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Feria de San Isidro

Tiempo de inválidos

Mientras haya figuras en. el cartel habrá toros inválidos. ion normas de estos tiempos que corren. No es que los toros inválidos sean absolutamente inofensivos, del corte de las viejecitas haciendo ganchillo, no. Por ejemplo, uno de ellos cogió ayer a Emilio Muñoz y le pegó un puntazo. Claro que si la cogida hirió al torero, también le costó cara al inválido, el cual no pudo soportar el peso de su víctima. Mientras Muñoz salía rodando por un lado, el inválido salía rodando por otro. Tan exhausto quedó, que le levantaron tirándole del rabo.Figura máxima dé¡ cartel era Paco Ojeda y máximos inválidos fueron sus toros. Natural. En estricta correspondencia con la estrategia del taurinismo, figura mínima era Paula, y sus toros no tenían invalidez ninguna. Los toros de Paula, por el contrario, eran enterizos y fieros.Y de ellos, el cuarto, un regalo.

Plaza de Las Ventas

23 de mayo. Octava corrida de feria.Cinco toros de González Sánchez-Dalp, muy desiguales de presencia e inválidos, salvo el cuarto, fuerte y bronco; quinto, sobrero de Antonio Ordodez, también inválido. Rafael de Paula. Bajonazo descarado (bronca). Cuatro pinchazos a paso de banderillas (bronca). Emilio Muñoz. Media estocada caída (petición y vuelta). Pinchazo y bajonazo (aplausos y saluda la cuadrilla). Paco Ojeda. Pinchazo, otro perdiendo la muleta,, estocada caída y rueda de peones (silencio). Cuatro pinchazos y estocada baja (pitos). Paula y Ojeda fueron despedidos con lluvia de almohadillas. Parte facultarivo. Emilio Muñoz sufre herida en cara interna del muslo izquierdo, con posible rotura muscular. Pronóstico reservado.

Los de las figuras no pudieron aguantar ningún tercio de varas en regla, y los dos primeros de ambos referenciados príncipes, nada, pues se les simuló la suerte: el picador no picaba sino que señalaba con el palo diversas zonas cárnicas de la res: aquí el solomillo, aquí los entrecotes, aquí cuarto y mitad de babilla. En cambio, al segundo de Paula le administraron no ya las tres varas reglamentarias, sino seis, o 12, imposible saberlo. El picador, poniéndose reglamentos y público por castoreño, tapaba la salida del toro y metía caña en feroces puyazos corridos, que pulverizaban piel, tejido celular, aponeurosis y hasta las mismas entrañas del potente animal.

Abroncaba el público; tiraba almohadillas y botes, que silbaban por los cogotes de la torería, y puso el ruedo hecho un vertedero. La lidia era un sórdido suceso. Tan veterano y excelente peón como Luque Gago, perdía el capote en las violentas tarascadas del toro, y toda la cuadrilla sorteaba como podía las bronquedades de la fiera. Paula, mientras tanto, ponía tierra por medio, no fuera a ser que en el desaguisado se escapara un chinazo. La gente estaba hecha una furia con el precavido torero del embrujo y cuando se apercibió de que no iba a dar ni un solo muletazo sino que se disponía a escabechar al funo -si podía ser a traición, mejor-, allí fue al apocalipsis. Las más contundentes recontrenciones, las figuras retóricas más procaces que haya ideado el idioma, aplicaba a sus espantadas la multitud, y por sectores la indignación derivaba en crueldad con el pánico ajeno. Menuda tarde de toros dio Paula. Tanto chilló el público, en ese como en su anterior enemigo, al que tampoco quiso ni ver, que ya está ronco para el resto de la feria. Los pocos paulistas que aun quedan mantienen su fe en que, algún día, el titular de la causa obrará la maravilla de ponerse cañí. Mas ha de pasar tiempo pues, de momento, le han dejado sordo.

El agravio comparativo para el incomprendido artista se producía cuando salían los toros de las figuras. « Para empezar, no eran toros. Toro que no soporta los tercios de la lidia puede ser cualquier cosa ¿jabalí, gato, ave de corral? pero no toro. Algunos de ellos tampoco tenían trapío. El primero de Muñoz era un impresentable y nobilísimo sujeto, al que este diestro toreó con muchas desigualdades, cantidad de pases, temple mediano, muletazos de frente en alternancia con otros abriendo el compás y tres redondos superíores. El quinto estaba tan pachucho que. el torero hacía el alarde de quedarse entre los pitones al rematar las suertes, y en una de ellas, por confiarse, salió volteado. Aunque estaba herido acabó con el toro y esta fue quizá la única muestra de pundonor en la tarde.

Para Ojeda aun hubo mejor género, mientras el fenómeno hacía el peor toreo. Esta figura pasa más tiempo citando que toreando. Aporta a los cites cierta prosopopeya hortera, lo cual impresiona. vivamente a las áreas más pusilánimes del tendido; y ya que está allí, mete el pico a mansalva. La fama del pico la tenía José Fuentes, pero aquel era Belmonte al lado de este citador de inválidos. Luego viene la realidad del toreo y lo hace con absoluta vulgaridad, como tantos que hay en el montón de la actual-torería. Eso en el mejor de los casos, pues se sospecha que el montón de la actual torería le habría cortado las orejas a ese, tercer torito, bondadoso, suave y rítmico, que le pusieron delante a Ojeda. En el sexto, que era manejable, alcanzó la proeza de estar aun más vulgar que en su anterior faena. Cuando se iba le chillaron y le tiraron almohadillas, como a Paula. Pero había una diferencia: de los dos, el único matador de toros, bueno o malo (convengamos que malo) era Paula.

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