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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En el día del libro

UNA VEZ al año el libro sale a la calle, irrumpe en las aceras de nuestras ciudades, se viste de gala y se instala ante los ojos de los peatones con la tenacidad de las causas que se creían perdidas. La jornada se bautiza con su nombre, aprovechando la efemérides cervantina, y en la España democrática se entrega solemnemente el premio que lleva el nombre de nuestro escritor más universal. Al atardecer, los Reyes reciben en La Zarzuela a una numerosa representación del mundo de la cultura. En lo que respecta a esta ocasión concreta, el laureado con el Cervantes es el gaditano Rafael Alberti -la concesión del premio, por discutida, demostró que, aparte de rendir justicia, se rompía ya uno de los últimos tabúes que aherrojan nuestra cultura-, y hay, otra novedad: la inauguración, esta misma mañana, por parte del ministro de Cultura, de un monumento al libro erigido en la madrileña plaza de Colón.Esto por lo que respecta a la información; en lo que al análisis corresponde, es preciso adelantar un juicio no excesivamente positivo sobrela situación del libro en la España del cambio. Tradicionalmente en una ocasión como la de hoy, se elevaban las voces habituales que mezclaban el pesimismo con la esperanza. Ya sabemos -la situación no ha cambiado sustancialmente- que España es el quinto país occidental en la producción de libros, en lo que se refiere al número de títulos anuales, -no a la cantidad de las tiradas de cada uno de ellos: 30.000 títulos al año son muchos, pero la tirada media de 5.000 ejemplares es una de las más bajas del mundo desarrollado. Las exportaciones de libros constituye al mismo tiempo un sector importante de nuestra balanza comercial, con 35.000 millones de pesetas anuales y el tercer lugar en el ranking de exportación de productos manufacturados. La crisis de la industria editorial no ha terminado, pero está ya bastante superada, en realidad, y se encuentra más en fase de transformación que de supervivencia. El sector editorial español, que posee una larga historia y tradición de creatividad y buen gusto, goza de una buena salud bastante frágil; pero el cambio se hace esperar, y no parece haber llegado todavía a la política del libro.

En efecto, el libro español tropieza con abundantes dificultades, tanto dentro como fuera de su propia país. En el terreno de la exportación, que se dirige fundamentalmente al ámbito idiomático latinoamericano, la crisis económica por la que atraviesan los países del área opone a la penetración de nuestras editoriales graves dificultades de pagos, todavía sin solventar: el mercado, apoyado sobre todo en países como México, Argentina y Venezuela, está en crisis, y no se ven todavía las soluciones en el horizonte.

En España, a pesar de que la situación. no es absolutamente mala, las posibilidades de crecimiento son bastante exiguas. Más de un 50% de los españoles no lee jamás -algunas cifras llegan hasta superar el 60%- y el consumo de libros por habitante es de los más bajos del mundo desarrollado, como el de la lectura de Prensa. Las tiradas están estancadas, y ni siquiera los nuevos procedimientos de las ventas a plazos y de la invención de los fascículos han conseguido romper la mala costumbre nacional de no leer, o de leer con cuentagotas.

Con la llegada de los socialistas al Gobierno muchas fueron las promesas, pero hasta ahora la situación no ha mejorado sustancialmente. Bien es verdad que se procede a una ordenación y limpieza de la Administración en este terreno; el galardón a Alberti ha sido todo un símbolo, se han depurado los nuevos procedimientos de concesión de los premios nacionales, los ayuntamientos democráticos impulsan nuevas ayudas al mundo del libro y de la literatura, pero poco más se puede contabilizar. Sigue sin haber una ley del Libro, otra de Bibliotecas, o sin ajustar la nueva ley de Propiedad Intelectual. De hecho, la política cultural parece más fascinada por otros temas. Se anunció asi que se iba a hacer un gran esfuerzo en el terreno de las bibliotecas, pero ese esfuerzo brilla por su ausencia. España cuenta con 1.465 bibliotecas públicas -debiera tener 6.000, según la Unesco- y tocamos a un 0,30 libro por habitante, cuando la media debería ser de 2 (la de Suecia, por ejemplo, es de 4,7); existen 188 bibliotecarios titulados y 165 ayudantes, en un terreno en el que la titulación y formación está todavía por desbrozar; ni en la EGB ni en el bachillerato se enseña la manera de utilizar las bibliotecas; y así sucesivamente. Y, sin embargo, la creación y mantenimiento de una vasta red de bibliotecas públicas que cubra toda la geografía nacional es algo absolutamente necesario para una auténtica política del libro. Supondría la creación de una infraestructura cultural ineludible para una sociedad desarrollada, y subsanaría muchos de los males que la producción y distribución de libros padece en nuestro país.

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