Rodolfo Mario Burli
Un suizo que usa 14 disfraces para servir su circo-restaurante de Altea
Cubierto de cintura para arriba, aunque en pernetas bajo la mágica alfombra, éste que ven aquí no es un vulgar encantador de serpientes, sino un suizo laborioso de Zurich, nacionalizado español, que ahúma anguilas al son de la flauta, se disfraza 14 veces seguidas en una noche y guisa, sirve y da esplendor a su propia fiesta académica. Tan exótica variedad de mamífero vertebrado responde al nombre de Rodolfo Mario Burli. Nació en la Confederación Helvética hace 40 años. Se casé con una bailarina madrileña -Maribel Marco-, luego de darle varias vueltas al globo, lo pinchó y descendió en Altea. Tiene tres hijas blancas como el queso en porciones de la vaca que ríe. Y todos ríen a su lado.
Su casa es un circo-restaurante, al que se llega con la lengua fuera, luego de escalar 200 peldaños por la empedrada Costera del Mestre de Música. Aquí Burli recibe a medio centenar de comensales ada noche, y, de ocho de la tarde a doce de la noche, les hace reventar a carcajadas y típicos calderos.Burli monta un espectáculo que se ha hecho célebre en el pueblo que buscan los extranjeros, hambrientos de bufonadas, porque alguna guía europea habla de él. Les recibe en siete idiomas (entro ellos, el chino), y, apenas acomoda al respetable y toma el pedido, aparece transformado en gorilla para servir el consomé; de médico de la Seguridad Social para auscultar a la pechugona sueca y de fundamentalista iraní para introducir su caviar del mar Caspio. Pero lo que más éxito le ha dado es, luego de ceñir el traje de luces y berrear entre las mesas como un auténtico macho mexicano, alzar el vuelo -salta 1,70 metros- ataviado como hindú encantador de reptiles.
Durante 25 años perteneció a Comedian Harmónics, un grupo de variedades enél que se hacía de todo, y tan bien que mereció la Rosa de Oro de Montreux en los años setenta. Pero un mal día a Burli le entró artritis. Y eso fue el fin: "Del trapecio, los saltos y las giras por todo el mundib, pasé a una, butaca. Todo me dolía. Eso era el fin. Y mi mujer, a la que conocí en Hong Kong, cuando ella actuaba en el ballet de Ketty Clavijo, me dijo: "Rodolfa, sonó la hora de España; nos vamos al sol".
El sol lo arregló todo. "El dolor reumático desapareció. Me compré este local, que era de un suizo. Aprendí a cocinar a base de libro y horas, y se me ocurrió hacer el payaso, además de hacer de cocinero, camarero y cajero", dice Burli.
No hay forma de verle actuar a menos que se reserve una mesa con antelación y se acuda puntualmente. "Una vez me pidieron una reserva para el Rey y, como me llamaron el mismo día, tuve que decir que no. Pero espero complacerle la próxima vez", lamenta el suizo.
Entre chistes y sátiras políticas, que Burli traduce al idioma de cada mesa, transcurre una cena a la que asisten bocas conocidas: "Vienen mucho Marisol y Gades, Vicente Parra, Mariví Romero y Edmundo Ros. También aparecen políticos". Cuando se acercan los postres, Burli saca un arpa y toca una melodía que sosiega al personal. Luego anima a los melancólicos transformado en gaitero escocés, y sopla, y en ese momento un reflejo condicionado hace que todos pidan whisky, y allá viene solícito el patrón a llenar los vasos.
"La gente no quiere lujos. Quiere comer bien, sencillo, y pasar un rato divertido. Es la fórmula. Yo lo hagótodo con ayuda de mi mujer, y cobramos 1.200 pesetas por cabeza, aproximadamente".
El fin de fiesta pide la participación de los clientes. Burli se mete en el bar y desde detrás de la barra interpreta un concierto de cucharas y botellas que deja boquiabierto al público. ¿Cómo es capaz este hombre de hacer tantas maravillas?, se preguntan asombrados los turistas. Y él les pide ayuda. Les da cuchara y les deja golpear los cascos. Nadie ve el truco: "Se lo voy a enseñar, pero no lo diga: pongo en marcha este casete y parece que sean ellos los que tocan".
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