Dos de cada tres españoles
Todo en él desprende un inequívoco aire de superioridad. Se trata de uno de los escasos políticos europeos que en su momento de máximo esplendor, en la cumbre del Ejecutivo de un país, logró imponer un estilo personal propio e imaginativo. Bajo la reluciente calva y tras unos ojos inquietos anida una mente lúcida capaz de la controversia inteligente. Con frecuencia, en su último libro, parece egocéntrico hasta la megalomanía; como tantos otros que han abandonado el poder después de haber estado en él durante mucho tiempo, su referencia vital sigue siendo esa experiencia. Los intelectuales y el mundo de la cultura contribuyeron en gran medida a que perdiera las últimas elecciones, y, sin embargo, es un hombre en que las referencias literarias son un recurso habitual: llamó hermano con frecuencia a Tocqueville, y según se cuenta en las memorias de Raymond Aron, fue el único profesional de la vida pública con quien se llevó bien el filósofo.Brill ante, profundamente irritado contra la situación política de Francia y a veces insufriblemente pedante, Valéry Giscard d'Estaing acaba de publicar su tercer libro. El primero, Democracia francesa, fue una especie de propuesta ideológica para el momento en que intentó por vez primera el acceso a la presidencia francesa. El segundo, El estado de Francia, es el peor, hasta ahora, de los salidos de su pluma: aparecido con ocasión de la última campaña electoral contra François Mitterrand, resulta uno de esos balances de gestión prolijos en estadísticas y en citas de disposiciones de ley que a un lector necesariamente le resultan enojosos.
El tercer libro aparece cuando el deterioro del Gobierno socialista francés es evidente. Giscard no ha desempeñado, en realidad, prácticamente ningún papel en él; ahora, cuando de nuevo toma la pluma, lo hace para sugerir. una propuesta positiva para su país. Como es lógico, esa propuesta tiene sus puntos discutibles, pero es difícil negarle la imaginación y la brillantez. De todas las maneras, lo más interesante e instructivo de la misma no es tanto su contenido concreto como la óptica desde la que se mire. Y eso es precisamente lo que merece ser digno de un especial interés desde una perspectiva española.
Giscard, como es lógico, hace un balance de las razones que provocaron su alejamiento del poder. Lo atribuye, en buena medida, a la crisis económica, y sobre todo al impacto de la misma en la sociedad francesa, mucho más proclive a aceptar políticas de distribución que de competición económica. Pero juzga que la victoria de la izquierda se explica también por una presión ideológica acumulada desde hace años que lo que convierte en inverosímil es su victoria anterior. La anomalía histórica es para él su propia presidencia. Un segundo período de gobierno fue imposible no porque él no apelara a la razón de los electores, sino porque éstos estaban sometidos a un psicodrama en el que la promesa de una fácil salida de la crisis favorecía a quienes la proclamaban desde la ambigüedad.
El ex presidente francés fue muy criticado en su momento por una supuesta voluntad de olvidar de dónde procedían sus votos. Niega Giscard que fuese así, pero sobre todo rectifica su voluntad presente de recurrir al voto de lo que denomina como "el grupo central" de la sociedad francesa, y su deseo no de coittener o resistir, sino de conducir la voluntad de cambio de sus conciudadanos. La propuesta que trata de hacer se logrará a partir del convencimiento de que en la presente situación es posible construir una opción que, basada en una voluntad de reconciliación política y en la propuesta de una sociedad futura más atractiva que la presente, sea capaz de vencer a la izquierda en el poder.
El contenido de esa propuesta está construido a base de algunos principios fundamentales, cuyo atractivo se descubre por contraste con la realidad de la ejecutoria de la izquierda en el poder: el pluralismo como nutriente fundamental de la libertad, la tesis de que la alternancia política debe mantenerse dentro de un consenso fimdamental, la competición como instrumento de salida de la crisis y, en fin, la voluntad de dar "menos papel al Estado, pero que éste funcione mejor". Es, en definitiva, un programa que, según Giscard, puede ser aceptado por dos de cada tres franceses, y éste es precisamente el título de su reciente libro.
Pirotecnia de centro
Para el lector español, el libro de Giscard ofrece algún punto interesante de comparación. Hay, desde luego, al margen de obvias peculiaridades de cada uno de los dos países, una semejanza significativa repecto de la victoria de la izquierda. Como en Francia, también en España el triunfo se explica por una presión ideológica acumulada, y sobre todo el factor psicológico resulta fundamental para comprenderla. Incluso para una buena parte de la derecha hubo un momento en que existía una necesidad casi biológica de que fuera la izquierda quien gobernara el país. El cambio, desde el punto de vista socialista, es una mística; pero en la óptica de gran parte de la sociedad española, ha sido un complejo de inferioridad.
Ahora bien, si las coincidencias se dan en esos puntos habría que preguntarse si es posible avanzar algo más en el paralelismo. No cabe la menor duda de que a estas alturas se ha convertido en evidencia algo que hubiera sido obvio de no haberse producido una peculiarísima gracia del Estado del partido gobernante: no es necesario ni inevitable que el PSOE gane las elecciones generales próximas. Pero la gran cuestión sigue siendo hasta qué punto el centro y la derecha pueden ofrecer una alternativa viable. La mera existencia de la misma no es sólo positiva para esta opción política, sino también, sin duda, para la totalidad de la sociedad española y del sistema político vigente. La apariencia, sin embargo, no es del todo reconfortante, porque si las elecciones catalanas demuestran la viabilidad electoral de esa opción, por el momento ésta parece engolfada en un guirigay de rivalidades implícitas y de personalismos de impreciso contenido.
Lo cierto es que el libro de Giscard resulta también aplicable a la realidad española, en primer lugar, en lo que respecta a la apelación al grupo central de nuestra sociedad. La pura resistencia al cambio es improbable que produzca en España una victoria electoral, pero cuando haya concluido el psicodrama que hace psicológicamente obligada la bresencia del PSOE en el poder será posible que una buena porción de la sociedad española esté en disposición de medir en la balanza de ponderar su propio voto hasta qué punto resulta más posible o más efectivo un cambio desde parámetros diferentes de los que en este momento practican quienes están en el poder.
Pero sobre todo, en segundo lugar, queda la cuestión de la propuesta a nuestra nación. Tenemos ahora una pirotecnia de propuestas de centro, efectivas o veladas, para la presidencia en una situación de centro-derecha, en vez de dar a esta cuestión el tratamiento que resultaría más lógico (el de que sea el candidato efectivo el electoralmente más viable).
La nueva oferta
A estas alturas, esta cuestión no tiene tanta urgencia e interés como, en cambio, la de meditar sobre el bagaje ideológico de recambio a la opción socialista. Este bagaje debiera ser, ante todo, una esperanza. Si no existe la sensación de que es posible un porvenir mejor desde otra opción, difícilmente se logrará sustituir la mística del cambio, por muy decepcionante que ésta pueda resultar. Si no hay una promesa de reconciliación y de moderación en la alternancia que supere los muchos aspectos en los que el socialismo se ha mostrado sectario, sin sustituir ese sectarismo por otro de signo contrario, ¿cómo convencer a quienes votaron socialista? Y es, en fin, preciso, con imaginación, redescubrir los valores de la competencia, el pluralismo, la transformación social y el Estado mínimo en la vida cotidiana si se quiere ofertar con posibilidades a los conciudadanos propios.
En el momento actual ya dos de cada tres franceses están en disposición de aceptar las grandes líneas del programa de Giscard. En España la situación es diferente, y el centro y la derecha probablemente tienen todavía mucho que aprender, con sacrificio y generosidad, en la oposición. Pero llega el momento de plantearse ya una opción que pueda Regar a dos de cada tres españoles. La victoria o derrota de esta alternativa puede ser, en el deseo y la actitud de cada uno, cuestionable, pero su mera posibilidad es positiva para la totalidad de los españoles.
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