerada era la de un exilio preventivo en Francia. Su mujer le animaba con vehemencia. "Volveremos pronto", recuerdo que dijo. "Con las banderas desplegadas ondando al viento".

Por un momento, a mediados de los años sesenta, pareció que la Cuarta Internacional, la de Trotski, que nunca había superado el nivel de organización de cuadros, podía llegar a cobrar cierta relevancia. Hubo, al menos, unos cuantos antiguos militantes comunistas de relieve que se apuntaron en sus filas, posiblemente para que no pudieran ser acusados de renegar de nada ni de haberse vendido; un salto atrás y a la izquierda similar a la coartada de muchos de los que se autoproclaman anarquistas. Pero no tardó en quedar claro que las corrientes de pensamiento mayoritarias iban por otro lado, con sus planteamientos a la vez nuevos y recurrentes, postulados de esos que, bajo las más diversas formulaciones, reaparecen una y otra vez en el curso de la historia. El grito de "la imaginación al poder" tiene un valor realmente emblemático en este sentido: la realización, una vez más, de la utopía. Paralelamente, colateralmente si se prefiere, una serie de fenómenos culturales y contraculturales que, con sello californiano, no tardaron en extenderse por toda Europa: sexualidad colectiva, drogas todavía relativamente blandas, el vagabundeo hippy. También es la gran época del feminismo, que, a diferencia de los demás movimientos de aquel entonces -¿en qué compañía de seguros estará trabajando ahora el hippy de antaño?- ha logrado colar no sólo en las leyes, sino también en la mentalidad de la gente. Igualmente, han dejado una huella tangible, aunque circunscrita al territorio norteamericano, las reivindicaciones de la población de color, movimientos que, por su resonancia internacional -islámica, en lo que se refiere al b1ack power; cristiana, en las marchas pro igualdad de los derechos civiles-, rebasan el estricto marco estadounidense.

El paso a la violencia, el camino de la acción directa, tuvo en Europa un desarrollo muy superior al alcanzado por el black power en Estados Unidos. Me refiero a las organizaciones revolucíonarias internacionalistas que hace unos años proliferaron en Alemania y, sobre todo, Italia. Casos que nada tienen que ver con el de organizaciones nacionalistas tipo ETA o IRA, aunque, ocasionalmentae, puedan haberse apoyado mutuamente. Ninguna de ellas, por otra parte, responde a lo que suele entenderse por organización de masas.

Los dos movimientos de aparición más reciente, ecologismo y pacifismo, tienen una capacidad de convocatoria mayor o menor,

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según se trate de tal o cual país, pero, indiscutiblemente, la tienen. Tienen, además, una característica común que les distingue de los restantes movimientos hasta ahora mencionados: el carácter esencialmente negativo de sus postulados. No aspiran a construir paraíso alguno; se contentan con salvarse de¡ infierno. En términos de doctrina cristiana, aplicándoles a unos y otros la distinción establecida entre los dos tipos de propósito de la enmienda o arrepentimiento a los que el pecador puede acogerse en el acto de la confesión, podría decirse que si los movimientos anteriormente mencionados corresponden a un sentimiento de contrición (amor), éstos de ahora corresponden a un sentimiento -nunca tan perfecto- de atracción (temor). Por otra parte, tanto en relación al ecologismo como al pacifismo, cabe detectar un vicio de origen en sus respectivos planteamientos que les priva de arrestos, que lastra o limita su teórico poder de movilización. ¿Cómo explicar, si no, que su arraigo no sea mucho mayor cuando lo que está en juego es el destino del género humano? En lo que al ecologismo se refiere, yo diría que la causa hay que buscarla en el carácter heterogéneo de los valores en juego. Una cosa es lamentar la despiadada caza de ballenas y focas o respaldar las declaraciones de principio relativas a la protección del medio ambiente, y otra muy distinta afrontar decisiones forzosamente impopulares, algo que vaya más allá de plantar el simbólico arbolito. ¿Impopulares? Para las personas directamente afectadas, desde luego. Que se lo pregunten, pongamos por caso, a quienes dependen de una industria tan poco competitiva y tan contaminante y desforestadora como la del papel. O de una cualquiera de las industrias del norte de España, que provocan lluvias ácidas sobre Inglaterra, del mismo modo que la industria inglesa provoca lluvias ácidas en Escandinavia.

Caso algo distinto es el de los movimientos pacifistas. Estoy convencido de que ninguno de los Gobiernos hegemónicos implicados en la carrera de armamentos desea el llamado holocausto nuclear, y parece obvio que el principal problema para llegar a una completa desnuclearización reside en que ninguna de las partes cree que la otra ,cumpla realmente un eventual acuerdo al respecto. Y, no obstante, pese a que en los países occidentales -a diferencia de lo que ocurre en los países que pertenecen al Pacto de Varsovia- se suceden las manifestaciones multitudinarias contra el despliegue de misiles -contra los que se despliegan en cada país concreto, no contra los que ya están apuntando a esos países- o contra la OTAN y las bases militares, pese a ello, también aquí es posible percibir un vicio de origen que resta fuerza a las protestas: la evidencia de que el punto crucial de la cuestión no está aquí ni ahora, en la calle. El punto crucial de la cuestión está en la división del mundo en dos bloques antagónicos que, armados hasta los dientes, se vigilan con recelo desde hace casi 40 años. A una situación nueva como la presente, de una destructividad potencial nunca soñada, corresponde una solución nueva forzosamente global. Y, frente a este hecho, las manifestaciones populares o las proclamaciones de neutralidad de carácter local y unilateral, tienen la misma trascendencia que establecer por decreto la existencia o inexistencia de Dios.

En lo que a España se refiere, concretamente, aparte de los objetivos estratégicos -militares o no- ya existentes, la ve cindad de otros objetivos -Portugal, Gribraltar, Francia deja fuera de duda la realidad de que, llegado lo peor, nuestra si tuación no es precisamente la del orondo propietario de un refugio antiatómico. Y si, finalmente, llegase lo peor, ese infierno no deseado por nadie, dudo mucho que la antevíspera del día después, personalmente optase por meterme en uno de esos refugios. Me basta imaginar el paisaje exterior que encontraría nuestro orondo propietario de un refugio antiatómico cuando, meses o años después, decidiera salir a darse una vuelta. Lo real, con frecuencia, tiene tan poco de racional como la racional de real.

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