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La falsa actualidad del fascismo

El fenómeno autoritario y racista de Le Pen, en Francia, con sus victorias electorales parciales, con su populismo neopoujadista y crítico del sistema democrático, no ya sólo de un Gobierno socialista, vuelve a replantear, en los medios intelectuales y políticos, la eventual actualización del fascismo e, incluso con la polémica con Zeev Sternhell, el problema de sus fundamentos doctrinales y sociológicos.Varios factores, en efecto, coadyuvan a este hecho que parecía arrinconado o, en todo caso, asentado sólo en terrenos académicos. Por una parte, la actual y dominante corriente neoconservadora norteamericana, que se extiende activamente en la sociedad política europea. Un neoconservadurismo agresivo y militante, sin problemas de mala conciencia, con simplificaciones tanto en el campo económico como en el político, interno e internacional. Por otra parte, una actitud defensiva y acomodaticia de la izquierda europea, tanto progresista y socialista democrática como comunista: falta de imaginación, autorreducción gerencial en la administración del capitalismo, ausencia de proyectos generales que motiven participación y entusiasmo. En ambos casos, el exceso de pragmatismo conduce a una indefensión democrática y a una reducción en la modernización.

Todo ello remite a la constante historia de la aparición y renovación de una mentalidad autoritaria, es decir, cuándo y por qué surgen los fascismos. La sociedad industrial, con mayor o menor desarrollo, genera, en efecto, el fascismo como una reacción política antiliberal y antidemocrática y como sistema coactivo de defensa del orden social establecido (propiedad privada). Y esta tipificación política, con su ideología e instituciones, será un fenómeno cualificadamente enclavado en el siglo XX. No hay así fascismo antes de nuestra centuria: podrá haber tradicionalismo / integrismo o populismo / autoritarismo, pero no estrictamente fascismo.

En todo caso, el fascismo, con sus distintas modalidades, surge cuando se producen o se temen cambios radicales que pueden alterar el orden social tradicional. Así, la sociedad capitalista / intervencionista europea descansa, en situaciones de normalidad, en las instituciones democráticoliberales; esta misma sociedad, en proyecto de transición radicalizada, produce, como respuesta defensiva, un repliegue hacia posiciones autoritarias.

Los fascismos franceses

Partiendo de este hecho que, con carácter general, se verifica en los países europeos, la sociedad política francesa, a su vez, por una serie de circunstancias, ha promovido doctrinalmente una variopinta formalización de tendencias autoritarias. Así, habrá tradicionalismo y monarquismo (Maurras, Valois, la Acción Francesa), nacionalismo y militarismo (De la Rocque), socialismo nacional y totalitarismo (Deat, Doriot, Drieu La Rochelle), populismo y autoritarismo (Poujade, Le Pen), sin excluir la reacción nacionalista, resultado del proceso de descolonización. Hay, de esta manera, un enlace que comienza como reacción a la III República liberal, se agudiza en el período de entreguerras y continúa hasta hoy.

Tres datos configuran, por fundamentación o por reacción, la peculiaridad múltiple de los fascismos franceses. En primer lugar, una compleja referencia doctrinal. En segundo lugar, la contradicción nacionalismo / colaboracionismo. En tercer lugar, la constante populista antidemocrática.

A diferencia de España y Portugal, en donde el fascismo será fundamentalmente tradicionalismo monárquico e integrismo católico, los fascismos, italiano y sobre todo franceses tendrán una variedad de fuentes: positivismo y agnosticismo comtiano, sindicalismo revolucionario soreliano, corporativismo católico (La Tour du Pin). El propio Rousseau, como reacción o como referencia utópica, será también un dato de los fascismos franceses: desde significar el mal absoluto, el fundamento de la revolución liberal (Maurras), hasta base de una rebeldía utópica anticapitalista y nazi (Drieu La Rochelle). Comte, por otra parte, aportará al nacionalismo integral el dato científico del orden social: paradójicamente, el progreso será la tradición, y la monarquía corporativa, la expresión de un Estado nacional retóricamente antioligárquico y ordenado jerárquicamente.

La invasión alemana, en los cuarenta, complica aún más el panorama de los fascismos franceses. Es decir, resalta la contradicción entre nacionalismo y colaboracionismo (Maurras apoyará, en definitiva, a Petain), y, por otra parte, un sector de la izquierda, socialista y comunista, se deslizará también hacia el colaboracionismo / nazismo (Doriot, Drieu). Finalmente, después de la guerra, la mentalidad autoritaria renacerá motivada por dos hechos: uno, externo, como consecuencia de la descolonización (Indochina, Argelia), y otro, como reacción populista a los cambios sociales: militarismo nacionalista y poujadismo frontalizarán una reacción, directa o indirecta, contra las instituciones democráticas.

Falso problema

La novedad del fenómeno Le Pen, en la coyuntura actual, tiene importancia no tanto por la reaparición de una mentalidad neoautoritaria, que es constante, con mayor o menor acentuación, pero que también es residual. No existe, ni en el ámbito europeo, ni, en general, en Europa, una polarización social y política ni una eventual toma del poder vía revolucionaria. No hay condiciones para el fascismo, aunque es posible una institucionalización neoconservadora tecnocrática. El socialismo europeo, incluso el socialismo mediterráneo que está en el poder -más exactamente, en el gobierno-, ha asumido un papel moderado y reformista. Los comunistas, por otra parte, pierden capacidad de movilización o adoptan también posiciones flexibles o reducen su actuación a una estrategia reivindicativa electoral. Una estabilidad como la actual, aun siendo controladamente conflictiva, no permite el desarrollo del fascismo.

Lo que sí se está produciendo en Francia es un doble fenómeno que encubre el falso problema de la polémica sobre el fascismo, su vigencia y sus fundamentos doctrinales.

En primer lugar, que es precisamente la derecha conservadora, aunque derecha liberal, la que comienza a acusar a la izquierda de que es en el socialismo donde está el germen del fascismo o del autoritarismo. Siempre había ocurrido lo contrario: la izquierda alertaba, y con razón muchas veces, del deslizamiento de la derecha al fascismo. Hay así un cambio fundamental de estrategia de la derecha, con una débil respuesta de la izquierda, en donde aquélla considera que el socialismo, en cuanto remite al Estado la capacidad y función de intervención social y económica, conduce a un autoritarismo mecánico que pone en peligro la libertad. La libertad, se viene a decir, exige un "Estado mínimo".

En segundo lugar, paralelamente, desde otra derecha, derecha no liberal, sino enmarcada en la tradición parafascista, es decir, autoritaria y populista, se ataca no ya sólo la gestión socialista, sino también los propios fundamentos de las instituciones democráticas. La xenofobia, el racismo discriminatorio laboral, el nacionalismo chovinista, la falta de solidaridad con respecto a proyectos supranacionales, se evidencia -en el marco general de un frente autoritario- como arma de combate y de desgaste.

No hay, pues, un problema de fascismo. Hay, sí, una dual estrategia política, con más alcance que las elecciones próximas, desde una derecha conservadora, que frena, y una derecha neoautoritaria, que socava. Estrategia encaminada a reducir la modernización de la sociedad política. Ante esta estrategia, la actitud, de la izquierda -progresistas y socialistas- debe reaccionar y no adoptar una actitud poco combativa, temerosa y defensiva. Frente a un Estado mínimo, avanzar hacia un Estado democrático de Derecho.

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