Cita clave en Fontainebleau
Hoy se reúne en Fontainebleau el Consejo Europeo de Jefes de Estado y de Gobierno de la CEE. En las dos anteriores ocasiones -Atenas y Bruselas- este organismo fracasó en su intento de dar una solución al problema de la contribución británica al presupuesto de la Comunidad. La cumbre que se abre hoy bajo la presidencia de Mitterrand es decisiva para llegar a un acuerdo que, de paso, constituiría la luz verde para el ingreso de España y Portugal.Probablemente, los líderes europeos son conscientes de que un nuevo aplazamiento de estas cuestiones de fondo que les dividen dificultaría hasta extremos inadmisibles los esfuerzos por la creación de una Europa que pueda hacer frente a los desafíos tecnológicos y sociales del futuro. Un retraso de algunos años más, y Europa habrá perdido para siempre frente al reto. económico que le plantean Estados Unidos y Japón.
La primera ministra británica insiste en el reembolso de la deuda de la Comunidad al Reino Unido como una cuestión de principio. En realidad se juega mucho con eso, pues el acuerdo, si se alcanza, no sólo servirá para resolver el problema del pasado, sino para determinar los cálculos que han de hacerse en idéntico sentido en el futuro. En la reunión de Bruselas se avanzó bastante y las posiciones se aproximaron: sólo hay ya una diferencia equivalente a 32.000 millones de pesetas en el cheque de reembolso que ofrecen los nueve a Thatcher y el que ella exige. Además, ya nadie discute lo correcto del fondo del planteamiento británico. Lo que ahora se necesita para relanzar la Comunidad es un mínimo empujón por ambas partes. ¿Quién ha de darlo primero? Parece que será Mitterrand, como presidente de la reunión.
París pretendía tratar este problema como uno más en Fontainebleau, pero hay signos de que ha cambiado de actitud, entre otras razones, por las presiones de los demás Gobiernos. Un nuevo fracaso abriría una crisis política y económica mayúscula en la CEE y cerraría la puerta a nuevas iniciativas, incluso en el caso de que se piense en la Europa a varias velocidades. Una Comunidad Económica Europea sin el Reino Unido sería cualquier cosa menos un proyecto de verdadera unidad del continente. La idea de Europa ya ha pagado bastantes facturas por los errores acumulados: el de Londres, primero, que no quiso sumarse a la aventura desde el comienzo. El de Charles de Gaulle, después, al vetar el ingreso británico. Francia intenta ahora recuperarse de ese error histórico, y ha planteado en Fontainebleau un debate sobre las instituciones europeas después de que Mitterrand lanzara, en el Parlamento de Estrasburgo, un Proyecto de Tratado de Unión Europea.
El primer contencioso serio, salvado el escollo británico, será la eventualidad de revisar los sistemas y cuantía de financiación del presupuesto comunitario. En Bruselas se llegó a una decisión de principio, pendiente de ratificación, para aumentar los recursos financieros, subiendo de 1 punto a 1,4 puntos del IVA (impuesto sobre el valor añadido) los fondos que deberían aportar los diez. Esta cifra es todavía muy escasa, y hoy podría revisarse al alza. El aumento de los recursos propios, sin el cual la ampliación de la CEE no puede producirse, sería, junto con una declaración clara y directa, la mejor señal de los diez hacia España y Portugal. No basta con fijar luchas ni acordar declaraciones sobre equilibrio, reciprocidad y progresividad Estas cosas han de traducirse en cifras y medidas concretas, como, de otro modo, acaba de recordar el presidente de la Comisión Europea, Gaston Thorn.
En cuanto a España, es preciso decir que, en los seis meses de presidencia francesa de la CEE, las negociaciones han avanzado. Se ha empezado a tratar sobre dos capítulos difíciles: agricultura y pesca. Las dudas que Mitterrand expuso en Atenas sobre la ampliación parecen haberse disipado. París quiere apadrinar ahora y sacar partido de la ampliación de la Comunidad, como ya hizo en anteriores ocasiones. En su derecho está, pero lo mínimo que puede esperar Madrid de Fontainebleau no es una fecha sobre el fin de las negociaciones, sino sobre el ingreso definitivo: 1 de enero de 1986. Una declaración así resultaría un digno final para el período de presidencia francesa de la Comunidad, que ha generado notables progresos en otras áreas y muy especialmente en la reforma de la arcaica política agrícola común. Si Fontainebleau se convierte en un sistema de limpieza de las escorias del pasado, la CEE no sólo estará salvada: se habrán puesto las bases para su relanzamiento y para ganar la batalla del futuro.
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