Falta de decoro
Peor que indecoroso, indecente, El barbero de Sevilla de la compañía que se dice de ópera popular contribuye a hacer impopular la ópera más popular de todos los tiempos. Cuando la pérdida del decoro -cualidad estética- disminuye sus propios mínimos, el asunto concierne a la ética y pasa, lógicamente, al negociado de la decencia. Porque la ignorancia de Rossini y de su modélica partitura es inimaginable, la puesta al día del cinismo de Lope -"El vulgo es necio y, pues lo paga, es justo / hablarle en necio para darle gusto"- ofende. Habrá que solicitar para la ópera la "S" que prevenga de aquellos atropellos que pueden herir la sensibilidad del oyente.Un naufragio no deja de ser una catástrofe por el hecho de que floten algunas tablas: cabe citar con benevolencia las voces de Sofia Salazar (Rosina) y Juan Pedro García Marqués (Basilio). La diáfana joya del bel canto, bella, sufil y graciosa, se redujo a un permanente coloide amorfo que recordaba al castigado público, ansioso de aplaudir con la histeria que cubre la ausencia de verdadero entusiasmo, la consigna del maestro de banda callejero que convoca a sus músicos en el calderón -largo sonido final-a medida que van llegando desde su pulular libre a cuenta de la partitura, escrita sólo a título orientativo.
'Il barbiere di Sivglia', de G
Rossini.Libro de C. Sterbini, basado en la comedia de Beaumarchais. Intérpretes: Compañía Española de ópera Popular. Director: Miguel Roa. Teatro Principal de Valencia, 1 de junio de 1984.
Frustrar en la hora presente, cuando la afición a la ópera reverdece a todas luces, la reconciliación con la música que nuestra sociedad apetece es tema, si no de juzgado, de conciencia, desde luego.
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