La losa
Los toreros pegaban mantazos; los toros, rebuznos. Y en el palco, Don Tancredo. El público quedó hecho fosfatina. Vaya tarde. El cartel era una vulgaridad presunta, pero nadie pudo imaginar que, en el ruedo, se plasmaría losa cierta.Vulgares los toreros, vulgares los toros. Cuando en el espectáculo no hay personalidad es como si nada sucediera. Y así es la fiesta que quieren los taurinos: unos toros que lo parezcan, para disimular (que no se confundan con otra cosa; por ejemplo, con conejos); que no precisen lidia, que no molesten. Y unos toreros con la regularidad que da un oficio medianamente aprendido; no tan malos que sean impresentables, no tan buenos que puedan exigir.
De esta forma planteada la corrida, resultó un angustioso espectáculo. La piedra del asiento parecía más dura que otras veces, el reloj más lento, la temperatura más baja. Y eso que no llovió, ni nada, lo cual fue el único acontecimiento importante de la tarde.
Plaza de Las Ventas
19 de mayo. Cuarta corrida de feria.Toros de Sepúlpeda, correctos de presencia, flojos y descastados. Dámso González. Pinchazo y bajonazo descarado (oreja con protestas). Tres pinchazos y tres descabellos (silencio). Niño de la Capea. Pinchazo, otro a toro arrancado, otro bajísimo y descabello (algunos pitos). Estocada atravesada, rueda de peones y descabello (protestas) Espartaco. Estocada caída tendida, descabello -aviso- y otro descabello (división cuando saluda)- Tres pinchazos, estocada corta atravesada y cuatro descabellos (pitos).
Todo empezó con una faena de Dámaso González, marca Dámaso González. Es decir, que se ponía tumbado para encadenar pases a su desastrada manera, mientras la pañoleta se le desplazaba de lado por el cuello de la camisa. Cuando llegó al cogote le encendió Ja llama de la inspiración y, transfigurado en molinillo, cambiaba continuamente el compás de piernas y brazos para pegar pases de pie, de rodillas, en la suerte natural, en la contraria, en la invertida. Cuando pudo detener el fogoso fenesí, escabechó de pinchazo y siniestro bajonazo al infeliz torito, más hermana de la Caridad que res brava. Y ese escabeche conmovió al palco presidencial, donde alguien concedió la oreja.
Media plaza se escandalizaba: .¡Horrible herejía!.¡Dar una oreja por un bajonazo!". Pero no sabía esa escandalizada media plaza lo que había de venir después. Lo que vino después eran el Niño de la Capea y Espartaco, consumados pegapases, dispuestos a ofrecer la más exhaustiva versión de su incontinencia pegapasista. Menudos son.
Espartaco recibió un varetazo de su primer toro, cuando lo recibía a porta gayola, y se vengó pegándole derechazos. No debió quedar satisfecho y extendió la venganza al sexto. El resultado fue que logró vaciar la plaza. A la altura de su derechazo 772, quienes aún quedaban sobre el cemento se marchaban también, notan rápido como quisieran, pues el gentío taponaba los accesos en sus prisas por escapar. Mas a Espartaco le daba lo mismo que la plaza estuviera vacía: continuaba pegando pases. Eltoro, que había embestido con formalidad durante el tiempo que dura una faena normal, no quería hacer horas extraordinarias; se escapó también, al hogareño olorcillo de chiqueros, y como los encontró cerrados, se pegaba a las tablas, mujiendo jaculatorias. Mas ni oraciones ni ruegos doblegaron el obsesivo empeño de Espartaco, el cual seguja ofreciendo pañosa (el pico, más bien), metiéndosela al aterrorizado toro por las narices.
Es difícil establecer si Espartaco dio más pases que el Niño de la Capea. Et destajo que el Niño de la Capea empleó en su primer toro fue fugaz ensayo si lo comparamos con la multitud de pases que apabullaron al otro y al público. Era ese toro un inválido y la afición se puso levantisca. Pero como en el palco estaban de curritos, Niño de la Capea tomó la iniciativa de pegar pases impunemente, a despecho de las protestas. Cuanto más protestaba el graderío, más pases pegaba, con embarullado afán. A veces el toro, en defensa de los derechos del público, le arrebataba el trapo para que se merchara. Pero tenía más trapos el Niño de la Capea, y seguía, seguía...
Iguales ansias le entraron a Dámaso González en el cuarto y si no se acopló con este toro fue, simplemente, porque la pañoleta no le acababa de llegar al cogote.
"¡El palco es de Chopera!" vol ceaba la afición, entonces, antes y después. También voceaba otras malicias que, de ser ciertas y demostrables, habría de intervenir el fiscal general del Estado. Pero todo quedó en el ruído. No pasa nada. Los toros ya están para estofado; los toreros, a gusto, después de la plasta que liberaron sobre el histórico ruedo. Y la afición dispuesta a llenar Las Ventas otra vez esta tarde. Por esto, precisamente por esto, no se acaban ni los pegapases, ni los rebuznos, ni la vulgaridad, ni Don Tancredo, y esto es la losa.
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