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El último adiós a un paraíso privado

El próximo 30 de junio revierten al Ayuntamiento las instalaciones del Club de Campo

Amelia Castilla

El Club de Campo, situado en la zona noroeste de Madrid, perderá su carácter privado, reservado a los 20.000 socios actuales, para convertirse en un lugar abierto a todos los ciudadanos, al menos en teoría. El usufructo de la mejor parcela de la Casa de Campo termina el día 30 de junio. A partir de esa fecha, según la fórmula que pretende poner en marcha la corporación de izquierdas, el acceso al club no tendrá más limitación que el pago de una entrada, calculada para los no abonados en 750 pesetas, y otra por el uso de las instalaciones.

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Cayetano Martínez de Irujo, un muchacho rubio, de ojos claros, observa sentado en las gradas del picadero del Club de Campo la evolución de los jinetes que participan en el Concurso Hípico Internacional de Madrid. El hijo de la duquesa de Alba, socio del club desde que nació, hace 21 años, se ha arreglado para la ocasión con calzón blanco de jockey, botas de montar y camisa y corbata blanca. Él y su hermana, muy aficionados a la equitación, hacen transportar a diario sus caballos desde el palacio de Liria hasta el club.Cayetano afirma que las bien cuidadas instalaciones, en las que se asientan 25 campos de tenis, seis piscinas, un campo de golf, cuadras, un picadero cubierto, campos de tiro al plato y de pichón, hockey, polo, gimnasio, sauna y dos chalés sociales, "pueden perderse si se utilizan masivamente". La situación de vacío creada tras la decisión del pleno del ayuntamiento de formar una sociedad mixta, con participación mayoritaria municipal, que gestionaría y explotaría las instalaciones del club, ha provocado el retraimiento y el miedo de los asociados: "Los que iban a traer caballos ya no lo hacen", asegura Cayetano; "otros han dejado de pagar y algunos se han dado de baja y se han ido al Club de Puerta de Hierro".

Esta opinión sobre el retraimiento de los socios es compartida por Jaime Muñoz de las Casas, de 30 años, director de la revista Ecuestre. "Somos los más perjudicados", afirma, "porque somos los que pagamos esto. Y yo, que casi nací aquí, creo que las instalaciones nunca van a estar como ahora".

Un guarda vigila la entrada al recinto, donde juega, come y toma el sol lo más sólido de la sociedad madrileña. Tras la barrera de seguridad hay casi dos millones de metros cuadrados distribuidos en un escenario verde y cuidado. La infanta Elena acude casi a diario a las instalaciones a practicar equitación; Alfonso de Borbón y su hijo pequeño juegan al tenis; Merry Martínez Bordiú, nieta del general Franco, es campeona de squash, y ministros como Javier Solana, Tomás de la Cuadra y Miguel Boyer también tienen carné.

Acceso restringido

Sólo a los socios o los acompañantes de éstos se les permite el acceso al recinto del Club de Campo. Las condiciones exigidas para conseguir el carné suponen el desembolso inicial de 250.000 pesetas y el pago de recibos semestrales de 8.000. Es requisito imprescindible también ser presentado por dos socios. Los militares y sus familias, que constituyen una tercera parte de los socios, no pagan cuota de entrada. La importante presencia castrense en el club tiene su origen tras la fusión, en 1942, de la Real Sociedad Hípica Española, integrada exclusivamente por militares, y la Sociedad Club de Campo. Desde entonces se han dado facilidades a los militares para que se hagan socios. En la actualidad hay dos miembros de la Junta Directiva que son militares.

Los fines de semana las instalaciones se utilizan al máximo de su capacidad, pero el resto de los días el club se encuentra a bajo rendimiento: gente muy joven o personas muy mayores utilizan las instalaciones. La zona hípica, muy próxima a la carretera de Castilla, dispone de instalaciones para 300 caballos, atendidos por los mozos de cuadra, algunos vestidos con atuendo militar. En el chalé de la zona baja, donde se permite la entrada sin corbata, jóvenes mamás toman plácidamente el aire y el vermú y vigilan de reojo cómo corretea la robusta chiquillería.

Las pistas de tenis de tierra batida están ocupadas por sesentones bien conservados. Desde los graderíos, con capacidad para 2.000 espectadores, se puede observar una magnífica vista de la ciudad, con el Palacio Real y la torre de Madrid al fondo, y el edificio rojizo de la facultad de Filosofía y Letras y la Moncloa en primer plano. Algunos jugadores recorren sin cadis el campo de golf, de 27 hoyos, distribuidos en una extensa área de pendientes suaves cubiertas de césped y árboles. "Antes", comenta el responsable de las ins-

El último adiós a un paraíso privado

Cada instalacion deportiva dispone de un servicio de bar y de vestuarios, con tocadores adornados de terciopelo y grandes espejos, duchas, sauna, y solícitos empleados de uniforme. En el gimnasio se celebra misa los domingos y se dan clases de jazz y aerobic entre semana.Los dos campos de polo, con actividad reducida, son ocupados por corredores solitarios que practican footing. Las seis piscinas, rodeadas de hierba bien cuidada, separadas entre sí por setos de aligustre, y dotadas de bar o self-service, aún no están abiertas.

Ya no hay puestas de largo

Los socios coinciden al afirmar que el éxito de las instalaciones radica en el hecho de que las mantienen 20.000 contribuyentes, de los que únicamente las utilizan de forma habitual unos 5.000. Algunos creen que Ias instalaciones se deteriorarán notablemente tras su apertura indiscriminada al pueblo de Madrid". "En 15 días", sentencia uno de ellos, "el club se convertirá en un lugar destruido por la masa, como pasó con el parque del Retiro". Otros le vaticinan un futuro y una estética semejante al Parque Sindical. Son muy pocos los que creen que el ayuntamiento podrá hacerse cargo de las instalaciones y salir económicamente indemne de la aventura.

Joaquín Satrústegui, el único fundador superviviente y vocal de la dirección, rechaza cualquier presunción sobre el cáracter elitista y conservador del club, que "se ha configurado", según afirma, "como lugar fundamentalmente deportivo al que tienen acceso libre para utilizar las instalaciones todos aquellos que demuestren estar federados. Hace años que en el club no se organizan puestas de largo o bailes y apenas se celebran ya otros actos sociales, como comuniones o bodas".

Satrústegui señala con orgullo las magníficas instalaciones que, aclara, han sido construidas "durante 53 años de esfuerzo de todos los miembros del club". Con tristeza, asegura que tanto él como el resto de los socios están dispuestos "a empezar de nuevo", si no se consigue nada en las negociaciones que están manteniendo con el ayuntamiento sobre la utilización de los terrenos municipales. "Nos cuesta encajar la fórmula de empresa mixta que pretende establecer el ayuntamiento", reconoce Satrústegui. "No podemos aceptar que se nos limite numéricamente la entrada. No podemos dejar en la calle a los 20.000 socios".

Ni la dirección ni los socios desechan la posibilidad de replegarse a los 550.000 metros cuadrados que les cedió el Patrimonio Nacional hasta 1994, y reconstruir allí el espacio que ahora disfrutan. En esta parcela existen ahora nueve hoyos del campo de golf y el resto no está acondicionado.

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