La pradera del Manzanares en la pintura española
Entre las múltiples representaciones pictóricas de la pradera de San Isidro, ese otrora paraje ameno y pintoresco donde cada 15 de mayo los madrileños acudían secularmente en romería, las de Goya han acabado acaparando casi todo el interés. Ello se, debe no sólo al superior talento del genial pintor aragonés, sino a su sincera identificación con éste festejo popular y, en consecuencia, al entusiasta empeño que dedicó a su representáción artística. Todavía siendo un joven provinciano que trata de abrirse camino en la Corte, Goya escribe a su amigo Martín Zapater una carta en la que le comunica su esfuerzo por cumplir el encargo oficial de unos cartones para tapices destinados a las futuras habitaciones de las infantas, en los que había de pintar la pradera de San Isidro. Con fecha del 31 de mayo de 1788, Goya confiesa a su entrañable corresponsal "estar trabajando con mucho empeño y desazón por ser poco el tiempo y ser cosa que ha de ver con el Rey ... ; a más de esto, ser los asuntos tan dificiles y de tanto quehacer, como la pradera de San Isidro en el mismo día del santo, con todo el bullicio que en esta Corte acostumbra haber".El boceto para este tapiz, que no llegó a tejerse, es el que se conserva en el Museo del Prado, siendo admirado tanto por la belleza panorámica que abarca, considerada como una de las imágenes emblemáticas de la tradicional fisonomía madrileña, como por su luminosidad, que ha llevado, a ilgunos críticos a considerar este paisaje un precedente del impresionismo. No fue la única vez que Goya, tan interesado por lo popular, se inspiró en las célebres romerías deja pradera, ni tampoco trató siempre igual este asunto. Al fin y al cabo, Romería de San Isidro también fue una de las patéticas pinturas negras que realizó 35 años después en las paredes de la llamada Quinta del Sordo. Entre dibujos, cartones y pinturas, con este o aquel encua dre diferentes, Goya compuso otras versiones del mismo tema, cuya característica Principal -además de la de mantenerse idéntico el escenario, donde aparecen el campo, el río y, a veces, la ermita- fue el protagonismo concedido a la gente, el pueblo en fiestas, lo que siempre cautivó más su atención.
Una efeméride de tanto arraigo para la Corte y situada en un paraje tan pintoresco atrajo a otros muchos pintores, anteriores y posteriores a Goya, pero sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, que fue cuando se desarrolló el gusto artístico por lo castizo. Sin pretender,hacer un catálogo, no quisiera dejar de citar, al respecto, algunas de las versiones memorables, como las de Ramón Bayeu, Eugenio Lucas (Museo Municipal de Madrid) o ese cuadro anónimo, fechado hacia 1850, también de la misma colección. Dejo. sin nombrar las mil estampas grabadas, que se multiplicaban a propósito de un tema y una panorámica de estas carac terísticas, pero no voy a terminar este breve apunte sin resaltar que la progresiva deca dencia de la romería isidril afectó muy direc tamente a su supervivencia como contenido pictórico. Al final, acabó imponiéndose la cruda realidad del arrabal de las afueras, destartalado y sólo frecuentado por lavande ras y pillos.
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