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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Historia de Zoe

QUIZÁ SEA hasta premonitorio que Zoe haya nacido en Australia, lugar al que todavía se le llama novísimo continente y del que la ciencia y la leyenda cuentan que puede convertirse, con Nueva Zelanda, en el único lugar habitado de este mundo después de la destrucción nuclear, si es cierto que no le llegan los vientos y las lluvias radiactivas. Zoe es una niña que vio la luz por vez primera en Melbourne, hace poco más de dos semanas, después de haber sido fecundada in vitro y congelado su embrión. La información de que hasta el momento se dispone -desde que el pasado 11 de abril los médicos dieran a conocer la noticia- es pequeña: los científicos extrajeron 10 óvulos de la madre de Zoe (ver EL PAIS de los días 12 y 14 de abril), los fecundaron en la probeta con espermatozoides del padre y reimplantaron tres embriones en el útero, sin éxito. Dos meses más tarde de ser congelados los restantes, otros tres de ellos, previa descongelación, fueron reimplantados también en la matriz materna. Hubo que practicar la cesárea; y ahora Zoe, fruto de uno de esos tres embriones, que nació prematura, con dos kilos y medio de peso, se comporta biológicamente bien.El mismo equipo médico que anunció la noticia comunicó que había congelado un total de 230 embriones humanos, de los que ha descongelado ya 40, y 23 de ellos sobreviven y han sido reimplantados. Zoe ha sido el primer ser humano congelado antes de nacer. No ha de ser el último.

Al margen de las connotaciones científicas que el caso comporta, y que vienen a demostrar un comportamiento similar de los embriones humanos congelados al de los animales, con los que se realizaban experiencias desde hace años, las preguntas que se generan son infinitas: según parece, el tiempo de congelación de un embrión es indefinido, y la regeneración de las células, una vez descongelado, no depende del período transcurrido. La imaginación puede volar: ya es prácticamente posible -comienza a serlo- tener una especie de almacén de embriones congelados que dentro de años, quién sabe si de generaciones, podrían convertirse en seres humanos. A las posibilidades -y las complicaciones morales y jurídicas- de la fecundación in vitro se añaden las de su prolongación en la historia. Es como si la humanidad tuviera la clave para desarrollar genéticamente un archivo de niños futuros.

Fecundación in vitro y congelación de embriones no son cuestiones ajenas a polémicas como la del aborto y arrojan nueva luz sobre la improcedencia científica y la vacuidad moral de algunos de los argumentos empleados por quienes se empeñan en que un óvulo fecundado es desde ya un ser humano y que el aborto es un asesinato. Cualquier actitud positiva de defensa de la vida tiene que empezar por el reconocimiento del cambio operado en el terreno científico de la biología y la genética. Zoe es hoy un ser humano, alguien que existe, precisamente gracias a que fue engendrada en una probeta y congeladas sus células. Es lícito sentir un cierto vértigo al ver convertirse en realidad lo que hasta hace pocos lustros eran simples historias de ficción científica, pero el vértigo no nos debe despegar de la admiración por la capacidad humana para enseñorear la tierra.

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