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Un profundo clima de solemnidad presidió la visita del Papa al patriarca budista de Tailandia

Juan Arias

En las crónicas de este viaje de Juan Pablo II a Extremo Oriente existen 17 minutos vividos en Bangkok, la mítica capital de Tailandia, que pasarán a la historia. Ha sido el encuentro de ayer tarde, dominado por un profundo clima de solemnidad, entre el papa Wojtyla y el supremo patriarca budista Vasana Tara, de 87 años, pintor y hombre de gran espiritualidad, que ha recorrido todas las aldeas y lugares del país, donde es budista el 95% de la población, que supera los 46 millones. Por otra parte, el Papa envió ayer un mensaje de simpatía al pueblo de Vietnam y animó a los católicos de este país a "edificar con todos sus compatriotas un porvenir mejor para todos"

El encuentro de Juan Pablo II con el representante de la gran religión de Buda se celebró en el monasterio de Ratchaborpit, donde el patriarca Vasana Tara ingresó como novicio a los 16 años. Tara es supremo patriarca, por decreto real, desde 1974. Su antecesor, el patriarca Somdet Phra Ariyavongsa Khotayan, visitó a Pablo VI en el Vaticano para agradecerle su misión a favor de la paz.Ayer, Vasana Tara quiso que el encuentro estuviese rodeado de la máxima solemnidad, pero sin la mirada indiscreta de los medios de comunicación. Esperaba al Papa dentro del pequeño templo dorado, en el interior del monasterio. Vestía la clásica túnica color azafrán de los budistas, sentado en la posición yoga de flor de loto, sobre un trono a unos 70 centímetros del suelo. Tras él dominaba la escena una gran estatuta de oro de Buda. Junto al patriarca estaban ocho monjes sentados, cuatro a cada lado, y dos novicios, que actuaron de intérpretes.

Para el Papa habían preparado, frente al patriarca, a un metro de distancia, otro trono, pero más bajo, a unos 20 centímetros del suelo, de modo que el patriarca en cuclillas y Juan Pablo II sentado en una silla pudieran mirarse, desde la misma altura, a los ojos. La silla era blanca y de madera, con un cojín amarillo. A los ocho acompañantes del Papa, entre ellos el cardenal secretario de Estado, Agostino Casaroli, y el sustituto de la secretaría papal, el arzobispo español Eduardo Martínez Somalo, les colocaron las sillas directamente sobre el suelo, para que estuviesen más bajos que el patriarca.

Juan Pablo II llegó puntualísimo al templo con su séquito. A la puerta, se quitó los zapatos. Lo mismo hicieron los cardenales y obispos que lo acompañaban. Y todos entraron en el templo descalzos a la usanza budista.

Mirarse a los ojos

La ceremonia preveía cinco minutos de entrevista. l patriarca y el Papa tenían que mirarse a los ojos en silencio. Cinco minutos que parecieron interminables, en los que tanto Juan Pablo II como Vasana Tara tuvieron algún momento de debilidad y desviaron la mirada hacia otros puntos del templo. Luego llegó el cambio de regalos, con idéntico mutismo.Juan Pablo II se puso en pie y se acercó para ofrecerle al patriarca tres medallas de su pontificado en oro, plata y bronce y un volumen en inglés de El Vaticano y la Roma cristiana. Luego volvió a sentarse. El supremo patriarca, siempre en silencio, entregó a continuación sus dones una medalla y un cuadro pintado por él, y se los ofreció al Papa alargando la mano, pero sin moverse un milímetro, y como Juan Pablo II no alcanzaba hasta el trono, tuvo que levantarse e inclinarse hacia adelante para recogerlos.

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No estaban previstos discursos, pero el patriarca dirigió al Papa unas palabras en thai, en las que dijo que todas las religiones del mundo, aun siendo diversas en sus ideas y en sus prácticas, deben colaborar juntas "en bien de la justicia del mundo y para crear felicidad y paz a los hombres".

Después, allí mismo, sin moverse, tuvo lugar el coloquio privado entre los dos, en voz bajísima, para que nadie los escuchase. El problema fue para los intérpretes, que tuvieron que traducir aquellos bisbiseos.

En un cierto momento, al novicio americano que traducía en thai para el patriarca se le escapó una risa, que empezó a contagiar al séquito del Pontífice, pero un obispo tailandés llamó enseguida al orden, para que la ceremonia no bajase su tono solemnísimo.

Habían pasado en total 17 minutos cronometrados. Juan Pablo II daba señales de querer terminar, pero se veía que no sabía qué hacer, hasta que vino a salvarlo su secretario personal, polaco, quien, tocándole en el brazo derecho, le hizo un gesto para que se levantara. El Papa salió del templo repitiendo la inclinación de saludo al patriarca. Ya en la puerta, Juan Pablo II recogió sus zapatos y se los puso con la ayuda de su secretario.

En el gran estadio de fútbol de Bangkok lo esperaban 35.000 católicos, la mitad de toldos los que hay en la capital, para escuchar su misa. El rey y su esposa la reina Sirikit, sentaron al Papa en su palco real antes de la ceremonia

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