La destrucción del sujeto
En mayo de 1973, Michel Foucault pronunció una serie de cinco conferencias en Río de Janeiro, publicadas luego con el título de La verdad y las formas jurídicas. En la cuarta de esas conferencias afirmaba: "La sociedad contemporánea puede ser denominada -por razones que explicaré- sociedad disciplinaria. Quisera mostrar cuáles son las formas prácticas penales que caracterizan a esa sociedad, cuáles son las relaciones de poder que subyacen a esas prácticas penales, y cuáles son las formas de saber, los tipos de conocimiento, los tipos de sujeto de conocimiento que emergen a partir y en el espacio de esta sociedad disciplinaria que es la nuestra".Resultaría difícil, aunque no imposible, encontrar una definición más escueta de su trabajo hasta ese momento y de sus proyectos de futuro. En estas frases, Foucault pasa revista a las coordenadas que espolean su reflexión (una sociedad disciplinaria); a los temas. en los que intenta comprender los procesos de opresión (las prácticas penales y las prácticas de los saberes), así como al nucleo central en torno al cual gira el esquema: la construcción / destrucción del sujeto, autoconcebido como sujeto de conocimiento.
Subyace la concepción del pensamiento, de la teoría, como una caja de herramientas, instrumento del comprender que es a la vez transformar y que está ya presente desde la época de Enfermedad mental y psicología (1954) y, especialmente, desde Historia de la locura en la época clásica (1961) y El nacimiento de la clínica (1963).
El estructuralismo
Foucault fue rápidamente encuadrado en la corriente que, desde finales de los años sesenta se denominó estructuralismo. Él siempre se negó a aceptar la etiqueta y su obra posterior le otorga toda la razón. El estudio genealógico de Foucault es cualquier cosa menos estructuralista, por más que Las palabras y las cosas, la obra que provocó mayor escándalo en las academias, pareciera apuntar hacia aquella corriente. Para entender la obra de Foucault, sin embargo, y el oleaje que provocó, hay que considerar algunos aspectos sociohistóricos, de los que el mayo francés de 1968 no es una pieza menor.
Foucault es lanzado a la fama coincidiendo con ese acontecimiento, en medio de una masa de estudiantes y profesores que reconocen, más que en los temas, en los enfoques del pensador francés algunas de sus cuitas personales, Era justo el momento en que Herbert Marcuse hacía también furor con obras como El hombre unidimensional o Eros y civilización. Foucault fue más lejos: frente a la afirmación de la existencia del hombre plano, afirmó la historicidad del sujeto y su muerte. "El hombre", escribió, "es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin".
El pensamiento moderno se inicia con la afirmación cartesiana del cogito en el que el morfema de pronombre personal es más crucial que la actividad de pensar. Cogito ergo sum es más la afirmación del yo, su partida de nacimiento, que una implicación consistente, como de forma sobrada han demostrado los lógicos. Lo que distingue la frase cartesiana de su antecesora agustiniana (dudo, luego existo) es que en san Agustín lo que se afirma es la correlación entre una sustancia actuante, en la duda, y la necesidad de otorgarle existencia. Se trata de un paso ontológico no disimulado, mientras que en Descartes, y eso es lo que detectaba Foucault, la afirmación es ontológica -la presencia del sujeto pensante- pero simulada tras la epistemología. Foucault pondría el hecho de relieve en la descripción de un cuadro famoso: Las meninas, en el que -y no casualmente es de la misma época histórica- el autor aparece creando. La afirmación de la muerte del hombre foucaultiana se deriva, pues, del carácter temporal de las epistemologías, de los procesos de saber, culminando en la elaboración del concepto de arqueología del saber.
Pero Foucault, ya lo hemos dicho, no es un estructuralista. Y su rastreo del proceso de formación conceptual no consiste en un análisis sincrónico. No podía ser así, porque no se puede cortar la historia. Sí se puede sajar, abrirla, destriparla y evidenciar su relatividad su trayectoria sin final. Por decirlo con frase de Althusser que Foucault hubiera podido hacer suya, "la historia es un proceso sin sujeto ni fines". La construcción de la historia del pensamiento es pues la reconstrucción de la formación de sus conceptos, de las relaciones que los entretejen, relaciones que son, obviamente, de poder. Bien entendido que el poder no es un objeto, sino una capacidad, "algo que se ejerce".
La noción de poder
No era la noción de poder que utilizaban Marcuse, Sartre, Habermas ni, por supuesto, los políticos encuadrados en los partidos. "El papel del intelectual", afirmaba en una charla mantenida con Gilles Deleuze y publicada en España por Miguel Morey en Sexo, verdad y poder. Conversaciones con Michel Foucault, "consiste en luchar contra las formas de poder allí donde es a la vez su objeto e instrumento: en el orden del saber, de la verdad, de la conciencia, del discurso. Por ello la teoría no traducirá, no aplicará una práctica, es una práctica". Foucault insistía más, si cabe, en esta misma idea en otro punto de la misma obra: "El derecho... ha sido el modo de representación principal del poder".
Los estudios de Foucault se centraban en aquellos espacios en los que la representación era menos teatral, más descarnada. "Esto es lo fascinante de las prisiones", escribía, "por una vez el poder no se oculta, no se enmascara, se muestra feroz como tiranía en los más ínfimos detalles, cínicamente, y al mismo tiempo es puro, está enteramente justificado puesto que puede formularse enteramente en el interior de una moral que enmascara su ejercicio: su bruta tiranía aparece entonces como dominación serena del Bien sobre el Mal, del orden sobre el desorden". La cárcel como punto disciplinario límite, que no único, de toda una sociedad definida como disciplinaria. "En nuestra época", remacha Foucault, "todas estas instituciones -fábrica, escuela, hospital psiquiátrico, hospital, prisión- no tienen por finalidad excluir sino por el contrario fijar a los individuos".
La muerte de Foucault, tras haber sido internado en un hospital psiquiátrico, se nos ofrecería, pues, como una parábola borgiana, sino fuera porque el propio Foucault permaneció siempre dentro de una red que, en sus análisis, es citada con frecuencia como del mismo grosor que la del psiquiátrico: la escuela. Que el propio Foucault no creyera en una identificación tal parece demostrarlo la ausencia de análisis minuciosos de esta institución, frente a la amplitud de los dedicados a hospitales, psquiátricos y cárceles. Y no resulta consistente pensar que se tratara de una pura cuestión de modas. Foucault estudia el castigo carcelario antes de la aparición de las asociaciones de presos, aunque su mayor difusión coincidiera con estos movimientos. El olvido de la escuela tenía otras razones, pero ésas nunca las conoceremos.
Babelia
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