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Reportaje:

El contrabando del miedo

Las noches de alijo, los habitantes de la costa de Huelva no ven ni oyen nada. Cinco guardias civiles han sido trasladados recientemente por presunta implicación

Isla Cristina es la ciudad más poblada de la costa onubense, de esos 186 kilómetros de suave playa desembarcables prácticamente en su totalidad, y que se extienden desde Ayamonte, en la desembocadura del Guadiana, hasta Sanlúcar de Barrameda, en la del Guadalquivir. De aquí acaban de ser trasladados cinco guardias civiles: el teniente jefe de la línea, Eduardo Redondo Ardila, y los números Tomás López López, José Fuentes Alfonseca, Alfonso Sarmiento Morón, Sebastián Velasco Jerez y Antonio García Ruiz. La negativa del teniente coronel de la provincia a facilitar las causas, incluso a intercambiar unas palabras con cualquier periodista, es absoluta. El gobernador civil prefiere ser muy prudente, incluso parece temer el enfado del teniente coronel: "Es un hombre muy eficaz, pero también muy suspicaz. El hecho de que hayan salido en la Prensa estos traslados no ayuda nada a que se resuelva la situación".Curiosamente, Ruperto Infantes parece tener un especial temor a los medios de información, un temor difícilmente justificable en un político perteneciente a un partido de corte progresista, como es el suyo: "Cuando salieron las informaciones de la revista Tiempo se nos estropeó un plan que teníamos montado para acabar con la red, y, además, el teniente coronel de la Guardia Civil se enfadó con la policía y ahora colaboran muy mal entre ellos". Así que, en la actualidad, Ruperto Infantes prefiere decir que con los traslados efectuados ahora y con otros hechos anteriormente, la situación está controlada, que hay confianza en los guardias civiles que quedan y que la organización se está desmantelando: "Ahora, según nuestros informes, han desviado gran parte del tráfico por Portugal, y otra por el Guadalquivir, río arriba, a la zona de Coria del Río".

Las informaciones de que habla el gobernador civil fueron publicadas por la revista Tiempo el pasado verano. La primera de ellas recogía el relato pormenorizado de un camionero al que la organización contrató para trasladar un alijo. El camionero avisó a la policía, pero hizo el encargo. En el curso de la operación, y según informaría más tarde, fue incluso ayudado a cargar por guardias civiles, y escoltado por éstos desde la plaza hasta Sevilla. Allí, y una vez que los guardias civiles detectaron la presencia de policía que les venía siguiendo, le detuvieron. La posterior investigación concluyó con la sanción a dos miembros del Cuerpo Superior de Policía bajo la acusación de haber filtrado a la revista la denuncia del camionero.

Poco después de ésta fue publicada otra información. Su origen estaba en la sospecha de un contrabando de armas que movió a intervenir, con autorización judicial, los teléfonos de los hermanos Joaquín y Manuel Camacho Ferrer, de Punta Umbría, propietarios de un negocio de hostelería, entonces llamado Nichol, y que ahora lleva el nombre de Lord Cromwell. De las cintas escuchadas no se pudo obtener información sobre el supuesto alijo de armas, pero sí se comprobó la implicación de varios números de la guardia civil en la organización contrabandista. Hubo algunos traslados, llevados en secreto, y Ruperto Infantes insiste en que aquello fue perjudicial: "Habíamos infiltrado a dos números de confianza en la organización, y con aquello lo perdimos".

Del tabaco al hachís

Ahora, a pesar de las versiones optimistas del gobernador civil, el contrabando persiste. Incluso se ha pasado del tabaco, el tabaco rubio americano -pata negra lo llaman por aquí-, al hachís. Los problemas para pasarlo por la aduana de Algeciras desde la instalación de los rayos X han hecho que el fortísimo tráfico que pasaba el Estrecho se diversificase, y buena parte ha alcanzado estas playas. A cambio del hachís, los grandes circuitos de la droga van introduciendo la heroína, y ésa ha sido la causa del feroz consumo de este producto que se ha llegado a alcanzar en el Campo de Gibraltar. Esto último es una de las principáles preocupaciones del alcalde de Isla Cristina, Enrique Nárdiz: "Hace poco fueron detenidas cuatro personas en el bar El Patio, y se les ocupó hachís y heroína. Yo temo que empiece a entrar en grandes cantidades y que nos veamos con el mismo problema que en el Campo de Gibraltar".

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Enrique Nárdiz ha denunciado varias veces la falta de apoyo de la Guardia Civil. "Lo he dicho en ocasión de la creación de la Junta de Seguridad Ciudadana, en presencia del gobernador civil, y se lo he dicho a éste varias veces más. Poco después de crearse la Junta de Seguridad tuvimos un soplo y fuimos al río a esperar un alijo de almeja de contrabando. Esperábamos coger al receptor, que sabemos quién es, y poderle meter mano. De repente, la Guardia Civil se adelantó y pilló al barco en medio del río, con lo que sólo pudimos capturar a los cinco portadores de la carga, pero no al principal beneficiario".

Hasta los reportajes de Tiempo, la Guardia Civil interrumpía algunas noches, con señales de dirección prohibida, las calles próximas al muelle y al astillero. "Por aquí no se puede pasar", decían. A las cinco de la madrugada terminaba la operación. "Las noches de contrabando", cuenta un vecino de la ciudad que prefiere mantener el anonimato, "es mejor no salir de casa, para no ver nada. Se detecta un movimiento extraño, unos coches que se mueven deprisa, y entonces lo mejor es no salir. Si sales te puedes encontrar a la Guardia Civil que te intercepta o a algún coche que se te planta detrás y te sigue a casa con las luces largas dadas. Pretenden asustarte y lo mejor es no salir".

Ahora las relaciones entre el ayuntamiento y la Guardia Civil siguen sin estar bien. Enrique Nárdiz cuenta un reciente altercado: "Yo envié a un coche de la Policía Municipal a vigilar el muelle y se les presentó una pareja de la Guardia Civil pretendiendo echarles, diciéndoles que ésa es su zona y que si volvían allí les registrarían el coche. Pero yo fui al cuartelillo y dije que esos hombres cumplían mis órdenes y que debían seguir ahí, y que irían cuantas veces se lo pidiese el ayuntamiento". De estas acciones, la Policía Municipal ya ha obtenido un fruto: sorprender a Francisco Puerto Millán, Cocolo, con una fuerte cantidad de almeja en tiempo de veda. De él se sospechaba hacía tiempo que era un hombre relacionado con actividades ilegales de pesca.

La pesca ilegal de la almeja es uno de los principales problemas, porque está dando lugar al esquilmamiento del río Carrera. Los pescadores de Isla Cristina recogen la cría de la almeja y la cambian en Portugal por almeja adulta. Los portugueses instalan las crías en sus caladeros y eso va produciendo el continuo esquilmamiento del río Carrera. Es una de las actividades del contrabando en la costa, que aparece mezclado

El contrabando del miedo

con actividades de pesca ilegal. Todo ello hace de Isla Cristina una ciudad en la que el dinero se gasta fácilmente. Es la ciudad de más diversiones en la costa, en especial en invierno. Varias discotecas, algunas güisquerías y un bingo de mucha actividad mueven a hacer correr el dinero. También dan lugar a broncas y peleas en las que la Guardia Civil nunca interviene. Enrique Nárdiz se queja de eso más que de ninguna otra cosa: "Estamos desprotegidos. Para mí es evidente por qué ocurre esto. Los que se meten en las broncas son la mayor parte de las veces los contrabandistas. Con la situación que hay, ¿cómo va a ir un guardia civil a llamarles la atención? Le pueden decir en público: 'Tú cállate, que te damos tanto por alijo'. Frente a eso lo que hacen es rechazar todas las denuncias, reexpedirlas a la Policía Municipal, que cada vez está más harta".Signos de riqueza

Sólo los exagerados signos de riqueza de los guardias civiles trasladados ahora dieron lugar a esta decisión. El teniente ha hecho una reciente adquisición inmobiliaria en Gibraleón que se consideraba por encima de sus posibilidades. Un número se pasea por Isla Cristina con un Peugeot 505. Otro hizo un. alarde impresionante de gastos el día de la boda de su hija.

Lo que se ve con dificultad es otro medio de vida para esta ciudad de 18.000 habitantes, que sin el contrabando no podría mantener este ritmo de vida. Mientras la pesca fue próspera el pueblo creció. No hace mucho había 22 barcos sardineros e industrias para la salazón de la sardina. Ahora sólo quedan dos sardineros y no hay industrias. El resto es pesca de bajura. No hay convenio con Portugal. Para pescar hay que pagarle una cuota a El conseguidor, el hombre que se encarga de obtener la benevolencia de las autoridades portuguesas. A veces no cumple con éstas y se produce la captura.

En estas condiciones, la organización contrabandista encuentra siempre alguien que se acerque con la barca al mercante y cargue unos cuantos cajones de tabaco rubio americano, o cintas de vídeo, o hachís. O armas. Algunos presumen de haber pasado armas y de haberse quedado en pago una pipa. Es difícil saber, en palabras del alcalde, si eso es cierto o corresponde a la fantasía fanfarrona de quien lo dice, pero en cualquier caso abre una perspectiva inquietante. Ya ha muerto hace algunos meses un marinero, que apareció ahogado en la playa, muy lejos de su pueblo, y la ausencia de autopsia impidió determinar exactamente las causas.

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