Elecciones en la CEOE
LA CONFEDERACIÓN Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) acaba de renovar sus órganos rectores, tras una batalla preelectoral que dejó algunas fisuras al descubierto. José María Cuevas fue cooptado como sucesor por Ferrer Salat, sin ninguna consulta a las bases empresariales y en detrimento de una campaña electoral que hubiera servido para propiciar la participación y el debate. El beligerante alejamiento de los patronos madrileños de CEIM, liderados por José Antonio Segurado, no puede ser interpretado -como algunos responsables de la CEOE tienden a insinuar- en función exclusiva de ambiciones y problemas personales. La ausencia de la patronal madrileña -una de las más significativas, por la financiación que aporta y por el número de empresarios que afilia- se debió, sobre todo, a su desacuerdo de fondo con los métodos escasamente democráticos de renovación de la cúpula patronal. De esta forma, y dejando a un lado el ambiente enfervorizado que dominó la reunión, la abrumadora victoria de Cuevas y la elección de la nueva junta directiva tuvieron como contraste la ausencia de casi una cuarta parte de los compromisarios.En todo caso, el cambio operado en la cúpula empresarial resulta altamente significativo, no sólo por el distinto origen y trayectoria profesional de Carlos Ferrer Salat y José María Cuevas Salvador (dador y receptor, respectivamente, del testigo presidencial), sino también por las circunstancias políticas, económicas y sociales que rodean este cambio de dirección.
Durante los últimos años se han desvanecido muchos de los mitos de progreso indefinido, opulencia generalizada y fácil redistribución igualitaria de las rentas que la euforia de la etapa desarrollista había contribuido a crear. En un dificil proceso de adaptación a los hechos, la sociedad española ha ido metabolizando verdades mucho más amargas: que la crisis iniciada en el otoño de 1973 significa una reducción obligada del nivel de vida (pérdida del poder adquisitivo de los salarios y descenso de los beneficios empresariales); que el déficit público no sólo no es un eficaz mecanismo de redistribución, sino que puede incluso empobrecer aún más a la sociedad si ésta no dispone de un aparato productivo equilibrado; que el mercado mundial impone sus leyes a las economías nacionales y las asfixia si se atreven a desbordar los estrechos márgenes de maniobra permitidos; que es preferible el diálogo social a la confrontación como principio inalterable de la lucha de clases. La patronal ha contribuido a que los agentes sociales -entre ellos muchos empresarios- hicieran suyos esos planteamientos, menos optimistas, pero más realistas, de nuestra situación económica. Tarea pedagógica, por lo demás, que ha resultado mucho más difícil de asumir para un Gobierno de izquierda, apoyado por los votos populares, y para los sindicatos de clase.
En el pasivo de estos siete años de historia de la CEOE habría que incluir el exacerbado protagonismo político de algunos de sus dirigentes, que ha alejado en ocasiones a los empresarios a secas de los planteamientos de la cúpula patronal. La participación directa de las organizaciones empresariales en las campañas electorales alcanzó un nivel cercano a la irresponsabilidad en los comicios autonómicos de Andalucía, pero también se hizo sentir, de una u otra forma, en otras convocatorias a las urnas. En vez de limitarse a apoyar al tejido social de la derecha -sobre todo en sus aspectos ideológicos- y de guardar las distancias lógicas en una institución que aspira teóricamente a representar a todos los empresarios, un cualificado sector de la directiva de la CEOE irrumpió en el terreno de la confrontación electoral y del debate político como un elefante en una cacharrería, con disparates tan gruesos como equiparar al PSOE con los partidos que secuestraron el poder en la Europa del Este. Esta radicalización de la CEOE, además de alejar a muchos empresarios de su marco organizativo, sirvió para enturbiar las relaciones entre esos sectores del cuerpo social y el poder político. Las responsabilidades de Carlos Ferrer Salat, por acción o por omisión, en esa errónea estrategia hacían aconsejable un cambio de titularalidad en la cúpula patronal que permitiese intentar un nuevo rumbo, al margen de que los estatutos de la CEOE también lo exigiesen.
José María Cuevas tiene ante sí esta tarea. Auténtico profesional de las negociaciones, buen conocedor del terreno y con gran experiencia de las relaciones con los sindicatos y los partidos políticos, su principio de orientación dominante ha sido hasta ahora no dinamitar jamás los puentes del diálogo y mantener siempre entornadas las puertas al entendimiento. La profesionalidad de éste veterano hará seguramente viable que las negociaciones entre los empresarios y Gobierno, aunque sean más duras y tensas, se encaucen dentro del marco de lo posible y deslinden claramente los campos de actuación respectivos. Porque no deja de resultar paradójico que, durante los últimos años, la patronal española haya cambiado en ocasiones sus papeles hasta el punto de resultar irreconocible como organización empresarial. Mientras los gobernantes socialistas se manifiestan habitualmente preocupados por los altos tipos de interés y el bajo nivel de beneficios de nuestras empresas, los patronos no dejan de predicar que la lucha contra el paro es uno de sus objetivos prioritarios.
El nuevo presidente de la CEOE ha organizado su mensaje programático en torno a dos motivos básicos: el consenso social, ofreciendo empleo juvenil a cambio de moderación salarial, y el "clamor" contra el despilfarro del gasto público. Cabe esperar así que esta nueva etapa de la CEOE acabe con el espectáculo superrealista de unos empresarios que critican el desequilibrio presupuestario, se lamentan de los gastos desbocados de la Administración y denuncian la voracidad fiscal, pero que, al mismo tiempo, exigen del Estado subvenciones y ayudas que no hacen sino agravar ese mismo déficit público -más aliviado por los impuestos de los empleados que de los empleadores- que tanto censuran. Con la presidencia de José María Cuevas quizá concluya la transición empresarial y afloren a la superficie social los empresarios tal y como son: más preocupados por los beneficios, más amantes de la inversión y el riesgo que de la inercia y la seguridad del Estado-providencia.
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