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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Socialistas dependientes

Antonio Elorza

Vaya por delante una perogrullada: el ingreso definitivo de España en la OTAN no es sólo una opción de política exterior que concierne a nuestro nexo con uno de los dos bloques militares. Lo subraya el lenguaje críptico de nuestros gobernantes, cuando al remachar con insistencia creciente la inevitabilidad de esa permanencia, ponen en juego un borroso sistema de amenazas veladas, en el que sólo una cosa es clara: salir hoy del pacto, atlántico sería tanto como verse arrojados a las tinieblas exteriores.En primer plano, las económicas, ya que, como recuerdan afectuosamentre Craxi y Kohl, llegados al efecto, conviene que España esté en la OTAN y en la CEE; luego puede pensarse que una y otra cosas están unidas, siendo la permanencia en aquélla una llave para la luz verde en el mercado (?), pero también las poilíticomilitares. El presidente nos advierte que, una vez fuera de la OTAN, nos quedaríamos sin participar de los maravillosos secretos de armamento nuclear y convencional que las potencias del mundo libre nos están confiando anticipadamente. Otros van más lejos. Si nos marchamos de la OTAN, las fuerzas del bien, irritadas, pensarían en atizar las ambiciones marroquíes sobre Ceuta y_Melilla, cuando no en desestabilizar la frágil democracia española. Por lo leído estos últimos días, tal estado de ánimo tiene adeptos en el interior, a la luz de las manifestaciones de algunos jefes militares, que denuncian, tras. las actitudes pacifistas contra la OTAN, la sombra del antimilitarismo.

En suma, que, aunque no nos guste y nadie nos explique con claridad qué vamos a sacar en limpio, la OTAN se convierte en el aceite de hígado de bacalao que el niño de los años cuarenta había de ingerir, por su bien, cerrando los ojos.

Nadie entra en el fondo de las cuestiones, por lo menos desde el poder, más allá de tópicos poco consistentes, como el de la neutralidad imposible. Estaría, sin duda, muy mal desvelar secretos de Estado -a mí, una responsable del movimiento por la paz socialista me contó hace un año que estaban en juego los piensos compuestos- y, ya se sabe, el pueblo es inmaduro. Se le dice lo necesario para su bien: la política exterior abordada lleva la marcha de la inevitabilidad.

Claro que la democracia tiene poco que ver con los arcanos del poder, que hicieron las delicias de los vasallos de las monarquías absolutás. Pero no es menos claro que la lógica de convicción del actual Gobierno se atiene a la citada vía.

No hay más datos disponibles, como no sea el martílleo de signos externos sobre la voluntad de integración a toda costa y el malestar gubernativo ante los estados de opinión que, realizados una y otra vez, dan fe de la terquedad del pueblo español a la hora de valorar el ingreso, atados de pies y manos y previo engaño electoral, en el sistema atlantista.

Amenaza golpista

La verdad es que, como tantas veces se ha dicho la calidad de los argumentos otanistas es bien escasa. Curiosos aliados son esos que si no acentuamos nuestro papel de peón militar en la defensa occidental -y acentúo lo de acentuar, porque ahí están las bases-, serían capaces de echamos encima un golpe de Estado, dejar sin comida a nuestras pobres vacas o azuzar a Hassan. Por la misma línea argumental, parece claro que si el juego de intereses del mundo libre lo requiere, el apuntalamiento del régimen hachemita pasará por delante de la discutible integridad territorial del aliado forzoso en que vamos camino de convertirnos. Y de poco sirven los fuegos artificiales para la galería, demostrando capacidad de iniciativa con propuestas sobre las Malvinas. La única utilidad de tales gestos, una vez roto el puente con Latinoamérica y el Tercer Mundo por nuestra integración en la órbita de Reagan, será reforzar esa ideología vacua que es el hispanoamericanismo, con la que, sin duda, van a mortificarnos a fondo en los próximos años. Dejemos, pues, la llorada hispanidad y pensemos en lo real: la simple mención de sanciones indirectas confirma la sospecha de que lo que está en juego es la independencia nacional o, por lo menos, el margen de independencia posible a que puede aspirar un Estado secundario de un período de agudización de tensiones entre las superpotencias.

Pero no puede olvidarse la otra faceta: lo que el asunto OTAN revela respecto a las formas de gobernar asumidas por la actual Administración. Resulta conveniente a este respecto releer la entrevista que, ahora hace cinco años, concediera Felipe González a Fernando Claudín en Zona Abierta sobre la crisis interna del partido socialista. Visto el diálogo en perspectiva, lo más interesante es el momento en que Felipe González se refiere a la inmadurez reinante en su partido y al modo de superarla.

Sorprendentemente, nada de pedagogía política, y menos de recurso al debate abierto. El hoy presidente acude a sus buenos conocimientos del mundo rural y compara el caso con el del huertano que ha de llevar al mercado unas brevas y éstas aún están verdes; sólo tiene que mojarlas el culo con aceite para que maduren rápidamente (cita textual).

No hay que ir damasiado lejos para prever la adopción en el caso OTAN de un tratamiento similar, poniéndonos a todos en el disparadero de algún gesto apocalíptico, dirigido a lograr la rápida llegada a nuestra madurez. Y hacer entonces que todos entremos tranquilamente en el zoco armado que domina y vigila la superpotencia americana.

Contra la fatalidad

Al llegar aquí tocamos fondo, y el tema OTAN se funde con el de la lógica de la acción gubernamental en su año y medio de vida. Contra lo que algunos opinan, no me parece un error más, sino la clave de bóveda de un sistema de gobiemo que está en trance de consolidación y que tiene un norte bien claro: racionalizar el funcionamiento del régimen capitalista en España -lo que implica autonomía tecnocrática, de un lado, y supresión de toda alternativa radical, de otro-, y, al propio tiempo, asumir la subalternidad de nuestro sistema económico en el marco del capitalismo mundial, consiguiendo una forma de inserción, ya que no ventajosa, por lo menos estable en el mismo. Se trata, con toda claridad, de una renovación conservadora, marcada por el signo de la dependencia exterior, lo que, curiosamente, separa la línea general, bien inquívoca, de nuestro PSOE de la tradición reformadora de las socialdemocracias y la emparenta con otros socialismos menesterosos y estabilizadores del sur europeo (el de Craxi, el de Soares), a quienes convendría mucho más la etiqueta de liberalismo social o, como máximo, de socialismo liberal. La orientación elitista y clientelar del modo de gobierno refuerza esa lectura, derivada del contenido de la acción política.

No son palabras pronunciadas desde la nostalgia del milenio, la utopía, o fruto de un radicalismo demagógico. La crítica se atiene a los términos del reformismo radical, base del programa electoral que valió la victoria al PSOE. Nadie pensó entonces, ni piensa ahora, en un vuelco de la situación. Pero sí creo que muchos votamos esa opción dando por sentado que no habría más torturas, más clientelas político-administrativas, más patrioterismo a los acordes de la marcha de Cádiz u otra similar; que la política económica se haría en concertación con los sindicatos, y no según el patrón exclusivo del Banco de España, y, en fin, que de una vez España iba a intentar escapar a la pesadilla de la guerra nuclear, jugando de paso un papel activo en Latinoamérica y en el Tercer Mundo. Cierto que no todo es blanco sobre negro.

Inversión de promesas

Hay políticas sectoriales donde los avances son notorios, a pesar de las resistencias encontradas: ahí está la política educativa y, en general, lo que significa una puesta al día de nuestra sociedad civil. Pero todo se oscurece al acercarse al centro de decisiones políticas. La inversión de las promesas, iniciada en los planos laboral y de orden público, seguida con la política de confrontación con las autonomías, alcanza ahora de lleno a la política exterior, y con consecuencias decisivas a largo plazo. No es, pues, sólo el ingreso en la OTAN, sino la lógica coherente de una política lo que está en juego.

Al propugnar una decidida oposición al ingreso en la OTAN, hace falta reconocer, en primer término, las debilidades propias: desmantelamiento orgánico de la izquierda, carencia de una alternativa a la política económica en vigor. Pero lo que no cabe es dejarse engañar por la aparente firmeza del inesperado oponente: el PSOE ha virado muchas veces en estos años y, si se le obliga, puede que, por una vez, no lo haga hacia la derecha. La jugada es, en consecuencia, decisiva para quebrar el círculo vicioso de nuestra dependencia exterior. Y también para la reconstitución de una izquierda que no tiene por qué resignarse a desaparecer, aun cuando sus portavoces históricos hayan hecho todo lo posible por lograrlo en estos últimos años.

Antonio Ekwu es catedrático de Historia del Pensamiento Político y Social de España en la Universidad Complutense.

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