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Paralelos históricos

La historia no se repite, pero el proceso histórico ofrece a veces paralelismos impresionantes. No retorna el pasado, pero retornan reacciones y actitudes obedientes a constantes psicológicas o vitales en las grandes comunidades humanas.La gran trifulca Madrid-Barcelona derivada de la querella contra los responsables de Banca Catalana ofrece, en este 1984 -acreditadamente bisiesto-, similitudes innegables con otras crisis, igualmente graves, en las que, a lo largo de nuestro siglo, naufragó la buena armonía -la conllevancia se dijo en 1932, desvirtuando una expresión de Ortega- entre el centro estatal y la plataforma catalana, atenida hoscamente, de cara al resto de España, al famoso hecho diferencial.

La discordancia política, enfrentando con aspereza a Barcelona y Madrid, ha sido en nuestra historia próxima signo de malaventura, y así, ahora, los socialistas en Madrid y los conservadores de CiU en Barcelona suponen un desequilibrio del que ha de resentirse gravemente la estabilidad de las instituciones y quién sabe si la conservación de la paz interior.

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Hace exactamente 50 años, y en otra situación democrática -la republicana de 1934-, ese desequilibrio se produjo en términos inversos a los de hoy: entre una derecha gobernante a nivel de Estado y una izquierda catalanista preponderante en la institución autonómica (la Generalitat). Recordar cómo se planteó entonces la fricción Madrid-Barcelona puede contribuir a evitar la repetición de errores históricos que hace medio siglo se resolvieron en catástrofe. Desde la izquierda derrotada en los comicios nacionales de 1933 se dijo en aquel tiempo que Barcelona se había convertido en el bastión de la República, frente a la negación reaccionaria instalada en Madrid -como ahora se ha dicho, desde la derecha, que Cataluña es el aval de una línea conservadora frente a la negación socialista que trata de avasallar mediante una victoria electoral de 1982.

A lo largo de 1934 se sucedieron las situaciones enojosas derivadas de esta esencial divergencia, y la tensión vino a culminar en una iniciativa de la Generalitat -la ley de Contratos de Cultivo- discutible constitucionalmente, pero impulsada con decisión por el presidente Companys. La ley reflejaba unos planteamientos sociales de izquierda que chocaban con los intereses defendidos por los sectores conservadores del propio regionalismo catalán, dispuestos, para salvar aquéllos, a un entendimiento con el Estado centralista, empujándole a una ruptura con el Gobierno autónomo. Como réplica, de acuerdo a su vez la izquierda instalada en la Generalitat con la oposición izquierdista del Parlamento madrileño, sobrevino la gravísima crisis revolucionaria de octubre de 1934: el intento de desprender Cataluña -a través de una fórmula federal que no estaba respaldada por la Constitución del Gobierno de Madrid. Ya sabemos lo que siguió. Y el comentario que un observador independiente -nada menos que Américo Castro- hizo al producirse la represión armada: "Entre el extremismo social -todo o nada- y el de Cataluña, se ha hundido aquella máquina ingenua que fraguamos llenos de entusiasmo. Si el Estatuto de Cataluña hubiera seguido intacto, como estaba antes del 6 de octubre, habrían seguido ustedes actuando de coco, lo mismo que en otro sentido hacían los socialistas, y no estaría hoy el Ejercito en manos de los enemigos del régimen. Pero se quiso poner en circulación la reserva de oro, y ya ve usted. El oro es para que esté en el banco y se diga que está ahí".

Los lamentables sucesos de 1934 (bajo una situación democrática) pueden hallar antecedentes 30 años atrás (bajo una seudodemocracia, como la sagastina de 1890) en los crispados episodios de 1905-1906. Se registraba entonces en Barcelona un hecho insólito: el éxito del catalanismo en unas elecciones, descartando las candidaturas de la España oficial. Hecho que suscitó las inquietudes y los resquemores del centralismo intransigente, sostenido por las salas de banderas. Desde la Prensa catalanista, impulsada por un triunfalismo lógico, pero peligroso, vino el reto a través de las mordacidades del Cu-cut y de La Veu. La réplica fue la reacción desatentada -antidemocrática- de la guarnición militar, y luego, la declaración del estado de excepción en Cataluña, preludio de la nefasta ley de Jurisdicciones. La contrarréplica, una aglutinación de todas las fuerzas políticas del Principado -desde los republicanos a los carlistas- en torno a la Lliga Regionalista. Cataluña víctima, Cataluña agraviada, se apiñaba en un bloque solidario -la Solidaridad Catalana- frente al centro, frente a Madrid.

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En ambos, casos, una conducta impolítica, o desmesurada, por parte del Estado, brindó todos los triunfos al interlocutor incómodo surgido en Cataluña -la Lliga Regionalista en 1905, las esquerres en 1934- En ambos casos, la ruptura tuvo malísimo arreglo.

Volvamos a nuestro hoy. Algo parece evidente: la escasísima oportunidad con que se ha planteado la cuestión Banca Catalana, a vueltas del clamoroso triunfo electoral de Convergència i Unió en Cataluña. Como advertía un inteligente editorial de EL PAIS, "el momento para interponer la querella ha resultado ser el más inoportuno de los imaginables" (Inocente o culpable, EL PAIS 24 de mayo). Es difícil dejar a un lado las penosas referencias comparativas al tratamiento de casos similares ocurridos en otras entidades bancarias y que políticamente fueron olvidados, o ignorados (como tantas cosas: era prudente y sensato, en los días de la transición), aunque es cierto asimismo que alguna vez había que iniciar la cuenta nueva después del punto y aparte histórico. Resulta difícil también desechar la sospecha de un impulso político en el punto de arranque de las actuaciones del ministerio fiscal. De haber existido ese impulso, el tiro salió por la culata, haciendo verdaderos destrozos.

Era de prever la reacción desmesurada de. los catalanes en bloque. No haber contado con ello demuestra un desconocimiento total del nervio emocional subyacente siempre en los procesos ideológico-políticos suscitados en Cataluña: dispuesta en todo momento a renovar la herida de viejos agravios, teóricos o reales, inferidos antaño desde Madrid. Al escuchar, al contemplar en imágenes televisadas la alocución de Jordi Pujol me pareció que el seny había dado paso a la rauxa. Una vez más hemos entrado en el círculo vicioso de ayer -1934-, de anteayer -1906, 1917-. Presentar la querella de marras como "un ataque contra todos los catalanes", "un ataque contra Cataluña" -sin que al mismo tiempo quedase muy claro qué se escondía tras la nebulosa de los presuntos atacantes -¿el Gobierno socialista... solamente?-, era, una vez más, devolver desmesura por desconcierto o torpeza. Desmesura, en todo caso, bien calculada: de un golpe, Pujol ha sumado a sus propios seguidores la masa de quienes, al margen de su partido, se sienten solidarios con él, gustosos de entenderse víctimas, una vez más, de los émulos, de los envidiosos de las propias virtudes, de los que no saben construir y se complacen atacando a los constructores.

El bloque del rechazo ya está logrado; la pasión ha sustituido a la prudencia. ¿Cómo volver ahora las aguas a su cauce...? ¿Cómo retomar al seny desde la rauxa, y a la discreción desde la estupidez?

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